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humildades

Dos mujeres

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Mi mujer me contó que Alejandra, la madrina de mi hija, tenía una obra como videasta, fotógrafa y poeta. Hasta ese momento era la madrina de mi hija y una buena amiga de mi mujer y colega de ella, porque sí sabía que trabajaba como fotógrafa. Se llama Alejandra Urresti y esa noche miré en la computadora su trabajo, para mí, “secreto”. Un martillo forrado con la palabra “felicidades”, un montón de talonarios con la palabra impresa “paciencia”, un largo video filmado en Cuba donde cien personas muy disímiles dicen a cámara la palabra “Alejandra”. Este video me hizo llorar. Me acordé de unos versos de Juan Gelman que decían, más o menos, así: “Hagamos un mundo para que Alejandra se quede”. Porque el trabajo de Urresti es un sistema ramificado en diferentes géneros y soportes para oponerse a la hostilidad del mundo.

Mientras, en otro lugar de Ciudad Gótica, vive la mujer de Ulises, que me cae diez mil puntos. Estoy en su casa después de almorzar y miro un cuadro circular, con una figura bordada, una especie de mundo de colores, un planeta feliz al que podemos mirar de vez en cuando y orbitar si queremos.

El cuadro, el planeta, tiene oxígeno y, de bajar ahí, encontraríamos vida. Pregunto de quién es ese cuadro y me dicen que es de ella, que –al igual que Alejandra– tiene una obra que es expuesta en galerías con repercusión. Se llama Jazmín Berakha. Trabaja con dibujos, imágenes, bordados, objetos. Miro también su página a la noche y veo figuras delicadísimas, como dibujos japoneses, pequeños haikus de color que me transmiten alegría e intensidad. Nada de cinismo, gran emoción. En esta época donde muchos son primero artistas y después hacen arte, estas dos mujeres me impactaron doblemente. Bajo perfil absoluto, una obra hermosa pensada como si fuera un acto privado. Silencio, destierro y humildad.

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