1) Somos casi 600 millones los hablantes de español. El idioma evoluciona según la voluntad de la mayoría de los hablantes y el paso del tiempo que consolida el léxico. Debemos aclarar, ante la confusión general, que hace mucho tiempo que ni España ni la Real Academia Española nos imponen nada. España tiene menos del 10% de los hablantes de español y la mayoría no habitamos la península. La RAE no trabaja sola. Lo hace en conjunto con las 21 academias de la lengua. Esa asociación de academias que representan a todos los hablantes de español se llama Asale (Asociación de Academias de la Lengua). Tampoco el diccionario, consensuado por las 21 academias, se llama ya DRAE. El diccionario más importante de nuestro idioma se llama Diccionario de la Lengua Española o DLE. Es cierto que muchos, para consultarlo, entran al sitio Rae.es, pero hay que averiguar bien. El mundo de la lengua es otro. No el de los años 60 o 70. Así que el primer motivo es que no se debe ignorar a la gran mayoría de hispanohablantes, quienes decidirán si un cambio se acepta o no.
2) Muchísimos años atrás, dos estudiosos del idioma elaboraron la hipótesis de Sapir-Whorf que dice que la palabra antecede o condiciona el pensamiento. Es una hipótesis. O sea que ni Sapir ni Whorf pudieron demostrarla. Al contrario, el psicólogo suizo Jean Piaget demostró que los bebés tienen inteligencia, y muy desarrollada, antes de aprender a hablar. Así que el pensamiento surge en el ser humano antes que la palabra. Entonces, el segundo motivo es que las palabras no preceden ni condicionan el pensamiento por sí mismas ni pueden modificar la realidad.
3) Hace muchos años, en España, se decía gobernadora a la esposa del gobernador. Leopoldo Alas nos dejó la novela La regenta. La regenta, en la obra, es la mujer del regente. O sea que no regentea nada. Por eso, muchas mujeres, cuando al fin pudimos participar del discurso público, fueron elegidas intendentas, alcaldesas, presidentas, juezas, fiscalas. No todas las formas se usan en todos los países hispanohablantes pero existen y son correctas. Las mujeres no son “la esposa de” sino que ellas ejercen los cargos. Esta cuestión es más que válida, porque el femenino no indica dependencia del varón. Así que por extensión, todos los cargos políticos, empresariales o de cualquier categoría jerárquica deben emplear la forma femenina: por ejemplo, “la jefa”. El tercer motivo es que incluir supone muchas y diversas situaciones y no solo la que se pretende desde el lenguaje inclusivo.
4) Hasta ahora hemos hablado del léxico, pero el “lenguaje inclusivo” no se centra en el léxico sino en la gramática, el esqueleto que sostiene nuestro idioma. El léxico es muy simple de cambiar: tenemos variantes geográficas, de edad, de clases sociales, las palabras que se relacionan con la formalidad o la informalidad (no es lo mismo decir faz, rostro, cara o jeta), aunque todos signifiquen lo mismo. El hablante decide en qué momento es oportuno o no usar una u otra forma. El cuarto motivo: no usemos formas léxicas que violentan la estructura del idioma.
5) Cuando empieza a instalarse con fuerza en parte de la elite cultivada argentina la ideología de género, es el momento en que se complican las cosas para el idioma. Aclaremos que una cosa es la perspectiva de género, ya instalada desde 1995 en Beijing, y otra una ideología con todo lo que ese concepto conlleva. Cuando no había ecógrafos, uno esperaba a que el médico viera el aparato genital del bebé para decir si era varón o mujer. Así fue mucho tiempo. También muchísimos años se creyó que la mujer era la culpable de no darle al esposo hijos varones. Pero la ciencia avanzó y se descubrió lo indiscutible. Es el varón el que posee en su genética dos cromosomas sexuales distintos llamados XY y la mujer posee dos cromosomas iguales XX. O sea que el sexo biológico depende del padre. Para la genética, solo existen dos opciones XX y XY. Ni siquiera vale lo que diga el obstetra. Porque hay muchos casos en los que, al crecer, una persona puede descubrir que tiene otros órganos sexuales en su cuerpo o que una persona se sienta que no es una mujer o un varón. Aquí es donde muchos recurren a operaciones, a hormonas y otros tratamientos para encontrarse cómodos con su propio cuerpo. La búsqueda de coherencia les da la tranquilidad de haber encontrado la identidad que sentían. El quinto motivo es que todos estos casos no requieren de ningún lenguaje inclusivo. Requieren de comprensión y respeto.
