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Doña Petrona, el populismo kitsch

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La puesta en escena de Comedia repostera, de Alfredo Arias, en el Cultural San Martín, ha sido extraordinariamente oportuna en momentos en que crujen los cimientos del mapa político y se busca una nueva ontología argentina. La obra evoca la figura de Doña Petrona C. de Gandulfo, una mujer que dominó la pantalla de la televisión argentina durante más de veinte años y que, aun en blanco y negro, logró generar la ilusión technicolor de sus tortas. ¿A qué se debe que una señora que cocinaba con ingredientes muy caros fuera venerada en las barriadas más humildes? ¿A qué se debe el éxito de una mujer cuyos postres eran casi imposibles de preparar porque siempre había algo inhallable en sus recetas? Sentenciosa, daba opiniones enfáticas sobre cosas fútiles como la importancia de usar corpiños Etam para poder batir la crema chantilly, pero caía en una vaguedad exasperante a la hora de fijar qué cantidad de manteca debía ponerse en una receta, al punto de llegar a decir que dependía de las condiciones meteorológicas. Proveniente  de Santiago del Estero, era una conservadora contumaz y elevaba a un rango homérico al ama de casa. En el programa Buenas tardes, mucho gusto llevaba un registro de amas de casa que alcanzó el número fantástico de seiscientas mil. Era nacionalista, usaba escarapelas desaforadas y hacía tortas con la bandera argentina pero, contradictoriamente, recomendaba los productos europeos de los almacenes Harrod’s. Fue una emprendedora que empezó trabajando en una fábrica de cocinas y llegó a dominar las tardes de la TV argentina, pero el paradigma que transmitía era el de la mujer sumisa, el ama de casa ejemplar que se quedaba cocinando para el marido, que salía a trabajar. Tal era su machismo, que casi nadie conoce cuál era el apellido paterno que escondía bajo la inicial “C” y todos la conocen por el “de Gandulfo”, que representa su condición de mujer casada, de “señora de”. En rigor, su madre, Clementina, le enseñó a hacer postres como un simple recurso para atraer a los hombres. Por eso, tal vez en su libro (que fue best-seller absoluto y comenzó a ser llamado “La Biblia”) ella daba consejos a las amas de casa para retener al marido. Y no por nada sus postres eran más para mirar que para comer: su superficialidad se parece mucho a las recetas efímeras del populismo.

No por casualidad, su centralidad comenzó en la radio, durante el primer peronismo. Llegó a la televisión en 1952, manteniendo un gran éxito hasta principios de los años 80, es decir durante el período de mayor degradación institucional. Pudo atravesar sin problemas los gobiernos de prepo de Onganía, Levingston, Lanusse y Videla, por lo que algunos sostienen que tuvo relaciones estrechas con los cuerpos militares, aunque Doña Petrona lo refutara diciendo que sólo tenía relaciones con el cuerpo de su marido. No por casualidad daba clases en la Acción Católica y mostraba esa religiosidad light cuya estética se sintetiza no en Dios sino en la Virgencita, en una caridad ostentosa y en cierta homofobia.

Doña Petrona, una suerte de versión kitsch del peronismo bonaerense, era conservadora, patriotera, católica a la argentina y familiera. Las amas de casa, pudieran o no hacer las estrafalarias tortas misal o capilla que ella diseñaba, soñaban vicariamente –a través de su cocinera estrella– un utópico sueño colectivo. El populismo no hace menos pobres a los pobres pero los hace sentir protagonistas de una epopeya. No importa que sea ilusión. No importa que estén siendo usados para que un grupo de políticos astutos se llenen los bolsillos. Lo que importa es que esa fantasmagoría les permita abrazarse a una venganza simbólica. Es un fraude. Pero un fraude compensatorio que tal vez ayuda a los humildes a sobrellevar sus viditas miserables, a cambio –y éste es el inconveniente– de una renuncia definitiva a la revolución personal de ser alguien por sí mismos.

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*Escritor y periodista.