JAIME DURAN BARBA*
Hace dos semanas miles de personas desfilamos en Washington exigiendo el fin inmediato de la guerra en Irak. El evento tuvo el colorido propio de las movilizaciones de la izquierda norteamericana. Disfraces, carteles pintorescos, muchos colores y sentido del humor. A algunos alumnos de la universidad que nos acompañaron, acostumbrados a los ritos de la izquierda latinoamericana, les llamó la atención la diversidad: protestábamos juntos sajones, negros, latinos, cristianos, islámicos, judíos, hombres, mujeres, gays, niños, gente de mediana edad y viejos veteranos de las guerras de Vietnam y de las revoluciones vitales de los setenta. Varios enarbolaban una bandera norteamericana en la que las estrellas habían sido sustituidas por el signo de la paz. Cerca, había otra manifestación: unos cientos de partidarios de la guerra gritaban “apoyemos a nuestros soldados”, reunidos junto al monumento a los caídos en la Guerra de Vietnam. Eran todos hombres, con ropa de cuero negro, rubios, sajones, fornidos, agresivos. Cuando nos acercamos, nos insultaron. Eramos latinos y por tanto inferiores.
En las próximas elecciones norteamericanas se enfrentarán esas visiones de la derecha y de la izquierda del nuevo milenio. Los precandidatos del Partido Demócrata que aparecen en las encuestas con más fuerza son Barack Obama, senador negro, nacido en Hawai, hijo de un emigrante de Kenia; Hillary Clinton, que podría ser la primera mujer que presida este país; el gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, hispano, educado en México, que es además hijo de un nicaragüense. Del lado republicano, por el momento, encabeza las preferencias un candidato que predicó que la forma de enfrentar el delito era la “Tolerancia Cero”. En el fondo, está la contradicción entre una Norteamérica pluralista, democrática, y el autoritarismo del gobierno de Bush.
BARACK OBAMA E HILLARY CLINTON. Son senadores y se convirtieron en los principales precandidatos de los demócratas para reemplazar al presidente George W. Bush | |
La extrema derecha latinoamericana mantiene la tesis de Sarmiento que dividía América en “civilizados y bárbaros”. Cree que mientras más sajón es el elector, es más inteligente y educado, y mientras más latino, o indígena, más salvaje. En algunos círculos reaccionarios argentinos, ser “boliviano” es una acusación, como lo es ser “colombiano” en Ecuador, o latino en Estados Unidos. Los racistas se sorprenden cuando conocen en el Medio Oeste norteamericano a sajones que creen que Argentina está junto a Nicaragua y descubren que Benito Juárez, el gran estadista mexicano, fue un indígena que aprendió el español como su segunda lengua. Los nacional socialistas de nuevo cuño difunden un autoritarismo pintoresco. Hace pocos meses, cientos de nazis chilenos con svásticas y retratos de Hitler enterraron a uno de sus dirigentes. Todos eran pobres, de tez obscura, habrían sido exterminados si hubieran vivido bajo el gobierno de Hitler. Con otros juegos simbólicos, Evo Morales impulsa un racismo aymará que excluye a los demás bolivianos. Un coronel caribeño (Chávez) aplasta a la oposición, persigue a los que discrepan, busca ser presidente vitalicio. Recibe como héroe al presidente de Irán, un estado teocrático, machista y antisemita. Muchos mantenemos que nadie es dueño de la verdad, creemos en el respeto a las minorías y a los que discrepan, en la alternancia en el poder. No votaríamos nunca por Pinochet en Chile, por Chávez en Venezuela, por Mahmud Ahmadinejad en Irán, por Bush en Estados Unidos, ni por Castro en Cuba. Cuando podemos, exigimos que la guerra de Irak termine, y que la tolerancia y el respeto a la diversidad sean pilares del cambio que necesitan nuestros países.
*Consultor en estrategia política, desde Washington.