—¡Vamos, corré! –me grita Matías, mi personal trainer.
—¡No puedo más! –le digo, casi sin aire.
—Pero si no completaste ni 200 metros… y acordate de que dijimos que hoy tenés que hacer 4 kilómetros.
—¡¿Cuatro kilómetros?! –pregunto sin poder creer lo que estoy escuchando–. ¡Aplicame el 2 por 1, dale! Cerremos en dos kilómetros, ¿sí?
—¿Pero quién te creés que sos? ¿Astiz?
—No, pero esto que me estás haciendo hacer es un crimen de leso ejercicio físico. ¡Y vos sos cómplice! ¡Torturador! ¡Genocida!
—No me vengas con la teoría de los dos demonios –aclara Matías–. Esto lo hago para que estés bien físicamente. ¡Estás hecho un desastre, no te podés mover!
—Es que lo mío es el trabajo intelectual… –trato de disculparme mientras voy deteniendo la marcha.
—¡No pares! –me grita Matías–. Estás hecho un desastre. No sé cómo hiciste para marchar de Congreso a Plaza de Mayo.
—Es que hice justicia por mano propia, me apliqué el 2x1 y sólo marché de 9 de Julio a Plaza de Mayo –admito mientras casi me detengo por completo–. Supongo que la Corte Suprema se apiadará de mí.
—¡Bueno, basta! –grita Matías–. Tenés que seguir corriendo. ¿O para qué me pagás, entonces?
—No sé –respondo–. Antes era porque querías que te presentara a Kicillof y a Prat-Gay. Pero ahora no tengo idea. ¿Será porque tenés la esperanza de que te presente a Facundo Moyano?
—¿Lo conocés? ¡Qué bombonazo!
Matías cambia completamente la actitud y ya no le importa si corro a toda velocidad o si me tiro en el pasto a fumar.
—No, no lo conozco. Pero no creo que necesite un personal trainer.
—¡Todos necesitan un personal trainer! –se enoja Matías–. Incluso ese potrazo. Nunca viene mal alguien que te ayude a fortalecer esos músculos, ese abdomen, esos glúteos, ese…
—Bueno, dale, con tal de que no me jodas más te consigo el número de Moyano y…
—¡Facundo, eh! –interrumpe Matías.
—Sí, Facundo. Aunque si dejás de hacerme correr tanto también te consigo el número de Hugo, si querés. Y el de Pablo, y hasta el de Chiqui Tapia, si me dejás volver a la productora a escribir, que es lo que sí sé hacer.
—Yo no diría tanto –aclara Matías–. Ahora, si lo comparás con cómo sos haciendo ejercicio, entonces sí, sos el Premio Nobel de Literatura. ¡El Bob Dylan del periodismo!
Me voy a la oficina. Entro en jogging, todo transpirado. Está Moira, mi secretaria, riéndose, sentada frente a la compu de mi escritorio. No me ve entrar y la sorprendo mirando fotos del Negro del WhatsApp.
—¿Qué hacés? –pregunto, algo enojado.
—Eeehhh… hola… es queeee… no te escuché, perdón.
—¿Me podés decir qué hacías?
—Estaba… eh… miraba si no estamos siendo víctimas de un ciberataque. Como le pasó a Telefónica… creo que nos hackearon y… bueno, no estoy segura, pero… estoy investigando… tengo que seguir con mi trabajo de campo… eh… a ver qué pasó en las otras compus y…
Moira no termina la frase. Se levanta de la silla, cierra todas las ventanas y abandona rápidamente mi oficina. Cuando sale Moira entra Carla, mi asesora de imagen, con la vista clavada en su iPad.
—¿Vos también sufriste un ciberataque? –le pregunto.
—Por el momento no –responde, sin sacar la vista de la pantalla–. Y espero no sufrir ninguna operación, tampoco.
—¿Qué clase de operación?
—Ninguna –dice, minimizando el asunto–. ¿Quién me va a hacer algo si el jefe de la inteligencia es un honesto y muy capacitado ex representante de futbolistas?
—Epa, veo que estás picante –me sorprendo–. Me gusta, me estás dando buen material para mi columna política.
—Deberías poner algo sobre Odebrecht y el soterramiento del Sarmiento.
—¿Por qué? –pregunto.
—No, por nada –responde Carla–. ¿Para qué, si se trata de una empresa limpia y honesta, manejada por humanistas literatos? Seguro que le pusieron así en homenaje a Bertolt Brecht.
—¿Vos decís?
—“Hay hombres que coimean un día y son corruptos. Hay quienes coimean dos días y son más corruptos. Hay quienes coimean muchos días y son muy corruptos. Pero están quienes coimean toda la vida: esos son los imprescindibles para esta empresa”, Bertolt Odebrecht –recita Carla.
—¿Debería poner algo sobre Bertolt Brecht, entonces?
—Yo te diría que mejor hables sobre Odebrecht.
—¿Sí? –me sorprendo–. Yo pensaba poner algo sobre la marcha multitudinaria para pedir la nulidad del 2x1.
—¿Vos te referís a esa marcha que acaparó la atención de la gente mientras el Gobierno tomaba deuda por casi 3 mil millones de dólares? Como quieras…
—Hoy te veo pesimista. Y con muy pocas ganas de reconocer la lucha del pueblo por los derechos humanos. Casi te diría que estás aportando a la teoría de los dos demonios.
—Sí, ponele. Mi idea es ser a tu productora lo que Lilita Carrió es a Cambiemos.
—Me inquieta mucho la idea. Aunque supongo que es eso o que ganara Scioli. Y ahí sí que la cosa está difícil.
—¿Viste que el que agita la teoría de los dos demonios sos vos? –chicanea Carla.
—Lo banco a Scioli –admito—. A mí me cae bien un tipo al que le gusta promocionar la línea de lencería de una amiga. Es un lindo gesto.
—En eso tenés razón –reconoce Carla–. Son pocos los políticos que se animan a mostrarse sensibles y mostrar públicamente cuánto quieren a sus amigos. O amigas, en este caso.
—Igual, lo de mandar a abortar a su novia fue un poco fuerte…
—¡Ojo con lo que decís de Daniel, eh! –se enoja Carla–. ¿Sabés lo importante que es para el país tener un dirigente progresista que está a favor del aborto?
—Pobre Daniel: se quedó sin la caja, sin la pauta, sin Karina, sin Pimpinela y sin Montaner. ¡Debe ser muy duro!
—Tranquilo, que en este país de todo se vuelve. Mirá el Gobierno: al principio salieron a justificar el 2x1 y al otro día salieron a decir que era una barbaridad. A ese ritmo, en una semana más pasaban a la clandestinidad y se iban a combatir al monte tucumano.
—Y ahora la Corte dice que estuvo mal –agrego.
—Por supuesto. Hasta Messi vuelve a la Selección porque la FIFA le levantó la sanción. ¡Hasta Higuain está en la final de la Champions League! En cualquier momento vamos a pedir por favor que siga en la Selección.
—Hasta Alberto Fernández vuelve a ser una figura importante de la política argentina –agrego.
—Lo que te digo: esto es Argentina, el país del eterno retorno –concluye Carla–. Porque todo pasa, hasta la grieta pasa. Pero el
retorno siempre queda. Eso sí, siempre se paga taca taca. Cuando se trata de retornos, a nadie se le ocurre, jamás, pedir un 2 por 1.