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Diarios y sinsentido

“Siguen preguntándome sobre cómo encuentro Chile y no tengo reparos en decirles que la revolución, aquí, la hicieron los Chicago Boys.”

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Sabía que Juan Rivano (Santiago de Chile, 1926-Lund, Suecia, 2015) era un destacado filósofo, pero nunca lo había leído. Quiero decir: no leí ninguno de sus libros de filosofía (olvido que pienso reparar a la brevedad). Porque en verdad, lo conocía por una actividad tal vez menor (aunque, en realidad, para mí mayor): sus traducciones de muchos de los Limericks, de Edward Lear, bajo el título de El libro del sinsentido (Bravo y Allende Editores, Santiago de Chile, 1992, con ilustraciones de propio Lear). 

Es por esa edición, gastada de tanto leerla, primero sola, luego cotejándola con los originales en inglés, que conocí a Lear, al que vuelvo regularmente cada unos diez años (ahora no estoy precisamente en un momento Lear, pero seguramente ya volverá). 

Mucho antes, en 1972, Leopoldo María Panero había traducido a Lear para Visor, y luego, también antes que la de Rivano, Tusquets, en su hermosa colección Marginales, lo había publicado traducido por Cristóbal Serra y Eduardo Jordá. Tal vez hubo otras traducciones anteriores. No lo sé. Sé que la de Rivano –que escribió también una buena “Nota preliminar”– es por la que conocí a Lear y, por lo tanto, le debo un inmenso agradecimiento. 

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Con esa actitud es que de Rivano acabo de leer Diarios del exilio y del retorno (UDP, Santiago de Chile, 2020, 524 páginas). Rivano, detenido y encarcelado en 1975 por la dictadura de Pinochet, luego exiliado, primero brevemente en Israel y finalmente, hasta su muerte, en Suecia, escribe estos diarios cuyo título ya nos informa del contenido. El primero (1973-2003), breve, describe su vida cotidiana en Suecia en términos de “no existencia”, limpiando pisos y otros trabajos por el estilo, hasta conseguir un puesto académico –no en filosofía sino en sociología– en una universidad de provincia. 

El segundo diario (1988-1989) narra su vuelta a Chile (donde no se queda a vivir, regresa a Suecia) y es realmente extraordinario por su lucidez, su capacidad para registrar los cambios irreversibles (al menos hasta ahora, veremos qué pasa con Boric, experiencia que obviamente me entusiasma) que introdujo el pinochetismo, no solo en la economía sino también, y sobre todo, como un modo de estar en el mundo, al que hoy llamaríamos “neoliberal” (Rivano no usa jamás esa palabra, no tan en boga en esos años). 

Caminatas, cenas, compras, encuentros, lecturas (los pasajes en los que comenta a Blest Gana y a Edwards Bello son notables) que lo llevan a comentarios como este, del 27 de diciembre de 1988: “¿Voy formando una impresión más nítida de Chile? No todavía. Cada día me irrito más. Parece que la gente va perdiendo cosas esenciales, pero no sé qué son”. 

Pero solo unos días después, el 4 de enero de 1989, empieza a entender: “Siguen preguntándome sobre cómo encuentro Chile y no tengo reparos en decirles que la revolución, aquí, la hicieron los Chicago Boys”. 

El resto del diario mantiene ese tono extralúcido y levemente amargo. Pero antes, en los diarios del exilio, vuelve sobre Lear. No solo vuelve, sino que le da un lugar muy destacado: “Uno podía ir por la acera leyendo las reveladoras estrofas de Lear y al mismo tiempo verificándolas a cada paso: ‘Un señor que vivía en La Plata/leía a Homero parado en una pata;/cuando se sintió tieso,/dio un saltito ex profeso/y se hundió en el Mar del Plata’”.