El menú de tres pasos de devaluación del yuan/renminbi, servido por el banco central de China, incorporó un nuevo elemento de preocupación sobre la situación de la economía china y sobre el impacto global de sus problemas.
Esa preocupación fue alimentada por una cadena de sucesos desafortunados. Cuando estalló la crisis del 2008, el crecimiento de la economía china fue visualizado como un contrapeso de la caída de las occidentales+Japón. Pero luego aparecieron sombras sobre la salud del sistema financiero chino: la deuda interna china, pública y privada, llega al 200% del PBI, el doble de la vigente en economías desarrolladas. Además, en los años recientes, el crecimiento cayó a un 7%, un punto menos del esperado y casi insuficiente para absorber el aumento de la oferta laboral y el equilibrio social en el país.
A fin del año pasado, el gobierno chino decidió crear una nueva fuente de financiamiento no bancario para las empresas, estimulando la toma de deuda privada para la compra de acciones. Esta medida generó una burbuja bursátil que estalló hace pocas semanas y obligó al gobierno a realizar una masiva intervención mediante compras de activos y oferta de crédito para evitar que la insolvencia de los inversores con acciones desvalorizadas aumentara los problemas de los bancos.
Finalmente, el banco central chino lanzó una inesperada devaluación cuyos motivos son fuente de discusión. La versión del Banco Popular de China (BPC, banco central), es que cambió la forma de determinar el tipo de cambio, adoptando un procedimiento que toma en cuenta las fuerzas del mercado (más específicamente la oferta y demanda del día en el mercado interbancario). Esta decisión fue aplaudida por instituciones y medios financieros. La vía pro-mercado estaría destinada a satisfacer los requisitos que establece el Fondo, para que una moneda pueda ingresar en la canasta que determina el valor de los Derechos Especiales de Giro: en noviembre el FMI tiene que decidir si, como solicita el gobierno chino, incorpora el yuan a esa canasta. Por encima de los argumentos oficiales de China, una parte de los análisis actuales consideran que la devaluación tuvo el propósito de estimular las exportaciones. En los últimos años, el BPC mantuvo su moneda alineada con el dólar, mientras las monedas de grandes socios y competidores de China (euro, yen y won coreano) se depreciaban frente al dólar. Este movimiento, que encarece la mano de obra y los materiales chinos, habría provocado la tendencia descendente de las exportaciones del dragón asiático, verificada en los últimos meses.
Recurrir a una devaluación para aumentar las exportaciones sería un signo de crisis de la política económica china: en los últimos años el gobierno decidió pasar de un crecimiento basado en la inversión y las exportaciones a otro basado en el consumo interno. Una devaluación competitiva implicaría que esa nueva orientación no funcionó porque el consumo no llega a tener el vigor necesario. Pero la alternativa exportadora tampoco es segura, porque un incremento de la ya gigantesca oferta china en un mercado mundial en bajo crecimiento, puede afectar la producción y, por lo tanto, la demanda de grandes clientes. E incluso desatar devaluaciones competitivas que anulen la realizada por China.
Para los productores de materias primas y sus manufacturas más inmediatas (soja y aceite, petróleo y naftas, etc.) la situación ya es claramente negativa. La reducción de la demanda china, las incertidumbres sobre la situación de su economía en los que respecta a las finanzas, la sobre inversión y el nivel de consumo, sumada a la inesperada devaluación, ha provocado una caída en las cotizaciones de las materias primas. Si bien los mercados rebotaron cuando el banco central chino anunció el fin de las devaluaciones, ni la demanda ni la confianza de los productores y consumidores será la misma.
Autor de “China. Un socio imperial para Argentina y América Latina” Edhasa, 2015.