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razones

Don Manuel

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Por favor, ¿qué me le están haciendo a don Manuel Belgrano? El está allí tan tranquilo, espada en ristre en la intersección del Bulevar Oroño con el parque, y me le han clausurado la vista de los árboles y de los críos que juegan en el rosedal y me lo han llenado de andamios y de pesadas lonas que seguro le han de molestar bastante. A mí también porque cada vez que paso por  ese lugar echamos un párrafo el prócer y yo, cosa que me resulta altamente estimulante. Qué tal, don Manuel, le digo yo. Bastante bien, m’hija, dice él que es todo un caballero como usted sabrá. Y agrega: Anoche hizo un poco de frío pero el bronce es abrigado y uno siempre estuvo acostumbrado a ciertos rigores así que no me molestó en absoluto. Usted es una maravilla, le digo yo antes de despedirme. Vamos, vamos, dice él, que además de ser el papá de la blanca y celeste es modesto, uno tiene que cumplir su misión en la vida, ¿no le parece? Le digo que sí, que me parece y que sigo creyendo que él es y fue y seguirá siendo una maravilla, y se me hace que se ruboriza pero discretamente así que nadie se da cuenta salvo yo y algún otro chiflado que habla con las estatuas y con los árboles. Hasta luego, le digo apurada  porque siempre paso por ahí cuando voy a algún otro lado a los santos piques. Hasta luego, responde, y sigue: Cuídese, mire que en esta época el clima se pone traidor. No se preocupe, le digo yo, ya de bastante lejos, ya me abrigué.
Buen tipo, don Manuel. Yo ya me lo había maliciado y ahora lo confirmé. Razones tenemos para sostenerlo, ¿no?