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Diario de un corrupto

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Harto de la corrupción. Me pregunto por qué habré entrado en el juego. Siempre supe que la corrupción está en las instituciones, no en las personas. A quien ingresa, la institución le oferta cuatro opciones: participar activamente en la corrupción, ser cómplice de ella y tolerarla como mal menor o ignorarla activa o pasivamente, según suele ocurrirles a los estúpidos. En mayor o menor grado, esto sucede en todas las instituciones: desde las más simples hasta las más complejas, desde el matrimonio y las empresas y negocios, hasta la Iglesia y las reparticiones del Estado. Un Estado no puede ser corrupto, sus divisiones y empresas lo son. Los medios no son corruptos: la corrupción se verifica en cada una de sus organizaciones. Virtualmente, todo humano es corrupto: lo que varía es el precio que se fija según la ecuación riesgo-resultado que cada cual administra. En su poema al aniversario de Dante, Paul Claudel escribía: “Están los santos que han resuelto la cuestión de una vez por todas”. En efecto, en tiempos de gestiones papales menos dadivosas, el santoral se superpobló de mártires, gente dispuesta a todo salvo a transgredir lo que creía el pacto con su Dios. Aquí no quedan santos ni más pacto que el de la religión de salvarse, cuyo primer mandamiento ordena “no comerás vidrio”.

Por eso estoy harto de la corrupción y muchas veces me pregunto por qué –sin llegar al extremo– me ocupé tanto de ella. Imagino a un marciano que llegase a la Tierra y aprendiese instantáneamente nuestros lenguajes y costumbres. Al conocer los medios masivos, se asombraría de encontrar en la sección de policiales tanta información sobre secuestros, asesinatos, robos, estafas, violaciones, mientras la corrupción la ubican en la sección de noticias políticas que atañen al Estado.
—Tenés razón –le digo a C6XM9, mi marciano de cabecera–. Es que se informa para indignar, no para juzgar, y no se juzga para castigar, sino para modificar el equilibrio de poder.
El me entendió. No sé si los lectores entenderán por qué me propongo eludir, de ahora en más, el tema de la corrupción y escribir sobre cosas más serias.
Por ejemplo, sobre lo que el Estado y sus tres poderes hacen limpia y eficazmente y nos quita más que ese ínfimo 0,5 o uno por ciento del ingreso que se lleva la corrupción haciéndonos más infelices, más imbéciles.
O escribir, por ejemplo, acerca de las razones por las que en nuestro mercado, donde el yogur, la fruta, las computadoras y los corticoides cuestan de un diez a un cien por ciento más que en nuestros vecinos y que en Europa los cigarrillos siguen vendiéndose a precios dos y hasta cinco veces más altos. Pronto lo intentaré.

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