Nunca antes la presidenta de la Nación tuvo que enfrentar simultáneamente dos rebeliones de tanta magnitud. Son los desafíos de la Corte Suprema, que va a guillotinar toda posibilidad de “cristinizar” la Justicia, y de los intendentes de Buenos Aires, que con Sergio Massa a la cabeza están redactando el certificado de defunción de la reelección indefinida.
Son batallas titánicas que todavía no terminaron. El estilo de Cristina es atacar de sorpresa, aunque ya trascendió el tipo de munición gruesa que está dispuesta a descargar sobre los supremos conducidos por Ricardo Lorenzetti y los barones bonaerenses que lidera el intendente de Tigre.
Lo más peligroso institucionalmente es el choque brutal de poderes que se viene y el intento de instalar, una vez más, que quienes se oponen a los deseos de Cristina impulsan un golpe de Estado. Utilizan con tanta frecuencia y frivolidad semejante acusación que han banalizado las palabras que remiten al infierno del terrorismo de Estado. Vacían de contenido el genocidio que padecimos. Cualquier disidente es descalificado como parte de una conspiración destituyente.
Sienten que son la encarnación de la patria y el pueblo, y que toda mirada crítica debe confinarse a la Siberia. Alejandra Gils Carbó, como una cruzada, apeló a lo inapelable de Víctor Hugo: “No se puede detener una idea cuando su tiempo ha llegado”. Autoritario serial, Luis D’Elía llegó a decir que si los gorilas fueron capaces de bombardear la Plaza de Mayo, tanto Pino Solanas como el Pollo Sobrero pueden haber ordenado a los maquinistas del Sarmiento que chocaran a propósito los trenes para erosionar la precandidatura de Florencio Randazzo. Los fundamentalistas creen que todos son de su condición. Varios voceros K hablaron de “dictadura de los jueces”. Julio Alak caracterizó a la Justicia como “corporativa, aristocrática y predemocrática”. El senador Marcelo Fuentes también comparó la actualidad con el odio del ’55, que antes se expresaba con el golpe de Estado y ahora con las sentencias.
La Presidenta ordenó aumentar el fuego cruzado sobre la Corte, intensificar las operaciones de desprestigio que ella misma inició discriminando al “centenario” Carlos Fayt y enviar al Congreso una ley para aumentar la cantidad de miembros del máximo tribunal. Pretenden una mayoría kirchnerista, que quiebre la resistencia del cuerpo. Y si es necesario, utilizarán jueces subrogantes. Escrúpulos, cero. Menemismo básico. O kirchnerismo fundacional.
El objetivo siempre es el mismo: que Cristina sea la conductora de la próxima década por ganar. Igual que en la Formosa de Insfrán o la Venezuela chavista. La jueza Servini de Cubría no casualmente citó en su fallo a Zaffaroni. Con perdón por la autorreferencia, copio y pego un fragmento de mi columna del 23 de octubre de 2011: “Los Kirchner ya lo hicieron en Santa Cruz en 1998. Carlos Zannini fue el ideólogo que forzó un argumento para utilizar el mecanismo de la consulta popular. Hubo apelaciones de varios opositores, pero ya tenían casi colonizada a la Justicia provincial. En aquel momento, dos legisladores nacionales del Frepaso viajaron a repudiar la reforma y rechazar la posibilidad de la reelección indefinida del gobernador Néstor Kirchner: Nilda Garré y Eugenio Raúl Zaffaroni. Néstor nunca olvidó aquellas acusaciones de cuasinazismo que hizo Zaffaroni, y el día que le ofreció integrar la Corte Suprema de Justicia sacó de un cajón la tapa del diario La Opinión Austral donde Zaffaroni fustigaba a Néstor y hablaba de la República de Weimar y el advenimiento de Hitler”.
A estas horas, Cristina enfrenta el paro de un campo unido, el costo político de haber completado el “ferrocidio” de Carlos Menem y de proteger en el Senado al ex presidente condenado a siete años por contrabando de armas, y la posibilidad de perder la elección en Santa Cruz por primera vez. Se nota la ausencia del pragmatismo de Néstor. Las reacciones espasmódicas llevan a Cristina del día a la noche. Pelea a muerte por expulsar a Cristóbal Colón para reemplazarlo por Juana Azurduy sin siquiera estudiar la posibilidad de la convivencia pacífica y, al mismo tiempo, ningunea a los pueblos originarios que le están pidiendo audiencia. Horas de cadenas nacionales para hablar de la soberanía gloriosa de la pesificación y el traje a rayas para los evasores y, de pronto, da una vuelta de campana en el aire con un blanqueo derechista e inmoral y con la insólita aventura de un sueño que puede ser pesadilla: la emisión de cuasidólares.
Estos comicios son clave para lograr la “eternización” de Cristina. El obstáculo más novedoso es la silenciosa insurgencia de un grupo de intendentes bonaerenses que son muchos más de los que parecen. Más que el amor, los une el espanto de perder el poder en sus distritos. Entendieron que si los concejos deliberantes se les llenan de camporistas serán destituidos de inmediato. Hay hartazgo frente al verticalismo implacable que decide si les manda obras públicas con coimas incorporadas o tormentas perfectas, de acuerdo con el nivel de sumisión de cada uno. Creen haber encontrado en Sergio Massa la figura taquillera que los defienda de las patoteadas del poder central. Todavía falta comprobar la real envergadura del fenómeno político, porque depende casi exclusivamente del protagonismo de Massa, pero algo inédito se está gestando en el subsuelo sublevado de la patria bonaerense que explica el 40% del padrón nacional.
Massa duda respecto de ser un opositor rabioso. Ya se encargará Cristina de convencerlo con sus ataques. Por ahora, Randazzo sirvió el aperitivo al decir que nadie sabe lo que piensa. Massa aspira a nuclear alcaldes con votos y gestión de matriz peronista, vecinalista, radical y macrista. No es sectario ni excluyente. Ni Darío Giustozzi (el intendente más votado) ni Jesús Cariglino (está invicto ante el kirchnerismo) son nenes de pecho ni suicidas. Son peronistas de libro, de estilos y generaciones distintos que acaban de sumarse al mayor proyecto presidencial del post kirchnerismo que existe hasta ahora: Massa 2015.