Esta es una inmejorable ocasión para escribir sobre Las Leonas. Desde poco después del mediodía de ayer y hasta estas mismas horas (la tendencia seguirá seguramente hasta que, mañana, enfrenten a Corea), resulta difícil escuchar otra cosa que cuestionamientos, desilusión, comentarios mejor o peor intencionados y, sobre todo, el consabido “ya no son las mismas de antes”.
Efectivamente, el Seleccionado argentino de hockey sobre césped, cuyas ilusiones de repetir uno de los cuatro primeros puestos de un torneo oficial dependerán sobremanera del cruce con las coreanas, atraviesa una etapa de recambio. Con jugadoras que se fueron o no están (Oneto, Ferrari, Arrondo, Rognoni, entre otras), con otras que llegaron y con un entrenador que, aunque compañero de ruta de Sergio Vigil, lleva poco como cabeza de gestión. Si toda etapa de recambio tiene su lado traumático, en este caso, hay un agravante: se trata del comienzo del desguace de una generación irrepetible, ganadora de casi todo.
Es probable que no sean éstos los mejores momentos del equipo. Pero también lo es que, cuando se produce un fenómeno como éste (un título mundial, dos medallas olímpicas, un Champions Trophy) y en más de una década no se baja del cuarto lugar de torneos oficiales, todos pasamos a ser expertos en hockey. Y entonces caemos en la desmesura, el elogio o la condena fácil sin más observación que la de un resultado superficial y, por estos días, en una señal de escepticismo.
El Mundial que se está jugando en Madrid es de los más inestables de la historia del deporte. En un deporte en el que la Argentina, Holanda, Alemania, Australia y China se han repartido absolutamente todas las medallas de los torneos importantes disputados en la última década, hoy nos encontramos con españolas, coreanas y hasta sudafricanas con ambición de semifinales, en tanto que alemanas y, fundamentalmente, chinas están a un pasito de quedarse fuera de la lucha por el título.
No voy con esto a justificar el desesperante empate ante Sudáfrica; pero, por lo menos, admitamos la dimensión de las conquistas anteriores ahora que nos damos cuenta de que ser campeón y ganar siempre tampoco es sencillo para ellas. Una vez más, si las malas se acercan a las buenas es por culpa de estas últimas (por cierto que Las Leonas no llevan hasta aquí un gran torneo), pero el hockey es un deporte que, a veces, te permite sobrevivir y no perder aún sin pasar la mitad de la cancha sino un par de veces.
Entre la imprecisión y la ansiedad argentina, las sudafricanas llegaron un gol arriba a 3 minutos del final; y en ello hubo responsabilidad argentina y permisividad de un juego que aún no encontró la forma de sancionar la falta sistemática o la persecución ilícita como es debido; no, al menos, con los árbitros de ayer.
Ni en la dignidad de Aicega, en el coraje demencial de Margalot, en el genio futbolero de Sole García o en el talento inconmensurable de Aymar (es la jugadora de equipo más importante de la historia, hombres incluidos) cabe otra cosa que aspirar al título, algo que sólo será posible dando un salto de calidad importante respecto de lo visto hasta ahora.
Pero mucho antes de semejante especulación, está aquello que convierte a este grupo en el único equipo argentino de la historia capaz de mantenerse más de una década en la elite de su deporte.
Algo demasiado entrañable como para desprotegerla en nombre de opiniones livianas o análisis coyunturales. El gol de Rosario Luchetti evitó que Las Leonas perdieran el primer partido inesperado desde 1996; como lo lee: en diez años, las derrotas fueron sólo ante las cuatro rivales más importantes. Un valor extra de un grupo de mujeres que dignifica su deporte como pocos de nosotros seríamos capaces de hacerlo con nuestra vocación.