Insípida, incolora e inodora. Así describió la revista Veja la campaña presidencial de Brasil. Un montón de nada. Mucho color y pocas ideas. Los candidatos que compiten para dirigir a la mayor potencia emergente de América latina no supieron, no pudieron o no quisieron explicarle al electorado cómo iban a disminuir la pobreza, mejorar el nivel de la economía, contrarrestar la corrupción o contener la delincuencia. “Las grandes propuestas para Brasil que fueron realizadas en la campaña presidencial”, ironizó a principios de mes el principal semanario brasileño, en la edición posterior a la primera vuelta electoral. Era una tapa inédita: una página totalmente en blanco.
Si ése era el pobre análisis realizado cuando se largaba la competencia por el ballottage, el panorama parece haberse empobrecido aún más desde que Dilma Rousseff y José Serra empezaron a competir por demostrar quién era el mejor representante de Dios. Con un 70% del electorado profesando la religión del Vaticano, Brasil es el país católico más grande del mundo y el debate religioso inundó la campaña.
Y llegaron los milagros al Partido de los Trabajadores (PT). A pesar de que había declarado en varias oportunidades su apoyo a la legalización del aborto, Roussef, una militante que supo caminar por las filas del marxismo, redescubrió a Dios y la religión dejó de ser el opio de los pueblos.
La semana pasada, en visita al Santuario Nacional de Nuestra Señora Aparecida, la delfina de Lula da Silva dio a entender que el cáncer que enfrentó el año pasado la “acercó” a Dios. La experiencia milagrosa se produjo en la misma basílica de las afueras de San Pablo que recibió al papa Benedicto XVI.
A la candidata de Lula, y sobre todo a los líderes del PT, le preocupan las encuestas que marcan el “efecto religioso”: sólo el 29% de los católicos se habían pronunciado a favor de Serra en primera vuelta, pero tras las acusaciones de Dilma de proabortista, esa cifra ascendió al 41%.
Fue el mismo partido fundado por Lula el que siempre defendió el aborto. En la resolución de su Tercer Congreso, el PT declaró en septiembre de 2007 la “defensa de la autodeterminación de las mujeres frente a la discriminación del aborto” y pidió “la reglamentación del servicio en todos los casos de acceso público para evitar la muerte de centenares de mujeres, en su mayoría pobres y negras, que deben efectuarse abortos clandestinos”.
Tres años después de aquella proclama, José Dutra, el presidente del PT anunció recientemente que “la cuestión del aborto nunca estuvo en el programa de gobierno de Dilma” y aclaró que la candidata del oficialismo “está en contra del aborto y no va a modificar la legislación” si gana las elecciones.
El mismísimo Dios ya había sido convocado antes por el gobierno de Brasil. Fue a comienzos de este mes, cuando Petrobras declaró que se habían descubierto enormes yacimientos petrolíferos con una reserva probada de 5 mil millones de barriles, la mitad de la actual reserva petrolera de todo el país. En aquel momento, un Lula eufórico declaró: “Este descubrimiento muestra que Dios es brasileño”.
Entre tantas referencias divinas, los votantes todavía se están preguntando qué hará el próximo presidente con Brasil. Además de rezar, claro.