Según me cuentan quienes fueron, el recientemente inaugurado Centro Cultural Kirschbaum tiene una sala de conciertos con una formidable acústica, pero también presenta problemas, tales como… Perdón, ¿qué dije? ¿Escribí Kirschbaum? ¡Quise decir Kirchner! ¡Qué fallido! Nuevas disculpas, soy bastante torpe, no entiendo nada de política y se me mezclan las cosas. De hecho, donde los demás ven grietas entre unos y otros, yo sólo veo profundas líneas de continuidad; donde los demás ven diferencias ético-políticas, yo sólo veo peleas por plata; donde los demás ven libertad de opinión yo sólo veo censura, en fin, no entiendo nada. Quizás por eso, por no entender nada, espero cosas del periodismo que el periodismo ya no da (en caso de que las haya dado alguna vez). ¿Qué espero? ¿Honestidad intelectual? Eso ya sería demasiado pedirle. Espero algo menor, chiquito, sencillo: notas bien escritas. En un castellano digno, con una sintaxis refinada, con ideas inteligentes. Alguien que use la palabra escrita precisamente para eso, para escribir. Estaría tentado a pensar que esa situación tiene mayor chance de prosperar en las secciones de cultura u opinión, antes que en las de política o espectáculos, donde cuanto más ágrafo se es, más posibilidades se tiene de llegar a tener un programa en TN y volverse famoso. Sin embargo, aun en las zonas culturales de los diarios ocurre muy de vez en cuanto, por eso cuando acontece no puedo dejar de destacarlo. Semejante buena nueva sucedió dos veces la semana pasada, pues doble es mi alegría y tal mi entusiasmo que pienso ahora dedicarme sólo a glosar esas dos notas bien escritas, agudas, inteligentes y que ejercitan el placer de la lectura.
La primera fue la reseña escrita por Matías Serra Bradford el viernes 5 de julio en ADN, sobre Octavio Paz en su siglo, de Christopher Domínguez Michael. Pocos escritores me resultan tan indiferentes como Paz y, sin embargo, pocos libros esperaba con tanta ansiedad como el de Domínguez Michael (a riesgo de repetir lo que ya escribí alguna vez en este espacio, creo que Domínguez Michael es el más grande, ilustrado y equivocado crítico literario mexicano. Su modo de llevar esa perseverancia en el error con tal garbo lo vuelve único). Escrito con erudición, elegancia y una suave ironía (“tratándose de un crítico certero, sorprende como por momentos cae en cierta docilidad [...] desconocida para sus lectores, que dan lugar a alabanzas hiperbólicas” o “La intensidad adicional de esta biografía la proveen no pocas digresiones autobiográficas. Es curioso que el libro personal de un escritor resulte una biografía”), artículos como el de Serra Bradford jerarquizan la escritura en medios masivos, siempre tentados de caer en el populismo (no alcanza con ser anti K para no ser populista) de cerrar suplementos culturales, o de sacarle páginas o de fabricar “dos en uno”, uniéndolos a otras secciones.
La otra nota es la de Juan Villoro, en El País del sábado 6 de junio, sobre la política mexicana pensada desde el lugar del “extra” en el cine, desde el lugar de los que no tiene voz. La forma notable en que Villoro imbrica influencias literarias, historia del cine, el gusto por la anécdota y reflexión política puede ser leída, también, como una intervención crítica acerca de qué significa escribir en un medio masivo.