6) Hemos dicho que el lenguaje inclusivo violenta la gramática. En otras lenguas, no existe el género como categoría gramatical. La nuestra sí lo tiene. Decimos la silla y el sillón, la rata y el ratón, el niño y la niña, la vaca y el toro. En algunos casos, cambiamos la palabra para referirnos al masculino o al femenino, y en otros cambiamos las terminaciones. Mucha gente cree erróneamente que la “o” es masculina y la “a” es femenina. Si yo digo: “Se apersonó la testigo ante la jueza y la víctima estaba presente”, no podemos saber si la víctima es varón o mujer. Porque esa terminación es masculina o femenina según el contexto. (Para comprender la diferencia entre sexo y género gramatical, recomiendo la entrada “género” en el Diccionario argentino de dudas idiomáticas de la Academia Argentina de Letras.) El idioma no es una ciencia exacta. Posee, como dice Alex Grijelmo en El genio del idioma, una parte misteriosa, irracional y, también, maravillosa. No quiere que lo fuercen. El genio del idioma quiere que lo dejen salir de la lámpara en suaves volutas. A su tiempo, que es el tiempo de los hablantes, y a su modo, que es el modo de los hablantes. El sexto motivo: no se puede imponer por la fuerza un cambio en el idioma. Es autoritario y vulnera, con su prepotencia, la democracia de la lengua.
7) Dijimos que la “o” no es masculina ni la “a” es femenina. El periodista, el dentista, el pediatra no se sienten ofendidos porque sus profesiones terminan en “a”. El artículo está allí para desambiguar cualquier expresión. Ahora el problema es otra vocal: la “e”. Usada y mal usada, impuesta por la fuerza por quienes se creen dueños de la democracia idiomática. Tenemos el estudiante y la estudiante, tenemos el paciente y la paciente, tenemos el docente y la docente. Para el DLE, son palabras femeninas y masculinas. Se usa a la “e” sin criterio: “hermane”, “enferme”, “teléfone”, “sane”. El séptimo motivo es no nos sirve la vocal “e” para indicar no género. Siempre hay género gramatical en nuestro idioma.
8) Nadie duda de las buenas intenciones de la gente de que usar la “e” incluye a todos en la sociedad. Pero la discriminación sigue existiendo, la falta de respeto, el chiste obsceno, la violencia verbal y física hacia la mujer, el mirar “desde arriba” al homosexual siguen existiendo. La dominación y el menoscabo permanente a las mujeres seguirá existiendo hasta que muchas generaciones acepten que todos somos dignos por igual. Los cambios que se están produciendo en la sociedad no van a detenerse pero no son gratis. El octavo motivo: ninguna vocal incluye o excluye a nadie.
9) Soluciones posibles para incluir a todos. En España se usa la duplicación de sustantivos, adjetivos y artículos: “los/las padres/madres asisten a la reunión para conversar con los/las profesores/profesoras sobre los/las alumnos/alumnos”. Esto produce párrafos eternos e incomprensibles. A otros se les ocurrió usar un signo que no es una letra: la arroba, para decir señor y señora a la vez. No prosperó, porque la arroba no pertenece ni siquiera al alfabeto. Otros ponen una equis en el lugar de la “o” o de la “a” pero, cuando leemos, ¿cómo pronunciamos “todxs”? Así que pareciera que la “e” era el último recurso. Grave falta de conocimiento del genio del idioma. Sigo al profesor Claudio Marenghi y adhiero: los hablantes inclusivos focalizan la atención en lo morfológico, es decir, lo que el padre de la lingüística, Ferdinand de Saussure, llamaba el “significante”, la forma de la palabra, y olvidan que la demanda de igualdad de género pertenece a lo conceptual o a lo que llamaríamos, con Saussure, al “significado” o la idea que brinda la palabra. El noveno motivo: el uso de la “e” provoca una sensación lingüística extraña hasta en los propios hablantes inclusivos. Hace fijar la atención en cómo construyo el mensaje y no en lo importante: el mensaje. El mensaje es igualdad, libertad y fraternidad. La última está ausente.
10) El último motivo: nuestro título dice “todavía” porque sabemos que el idioma se modifica desde pequeños círculos y de manera no planificada, porque sabemos que no se pueden imponer los cambios, porque sabemos que el idioma seguirá el cauce que le marquen los millones de hispanohablantes y no pequeños grupos argentinos. Pero no negamos la posibilidad del cambio. El idioma vive en cambio, fluye a través de las voces de nuestros antepasados y llega a las de las futuras generaciones, incesante, maravilloso y con un caudal rico en matices y tonalidades. El décimo motivo es que tenemos que esperar y ser pacientes.
Propuestas para un lenguaje inclusivo sin usar la “e”. Las tomo, como señalé, del profesor Marenghi:
1. Recuperar la palabra “persona”, tan digna ella y aplicable a cualquier género.
2. En las proposiciones, en lugar de decir “los que” o “las que”, utilizar quien/quienes, cualquiera/cualesquiera.
3. Apelar a los sustantivos colectivos: el alumnado, el profesorado, el estudiantado.
4. Usar sustantivos abstractos, oraciones con sujeto tácito, eliminar el artículo cuando sea posible.
5. Duplicar los sustantivos para desambiguar el sentido en ocasiones importantes: se requieren abogados y abogadas, se necesita empleado o empleada.
Es tiempo de ponerse a pensar alternativas nuevas para el lenguaje inclusivo. A los periodistas les pedimos ideas y no polémicas. Todos estamos invitados (no forzados) a colaborar en una propuesta lingüística inclusiva y respetuosa de todos los hablantes.
*Escuela de Posgrado de Comunicación. Universidad Austral.