Nuestra historia socioeconómica muestra logros que, al no ser acompañados por los cambios que las nuevas situaciones exigen, se convierten en desafíos. Es lo que ocurrió con los logros económicos de fines del siglo XIX y lo que vuelve a ocurrir a mediados del XX.
Los primeros fueron el resultado de una forma de producción simple, ya que según Alejandro Bunge “nuestro país no explotaba sino sus ganados e importaba hasta la harina de trigo… hasta 1890”, para luego pasar al cultivo extensivo de cereales con la misma estrategia. Esa forma de producción tan exitosa se mostró luego insuficiente para continuar creciendo, sin que la clase dirigente fuera capaz de introducir los cambios necesarios para evitar el estancamiento.
A mediados del siglo XX nuestra historia muestra otros logros importantes, ahora en lo social y lo político, que convirtieron a los sectores populares en un actor de gran peso en la política argentina. Esto se dio en un escenario socioeconómico que no había consolidado aún el sistema productivo capaz de dar respuesta a las nuevas demandas. Los grupos financieros, industriales y agropecuarios, con diferencias entre sí, se enfrentaban además a una masa obrera con capacidad de paralizar todo proceso que no los incluyera en el reparto de las ganancias; a esto se sumaba una sociedad que en su rol de consumidora de bienes y servicios se expresaba como opinión pública y como ciudadanía con pleno acceso al sistema electoral, aprobando o rechazando los diferentes proyectos de país.
Frente a este escenario complejo los partidos políticos no encontraron la forma de armonizar las legítimas demandas de los nuevos actores sociales con las exigencias de un proyecto productivo de largo plazo. En su lugar sólo atinaron a elaborar propuestas de corto plazo que, al concentrarse en una distribución al servicio del consumo, terminaron en diferentes formas de populismo económico; todo esto en sintonía con una cultura que privilegiaba la concesión de derechos sin poner el mismo acento en las obligaciones que todo proceso requiere.
El agotamiento de ese tipo de respuestas exige nuevas estrategias para salir del estancamiento y los enfrentamientos por la distribución de bienes escasos. Tampoco alcanzan los acuerdos entre partidos en busca de políticas de Estado que no siempre aclaran el tipo de proyecto al que apuntan; la gravedad de la crisis hace imprescindible que nuevos actores sean incorporados al diálogo para intentar alcanzar los consensos mínimos para salir de la misma.
Dado que el proceso económico tiene lugar en el ámbito de la sociedad civil, siendo regulado desde la sociedad política, la relación entre los actores de una sociedad y otra se da regularmente a través de las normas que una fuerza política convertida en gobierno dicta para ser cumplida por los empresarios y los obreros (lo que no impide que en muchos casos los empresarios tengan contactos espurios con funcionarios del Gobierno, y que los obreros recurran a medidas de fuerza para exigir una intervención particular de los mismos).
En la situación actual no se puede esperar a que un nuevo gobierno acierte en el dictado de las normas necesarias para reencauzar el proceso productivo y los mecanismos de distribución. Los partidos políticos deben iniciar ya un diálogo serio con los principales actores del proceso productivo, empresarios y obreros, para consensuar un proyecto de desarrollo sustentable que atienda tanto la diversidad de intereses en juego como las exigencias de un programa productivo de largo plazo. Programa que deberá incluir tanto las garantías para las inversiones productivas como las pautas de distribución de la riqueza que se va a producir.
Dicho consenso deberá incluir las reglas de juego para resolver las diferencias que seguramente surgirán durante su ejecución. Todo esto se verá facilitado si somos capaces de moderar nuestras pautas culturales confrontativas para dejar lugar a otras más maduras, como las que se observan en Chile o Uruguay, donde todos los sectores, sin renunciar a sus demandas de una porción más grande de la “torta”, eligen el diálogo y los consensos para no poner en riesgo la “torta” misma.
*Sociólogo.