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Diarios de Beautiful Mont II

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En el tramo entre Buenos Aires y Bahía Blanca, unas ocho horas, parando para comer, cargar nafta y caminar un poco en círculos, una de las diversiones de mis hijos y los hijos de Santiago fue darle nombre y acariciar a cada uno de los perros que viven en las estaciones de servicio. Me llamó la atención una perra que parecía una cruza entre un galgo y una motocicleta de cross. Mi hija Ana le puso de nombre Chica Linda. La alimentaron y jugaron con ella. Tenía las orejas largas tiradas hacia atrás como si se las peinara.

En el medio del trayecto íbamos a cruzar en algún momento por la localidad de Azul, lugar donde se desarrolla Ema, la cautiva, una obra maestra de César Aira. Y recordé una descripción que da Aira sobre unas perras que cruzan la Pampa en jaurías lentas, casi invisibles, como si estuvieran actuando en una película de Lisandro Alonso.

Me acordé también de un pasaje de La ocasión, una novela de Saer donde lo que se describe es una tropilla de caballos salvajes. Por algún motivo –tal vez porque los dos libros suceden en el pasado remoto de la guerra con los indios–, ambas escenas me resultaron gemelas. Esta es la descripción de Aira sobre los perros parecidos a Chica Linda: “Se trataba de una manada de otarias, una suerte de perras salvajes, nada peligrosas (…) Se acercaban sin un solo ruido; también ellas debían de ser mudas. Aunque si se prestaba atención se oía un zumbido cascado y profundo, que quizás era producido por los pasos. Eran grandes perras finas, semejantes a los galgos, todas de color gris, sin orejas, hocico afilado y largas colas de felino que llevaban arrastrando lastimosamente. Tenían un paso desgarbado y avanzaban con pesadez paradójica en seres tan etéreos; era como si la torpeza fuera una afectación , casi un exceso de elegancia. ¿Cómo oirían?”. En la novela de Saer, es Bianco, el personaje central, el que escruta el horizonte que marcha hacia él y se convierte en otra cosa: “La tropilla avanza a todo galope por la llanura, dispersa y creciente como por cambios discontinuos de tamaño, y el ruido de los cascos resuena y repercute, desenvolviéndose bajo las patas de los caballos, y se disemina por el aire en el que los pájaros escapan en todas direcciones (…) Bianco, comprendiendo que ningún jinete los monta, baja la carabina y contempla con una expresión en que la alarma va abriendo paso a la sorpesa y después a la maravilla”.

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Una vez que cargamos combustible, estacionamos los autos contra unos árboles. Y ponemos una lona en el piso y sacamos la comida: palta, tomates, milanesas, mayonesa. Recuerdo un poema de Santiago que me gusta mucho, es un poema donde habla sobre su padre, con un sándwich de milanesa en la mano, recuerdo un verso genial de ese poema: “Una milanesa es una grasada en sí, pero tiene un par de verdades”. (To be continued).