Hace algunos años estaba yo en la Feria del Libro, cansado, perdido, y con los cordones de las zapatillas desatados. Entré a una de las salas de conferencias, que se encontraba vacía, y me senté a reposar y a atarme los cordones en una silla que estaba en el estrado. Era realmente cómoda y me fui instalando, sin percatarme de que, poco a poco, la sala se iba llenando de público. Cuando me di cuenta, un presentador indicó que era mi turno de hablar de Derrida, la biografía de Benoît Peeters, autor que además estaba sentado a mí lado. Nunca había leído una línea de Derrida, y mucho menos de su biografía. No sé cómo, aterrado y ya con el micrófono encendido con cierta dificultad (había que apretar un botoncito rojo al que nunca le embocaba) recordé que en Wikipedia había visto (¡Ah, qué sería del periodismo cultural sin Wikipedia!) que Peteers había escrito también Trois ans avec Derrida. Les carnets d’un biographe (“Tres años con Derrida. Cuadernos de un biógrafo”), especie de making off, de diario de notas acerca del proceso de escritura de la biografía, libro al que describí como tan importante como el otro, y sobre el que aseveré que se potenciaban leyéndolos juntos (como se potencian si se ve Apocalypse Now, de F.F. Coppola, y luego se lee Notas a Apocalypse Now. Diario de una filmación, de Eleanor Coppola).
Otro caso semejante acaba de ocurrir entre nosotros. No hace mucho, en este mismo divertimiento dominical, reparé pletórico de interés y elogios en “Cómo sucedieron estas cosas”. Representar masacres y genocidios, de José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski, publicado por Katz Editores, uno de los más agudos, eruditos y también polémicos ensayos sobre la tensión entre representación –estética, literaria y filosófica– y genocidio; libro que, descuento, prontamente se volverá (si es que no ocurrió ya) referencia internacional sobre el tema. Pues ahora Burucúa acaba de publicar Cartas berlinesas I, en la editorial Adriana Hidalgo, que se integra a la serie de “cartas” que Burucúa publicó sobre el Mediterráneo oriental y Norteamérica.
Entre muchas otras maneras (porque Cartas… es sobre todo muchas otras cosas), en filigrana permite ser leído como el diario de la escritura de “Cómo sucedieron estas cosas”. Narrando su estadía en una reconocida institución académica en Berlín, a la que precisamente viaja a investigar para su libro en colaboración con Nicolás Kwiatkowski (ya en la primera página relata su encuentro con el secretario del Fellow’s Club al que “le resumí en cinco minutos el proyecto que tenemos con Nico y nuestras principales hipótesis”), un momento clave en esta lectura acontece en su visita al Museo Judío, en el que, a partir de una obra del artista israelí Menashe Kadishman, a partir de esa experiencia, “Nico y yo empezamos a indagar en la posibilidad de ampliar nuestra Pathosformel de la multiplicación de la silueta a una de la multiplicación del doble, del Doppelgänger”, que desemboca obviamente en el capítulo 5 de “Cómo sucedieron las cosas” –capítulo crucial en la argumentación del libro– acerca de las “Siluetas, máscaras, réplicas, fantasmas, sombras. La multiplicidad del Doppelgänger”. Los reenvíos entre uno y otro libro vuelven una y otra vez, sin cesar, como yo vuelvo una y otra vez a la lectura de ambos textos: marcas en la gran tradición del ensayo argentino cosmopolita.