COLUMNISTAS

Diabla Cruz

Escena 1: el camión. Un vigilador privado, Walter José Mansilla Alarcón, intenta embestir la casa de los Kirchner en Río Gallegos a bordo de un camión Scania robado para la ocasión. Por suerte, la máquina vuelca antes de dar en el blanco. Es sábado 28 de abril de 2007.

|

Escena 1: el camión. Un vigilador privado, Walter José Mansilla Alarcón, intenta embestir la casa de los Kirchner en Río Gallegos a bordo de un camión Scania robado para la ocasión. Por suerte, la máquina vuelca antes de dar en el blanco. Es sábado 28 de abril de 2007. La capital santacruceña, militarizada, hierve por las protestas de docentes y demás empleados estatales. Mansilla Alarcón es calificado de “magnicida” y “conspirador” por los principales funcionarios del Gobierno nacional. El Presidente descansa en Buenos Aires. Una prima de Néstor Kirchner, la jueza Valeria López Lestón, se hace cargo de la causa.

Escena 2: la camioneta. La 4x4 dorada de Daniel Varizat –ex funcionario nacional, ex ministro provincial, kirchnerista en funciones– es rodeada por manifestantes en pleno centro militarizado de Río Gallegos. Varizat acelera dos veces y atropella a 17 personas: una queda con un pulmón perforado. Es viernes 17 de agosto de 2007. A pocas cuadras, el matrimonio Kirchner encabeza un acto, una costumbre que habían perdido gracias a la violencia reintante en su provincia. Las principales espadas del Gobierno nacional califican la ira de Varizat como “un gesto desgraciado”. Una prima de Néstor Kirchner, la jueza Valeria López Lestón, se hace cargo de la causa.

Escena 3: el loco del camión. Walter José Mansilla Alarcón está internado en el Centro de Salud Mental de Río Gallegos. No puede recibir visitas. Sólo deja ese centro psiquiátrico cuando lo llevan a hacerse controles al Hospital Regional, ya que, debido a una psicosis paranoide aguda, “representa peligrosidad para sí mismo y para terceros”. La Justicia lo declaró inimputable.

Escena 4: el pingüino de la camioneta. Daniel Varizat está detenido-protegido en la Escuela de Policía Victoriano Taret, en las afueras de Río Gallegos. Está muy comunicado: recibe visitas y su teléfono celular funciona bárbaro. Dicen que dijo que actuó como actuó porque tuvo miedo de que lo mataran. Nadie le repreguntó si, gracias a su larga experiencia política, no se le ocurrió esperar un ratito para no quedar con la 4x4 en medio de la muchedumbre. Ni por qué querrían matarlo. Para la Justicia, estaría en pleno uso de sus facultades mentales: nadie pidió un examen psicofísico para el descontrolable Daniel Varizat.
Pausa. Un lugar donde un supuesto loco y un presunto cuerdo pretenden resolver las cosas poniendo primera, el acelerador a fondo y caiga quien caiga, puede ser cualquier cosa menos un lugar común. ¿Qué pasa en Santa Cruz, más allá de las tensiones propias de cualquier campaña electoral? ¿Será Diabla Cruz?

Escena 5: malditos índices. Según datos oficiales, Santa Cruz encabeza el ranking nacional de consumo de drogas: el 25,1% de los adolescentes reconoce haber probado alguna al menos una vez. Está segunda en el ranking de repitencia escolar secundaria: 11,2%. En 2003 se ubicó al tope del ranking de suicidios de jóvenes: 61,1/100.000. La psicóloga Eliana Silveti estudió estos temas en la provincia. Adjudica tan alarmantes indicadores a cuatro grandes causas, entre otras: la falta de identidad, la lejanía de los centros urbanos, la falta de luz diurna típica de la Patagonia y el desarraigo. Santa Cruz es una inmensa tierra de desterrados. Pasó a ser provincia hace apenas 50 años, su población no supera los 250.000 habitantes y quien no nació en otra región del país –o en Chile– es hijo de alguien nacido en otra parte. Los gremios estatales aseguran que vivir en Santa Cruz es cuatro veces más caro que en Buenos Aires. Es duro el Sur.

Escena 6: la violencia oficial. Río Gallegos, año 2002. Néstor Kirchner es gobernador. Hay crisis, como en todo el país. Hay cacerolazos. Hay un acto del Frente para la Victoria. Hay grabadores, pero ninguno de un medio nacional. Dice el hombre al que todos conocen como “El Lupo”: “¿Cómo puede ser que ustedes hayan dejado que estos cien vengan a tocarnos una cacerola a nosotros? ¡Vamos a correrlos! ¿Qué se creen que somos? ¿Creen que nos van a ir a molestar a la Casa de Goibierno o a la Municipalidad? ¡Se terminó, compañeros! ¡Tenemos que salir al frente! Si son cien, vamos a ser dos mil, tres mil... ¡No puede ser que nos dejemos atropellar así!”. El verbo atropellar se viene pronunciando hace rato en la agitada Santa Cruz. Sólo que ahora todo puede verse en vivo y en directo.

Escena 7: el pacifismo oficial. El Caso Varizat vuelve a poner contra las cuerdas a la Gestión K. Las ONG de derechos humanos brillan por su ausencia. El propio Presidente tarda cuatro días en hacer una referencia esquiva al asunto: “Repudiamos cualquier gesto de violencia, venga de donde venga, haga quien la haga”, dice Kirchner en la Casa Rosada, mientras se reconoce partidario de una “paz cristiana”. Cae la tarde del martes 21 de agosto. Nuevo traspié para la campaña de Cristina. En Río Gallegos se anuncia un nuevo aumento de salarios para los estatales: 22%.

Epílogo: provincia bipolar. En psicología se llama bipolaridad a un trastorno del estado del ánimo en el cual se combinan ciclos de excitación con otros de depresión, que se asocian con estados de impaciencia, irritabilidad y hasta agresividad, con pérdida, en ocasiones, de la noción de la realidad. Los bipolares suelen creerse perseguidos por enemigos. El psicótico Walter José Mansilla Alarcón llevó su delirio al extremo, pero, al fin y al cabo, más lejos aún llegó el neurótico Daniel Varizat.
¿Y los Kirchner? Ahí andan. A veces irritables. Siempre perseguidos.

  ESTO ES COSA DE LOCOS

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Michael Foucault inició su prólogo a Locura y sinrazón: historia de la locura en la época clásica citando a Pascal (“Los hombres están tan necesariamente locos que sería estar loco, por otro giro de la locura, no estar loco”) y a Dostoyevski (“Sólo enfermando al vecino, es como uno se convence de su propia salud). Recién entonces enuncia el propósito de su trabajo: descubrir el límite donde “locura y no-locura, razón y sin-razón están confusamente implicadas”. Basa su tesis en que, “el hombre moderno ya no se comunica con el loco”, en buena medida gracias a que “el lenguaje de la psiquiatría” es “un monólogo de la razón ‘sobre’ la locura”.
Buena pregunta: ¿dónde ubicar esa frontera múltiple? ¿Pasará por Santa Cruz?
En su brillante cuento El manuscrito de un loco, Charles Dickens narró los desvaríos de un hombre que temía perder la razón y se sintió liberado cuando, en efecto, la perdió. En una ácida crítica a la lógica del poder, dice el protagonista, que terminará matando a su esposa: “¡Muéstrenme al monarca cuyo ceño colérico haya sido temido alguna vez más que el brillo de la mirada de un loco… ¡Ja, ja! ¡Es algo grande estar loco!”.
En la vida real, Daniel Varizat denunció a sus víctimas: le abollaron su lujosa 4x4.