Hacer política tiene sus riesgos y reemplazar a la política por las encuestas, también. La sorpresa electoral del último domingo en la Ciudad es hija de esa política de laboratorio en donde los sondeos de opinión fueron sustitutos de la realidad y la observación de ella.
No se trata de minimizar y menos negar la importancia de una herramienta valiosa como tal, pero insuficiente si se la asume como anticipado hecho consumado, si se la traga sin masticar y más que dato para el análisis se la transforma en conclusión, quizás como una forma de eludir la toma de decisiones. Echarles la culpa a las encuestas parece actuar en algún caso como una suerte de “yo no fui” que reemplaza ese análisis y permite apoyarse en el rating electoral sin arriesgar opinión, para después no tener que ponerle el cuerpo a un posible error.
Tampoco se trata de hacer predicciones del pasado, pero con los resultados de la primera vuelta en mano, cierta lógica política y un poco de matemáticas quizás hubieran evitado semejante sorpresa en la noche del ballottage.
Porque los datos de la realidad de la primera vuelta estaban ahí, visibles. La enorme ventaja de Rodríguez Larreta fue virtud y pecado al mismo tiempo: eran 20 puntos de diferencia con Lousteau pero detrás se encolumnaba un 22% de votos de Recalde y alrededor de un 7% de votos de la izquierda. ¿Algún análisis podía proyectar que de ese 29% que sumaban el FpV y las izquierdas migrarían votos al PRO en la segunda vuelta? ¿Que el kirchnerismo e Izquierda Unida iban a apoyar y fortalecer políticamente con su votos a Macri? Con ese escenario casi podría haberse conjeturado que Larreta estaba más para perder que para ganar el ballottage si no fuera porque las encuestas decían lo contrario.
No era tarea de los sondeos prever el supuesto éxodo de votantes “target PRO” por las vacaciones de invierno ni el comportamiento pendular del elector de la Ciudad, capaz de consagrar en cada elección a un candidato revelación diferente, de Lousteau a Pino Solanas, de Carrió a Zamora (sin contar a De la Rúa). Y hasta entrenado para dibujar el boca de urna, aunque en el cuarto que dejó de ser oscuro haga otra cosa. Cualquier porteño al que se le pregunte si se identifica más con Voltaire, San Francisco de Asís o López Rega sabrá cuál es la opción que no conviene declarar.
Quizás la votación en la Ciudad sirva como aprendizaje para las elecciones nacionales, que bien pueden llegar definirse por un voto independiente que, frente a la opción final, revelará si hoy es mayor su rechazo a lo que representa el kirchnerismo o el macrismo. ¿Quién será el próximo/a Lousteau? ¿Sorprenderán las encuestas o la realidad?
Posiblemente se trate de no ser tan necio como para sólo dar por válido el propio pensamiento ni tan inseguro como para asignarle todo el saber a otro. Si el cielo se ve negro y colmado de nubarrones, y los rayos preceden al sonido de truenos cercanos, no debería sorprender que llueva, aunque el Servicio Meteorológico hubiera pronosticado un día soleado.