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millones

Dos veces cien

Si es verdad que veinte años no es nada y febril la mirada etcétera como dice el tango, ¿cuánto es doscientos años?

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Si es verdad que veinte años no es nada y febril la mirada etcétera como dice el tango, ¿cuánto es doscientos años? Depende de muchos factores, incluyendo las matemáticas, aunque usted no lo crea. Si es la cantidad de años que todos esperamos que viva la gente para cuando sigamos portándonos bien, sin fumar sin alcohol sin vicios y con mucha gimnasia, doscientos años es muchísimo pero muchísimo. Ahora, si es en la historia de un país, minga de muchísimo, es apenas. Es poquito, un parpadeo, media palabra, un gesto, un juego de mesa en una noche de invierno.

Pero para nosotros, que vivimos un promedio de… ¿de cuántos años?, setenta, sesenta y cinco, ochenta, qué sé yo, doscientos es muchísimo, una enormidad. Y tal vez lo sea. Mire todo lo que ha pasado en estos doscientos años. Si nos dedicamos a pasar revista a la historia argentina, usted y yo y mucha otra gente estaremos de acuerdo en que pasaron más cosas que en una película de Cameron, buenas, terribles, atroces, maravillosas, y también estaremos de acuerdo en que eso, todo eso merece un festejo que ni los desfiles de don Dionisos con racimos de uva y todo.Yo estoy totalmente de acuerdo en lo del festejo. Caramba, hemos llegado hasta aquí, cierto que no en condiciones ideales pero hemos llegado, un poco moretoneados, llenos de cicatrices, con un ojo en compota y un dolorcito aquí y un calambre allá, una contractura en la columna cervical, una úlcera incipiente en el duodeno pero llegamos, y lo hacemos munidos de la mejor de las armas, la que no mata sino que da vida, la esperanza. Con esperanza y con deseos, que es lo importante. De veras, piénselo. ¿Qué nos estaba pasando hace doscientos años, a ver? Que nos atormentaban los dolores y los conflictos y los dramas de la adolescencia: ¿quién soy realmente? ¿qué es lo que quiero de la vida? ¿qué voy a hacer ahora? ¿y después? Quiero crecer. No, no quiero. Quiero pelearme con todo el mundo. No, al contrario, quiero estar en paz conmigo mismo y con el mundo entero. Quiero todo. Eso es. Porque, ¿cómo se construye un país? Probablemente con eso, con “quiero todo”. Y no está mal.

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Festejo, festejamos porque tenemos detrás una historia movida, caótica a veces, multicolor, desgarrada, herida, curada, caída y vuelta a levantar, orgullosa y dolorida, todo junto.

Y festejo, festejamos, porque nos asiste el deseo. Porque sí que queremos crecer. Sí que queremos dejar atrás la adolescencia.

Tal vez ya la hemos dejado, de a jirones, a veces a sabiendas, otras veces sin saberlo y dándonos cuenta años después. Con orgullo, sí, eso también.

No con soberbia pero sí con la aceptación de ser quienes somos y tal como somos. Ese, créame, es el camino del festejo tal como yo lo veo. Por eso hubo millones de personas en las calles, y todas mirando hacia el mismo punto, hacia el futuro, querida señora, amable señor, hacia lo que después de doscientos años queremos llegar a ser.