Yo quería que Guadalupe estuviera tranquila todo el día para que pudiera preparar sus clases y, como era feriado, me quedé con Anita desde que se despertó hasta que se durmió. Por la mañana la llevé al parque donde también llevo a nuestra perra Rita y por la tarde visitamos a amigos con hijos de su edad. Cuando volví a casa, le preparé el baño, la bañé, le leí El principito –qué dedicatoria genial que tiene en el comienzo– y se durmió. Pasé a la cocina y lavé todas las cosas que se habían acumulado. Después agarré la basura y la bajé; cuando subí, Guadalupe me esperaba con un tenedor en la mano. Me dijo: está mal lavado. Me fastidié, me fui al cuarto y prendí la tele. Agarré empezada una película de Tom Cruise. Me quedé mirándola porque me pareció que el que hacía de malo era Werner Herzog. La miré desde más de la mitad hacia adelante. Tom Cruise es una especie de agente secreto que colabora con una abogada. En un momento, le dice a ella: “Sólo tres personas saben que estoy acá, vos, tu padre y el policía negro. Confío en vos, así que entre los otros dos está el traidor”. La mujer se queda mortificada. Por varias peripecias del guión, secuestran a la mujer para conseguir que Cruise vaya a buscarla, lo quieren a él. El policía negro era el traidor. Encierran a la abogada en una casa rodante en medio del desierto y la rodean de asesinos a sueldo. Cruise va hasta allá y la rescata después de matar a cinco tipos –lo hieren de bala– y de pelear cuerpo a cuerpo con el más malo de Titanes en el ring. En esta pelea le clavan un cuchillo y le parten una costilla. Igual el capo de la Cientología sale airoso, entra a la casa rodante donde está cautiva la abogada y mata de un tiro al policía negro. Se miran con la mujer. Ella está atada y amordazada. Cruise le saca la mordaza. La mujer le dice: “Te equivocaste con lo de mi padre”.