Una está lista para la primavera, vamos, falta tan poquito, un algo de césped verde y un mucho de sol amarillo y flores de todos los colores que están ahí nomás. Ah sí, ahí nomás pero sin moverse, quietitos, sin llegarse hasta mi jardín y ni siquiera al parque, que es enorme y tiene lugar para todos los soles posibles y no digamos los yuyos y las flores. Pero, caramba, con el poco trabajo que hace falta para llegarse hasta acá y, no, ahí se queda, en el horizonte, sin moverse. Y entonces hace frío, el cielo está gris, de vez en cuando larga una llovizna y de primavera ni hablemos y de bichitos y pajaritos, menos; si hasta parece que se han mudado de ciudad, de continente y de planeta. Qué mala suerte. En vez de ello, no sé, fantasmas tal vez, o monstruos, ay no, monstruos no; bueno, sombras, eso, sombras nada más como en el tango y, en vez de pajaritos, cocodrilos o dragones. Eso, eso es, es un clima para dragones. Ya se sabe que los dragones son seres muy especiales. No, querida señora, no se me vaya a internet a buscar lo de los dragones porque va a terminar por darle un ataque y los del loquero le van a ofrecer un precioso chaleco de fuerza. Usted dígales que no, que no le hace falta eso del chaleco, que lo que quiere es calorcito y sol y flores y pajaritos, y que no le placen los cocodrilos ni los dragones. Bueno, quizá los dragones sí porque, siendo lo que son y asentándose sobre todo en la imaginación antes que en los bosques umbríos, dan para mucho más que los pajaritos que, si bien se mira son un poco idiotas, por lo monótonos digo, y que las libélulas y el termómetro por los cielos y los helados y el sol que desde allá te flecha y hay que ir a lo del dermatólogo, que por supuesto te va a retar y te va a explicar cómo y cuándo hay que tomar lo que mis tías llamaban “baños de sol”, que venía a ser lo mismo que hacemos ahora pero con más ceremonia y mejor oportunidad. De modo que no les deje el lugar a las sombras ni a los monstruos y dedíquese en todo caso a los dragones, que son sumamente interesantes. Siempre andan rondando la felicidad, vea. Pero la felicidad estrepitosa y estruendosa. Digo que cuando hay bochinche y música y alharaca y, por qué no, un vinito sabroso en las copas, los dragones no aparecen porque no les interesa el clima. Lo que les interesa es el brillo, el estruendo, el borde del mar, las enredaderas, las lianas, el murmullo de las hojas, ese que cuando hay tormenta se transforma en un coro de chirridos y chillidos, de roces y de topetazos y de fragor de armas y caballerías; pero eso sí, sin heridas y sin muerte, solamente con un lío de padre y señor nuestro. Con eso se conforman. Con eso y con otras cosas que les interesan, claro. Usted no crea, estimado señor, que se va a encontrar en los librotes con descripciones de la vida diaria y las preferencias de los dragones. Error, craso error. Los librotes y los profesorotes no saben nada de dragones. Hay que haber soñado largo con ellos, largo y mucho y muy profundo, y haberlos interrogado suavemente para que con paciencia le contesten, porque lo que es si una les va con apuro, los dragones miran para otro lado y se limitan a masticar una ramita de fresno que encontraron en el suelo y la miran de reojo a una y piensan: “Qué pavota, con todo lo que hay alrededor, ponerse impaciente porque uno está en otra cosa”. Así que de a poco, amigo mío, de a poco. Hay que hacer como con los huéspedes con los que una mucha confianza no tiene. Quiero decir, mejor no ofrecerles de golpe todas las comodidades, sofá, silencio, alfombra, té inglés, refugio amistoso, esas banalidades cariñosas, vamos. Y después, recién después, plantear alguna cuestión que al señor dragón le atraiga especialmente. El clima, un poco, de paso, porque es un tema que se agota enseguida aunque a los dragones les interesa a causa de su sensibilidad al calor. Y, sí, el calor no les gusta demasiado, a decir verdad. Gente ignorante suele creer que los dragones prefieren el fuego y el calor espantoso de enero al sol. Pues no. Se lo digo yo, que los conozco bien. Les interesan las actividades intelectuales de las personas. Eso. ¿Qué hace usted en la vida, amiga mía? Aaaah, usted es traductora del sánscrito y el sirio y lee de corrido a Monsieur Champollion, qué bien. ¿Cómo? ¿Jugar a las cartas y mirar televisión? Bueno, bueno, pasemos a otro tema, por favor. Con lo de los dragones podemos volver en cualquier momento, Yo, que los conozco, le prometo contarle un par de cosas más que interesantes. Hasta mañana, buenos sueños.