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Dos regiones, una tendencia

Cuando los Estados pierden consistencia, por arriba y por abajo, una reflexión sobre Escocia y a Cataluña y sus reclamos de independencia, uno ya rechazado, el otro de muy difícil camino.

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Nuestro amigo Ricardo Ottonello, en 2013, mientras comía un rape con vinagreta de cebollino en la Plaça Sant Agustí Vell, escuchó decir a tres barceloneses en su idioma: “No hay político español que tenga autoridad moral para gobernar Cataluña”. Era la víspera del Onze de Setembre, fecha nacional catalana.

Este año, una ley catalana decidió que el 9 de noviembre próximo se hará la “Soberana” (referéndum de autodeterminación de Cataluña). Las preguntas serían dos: “¿Cataluña es un Estado?”; y luego: “¿Independiente de España?”. Todos imaginábamos por entonces (2013) que en la Diada (síntesis en catalán de “día nacional”) iba a tronar que “Sí. Sí. ¡Cataluña vieja y peluda, sola y por los palos!”. Pero todo cambia, como en la canción de Numhauser que inmortalizó Mercedes Sosa.

La Diada fue muy distinta de los años anteriores, en absoluto una mascarada turística. Don Artur Mas, presidente de la comunidad autónoma, adelantó un día todos los actos oficiales, papelón mediante. El 11 en el Fossar (cementerio en el que están las sepulturas de los caídos por Cataluña) no cabía un alma, viva o muerta. Els Segadors –himno con rango estatutario– se entonó a media tarde, con una pasión que envidiaría nuestra Doce en la Bombonera.

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A las 17.14 se conformó la “uve” (letra “v”) en Diagonal y Gran Vía. La Guardia Urbana la estimó en 1,8 millones de personas. La gestión preventiva de Mossos (policía de Barcelona) y de Guardia (seguridad pública nacional) fue excelente. Los antifeixistes (antifascistas) y los neonazis no llegaron a tocarse nunca.

Al caer la noche, la ciudad era una fiesta y cada cincuenta metros había un castellet (torres humanas de varios pisos cuya erección requiere unas habilidades particulares transmitidas de familia en familia).

Vivimos una época en la que los Estados pierden consistencia, por arriba y por abajo. Por arriba, en uniones supraestatales como la europea. Por abajo, en vínculos territoriales fuertes entre el votante y el gobernante, como los ayuntamientos. En ese contexto: ¿adónde va Cataluña?

¿Puede ser acaso nueva socia de Europa habiendo roto con la socia preexistente que es España? La élite catalana, ¿tiene otro plan? ¿Salir de España y de Europa y ser un país duty free, una especie de Andorra plus? ¿Lo aceptaría la izquierda catalana, que se ha criado en lo mejor del maridaje por conveniencia entre la lucha de clases y el Estado de bienestar?

A este paso, habrá una elección el 9 de noviembre. Y si el voto independentista es claramente mayoritario, Cataluña emitirá su declaración de independencia. Sin considerar cómo reaccione el Estado español, los catalanes muy rápidamente se darán cuenta de que los insensatos pasos dados no los llevan a solucionar nada. Ni la crisis económica actual se debe a la “prisión de España”, ni la salida o suspensión de Europa les resultará en mejor destino.

Por ese camino puede aparecer el espectro demacrado de un enfrentamiento civil entre derechas que quieren liberalizarlo todo (estilo Mónaco) e izquierdas que quieren estatizarlo todo (estilo nadie, pero se declama por doquier en el ambiente).

Si se llegara a eso, forzosamente deberá incorporarse al análisis la evolución del problema ruso y del problema islámico. Recordemos: en 1914 Europa era un continente culto y admirable, que tenía las cancillerías más espléndidas de su historia… y se demolió a cañonazos.

Tampoco es posible descartar el factor emocional: Madrid y Barcelona se han agraviado demasiado, y desde hace demasiado tiempo. Los niños crecen en la educación primaria de esos agravios. Un pueblo necesita un relato para constituirse, lo mismo da que sea verdadero. Y Cataluña se ha constituido modernamente con el relato de la “prisión” y el agravio de España.

Puesto en esos términos, este proceso seguirá y se hará más profundo. Los partidos políticos españoles (PP y PSC-PSOE), hoy cuesta abajo en sus prestigios, adelantan desde Madrid propuestas juiciosas: una reforma constitucional, unos nuevos pactos fiscales de autonomía.

Pero ni la CiU (Convergència i Unió; Convergencia y Unión) gobernante en Barcelona, pese al “escándalo Pujol”, ni ERC (Esquerra Republicana; Izquierda Republicana) hablan ese idioma.

España se ha peleado otra vez con sus demonios históricos: los partidos caciquiles (Joaquín Costa), las querellas soberanistas. Y ninguno de esos factores es el culpable de que el país entero aún no tenga claro su lugar en el mundo del siglo XXI.

Así mirado, es de esperar que el 9 de noviembre no arroje un doble “sí” masivo. O que, si lo arroja, el presidente catalán Artur Mas muestre –por una vez– redaños y neuronas (al mismo tiempo).

A 1.675,87 kilómetros de allí, en Glasgow y alrededores, se supo que el whisky, el golf, las gaitas y las lanas de cashmere seguirán siendo por ahora productos regionales de Escocia. Los resultados del referéndum por la independencia dejan a Escocia partida en mitades y dividida sobre sí misma. Lo que hace diez años era el embrión de una alarma que no superaba un 10% de los votos, ahora acopió 45%. El señor Salmond no seguirá siendo ministro principal (ni líder del Partido Nacional de Escocia) y los señores David Cameron y Ed Milliband (Laborista) deberán proponer con rapidez al Parlamento las reformas que prometieron en Edimburgo días pasados, estrujados por el pánico.

Pero es previsible que en la ventanilla de reclamos se forme una cola integrada por Gales, Irlanda del Norte y la propia Inglaterra, regiones que también piden ventajas autonómicas. Como Inglaterra, algunos de cuyos representantes no aceptan que Escocia tenga dos sedes parlamentarias –la de Londres y la de Edimburgo–, y reclama un Legislativo exclusivamente inglés. Si la tendencia a exigir mayor autonomía continúa y crece en diferentes regiones de Europa, quizá –de aquí a algunos años– los escoceses vuelvan a plantearse la opción independentista.

Para el gobierno español y para los catalanes (que no tienen el amparo de la constitucionalidad segura de la consulta interbritánica), el resultado es
ansiolítico para Madrid y adrenalínico para Barcelona.