Hace un año, cuando el fantasma de Trump era eso, y el mundo no es lo que ahora va a ser, la Argentina se abrazó estratégicamente a los brazos de los EE.UU.. Barack Obama rápidamente vino a ocupar el espacio vacante de aliado estratégico que la salida del kirchnerismo había sustraído a una Venezuela ya en crisis. Hubo promesas de inversiones, foros y desembarco de primeras líneas de empresarios de sus firmas en el país. Respaldo en foros internaciones, aperturas de mercados pendientes y largamente demandadas por el país.
Tal asociación, de repente quedó en la nada. El triunfo del excéntrico candidato republicano barrió con ese proyecto. Insertó el proteccionismo como baluarte, el “America first”, y barrió con las “conquistas” argentinas de mercados estadounidenses.
Paradójicamente, China se volvió el país más librecomerciante del orbe. Y el mundo empezó a hacer cálculos –inconclusos– acerca del futuro del comercio y la producción mundial.
Los EE.UU. ya no servían.
En 2005, Néstor Kirchner se abrazó a Hugo Chávez no tanto por la seducción que ejercía su ideología como por la billetera petrolera. La Argentina, sin acceso a los mercados pues tenía la deuda en default, logró financiamiento con intercambio compensado a cambio de que el kirchnerismo hiciera suya la agenda bolivariana. Esa agenda no pudo continuar por la crisis de las commodities, la caída del precio del petróleo y las muertes de los dos líderes de ambos proyectos, Néstor Kirchner y Hugo Chávez.
Pero la Argentina quedó embretada en el sistema de relaciones, del cual, por vocación ideológica y pragmatismo económico, debía librarse. El triunfo de Macri se lo permitió antes de quedar aislado y asfixiado financieramente.
La caída del proyecto norteamericano volvió a poner al tope la agenda española. La presencia de las firmas ibéricas en el país, que se quedaron después de la debacle de 2001 a defender su capital enterrado en la etapa de relaciones carnales y fluidos fondos comunitarios europeos, permitía una base de acción incluso más amplia que la de los norteamericanos.
El gobierno de Mariano Rajoy, necesitado de meter un gol después de la crisis política de casi dos años sin mayorías, también necesitaba un aliado. Previamente, el reino de España había sido el embajador del acuerdo Mercosur-UE en el viejo continente, lo que ahora se reflota.
Con un Mercosur con sus mayores economías en crisis en un mundo cada vez más proteccionista, lograr que se unan dos países para defender, desde posiciones geopolíticas distantes, un mundo regido por el libre comercio, es casi una extrañeza. La comunidad ideológica de Rajoy y Macri lo hizo posible.
Por lo demás, están por verse los efectos de la movida de esta semana, más allá de la pompa y de la formalización de una nueva etapa de la relación económica.
España tiene sus necesidades propias, y viene de atravesar una crisis en la cual las debilidades y sospechas sobre la Argentina (válidas) no fueron obstáculo en otros momentos para afincarse y alzarse con buenas tasas de ganancias.
Deberían tomar nota los españoles, americanos, venezolanos que, a juzgar por las necesidades de la Argentina de los últimos 20 años, las alianzas estratégicas y de negocios son cíclicas en un mundo que también es cíclico. Y en la Argentina, habrá que ver si las condiciones de recupero de la inversión y la obtención de tasas de ganancias “razonables” son compatibles con lo que la economía dicte.
En este sentido, durante la semana que pasó se conocieron definiciones del Banco Central y del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, respecto del tipo de cambio. A juicio del Gobierno, el actual “permite el desenvolvimiento de la economía”. Dujovne habló en el contexto del lanzamiento de las nuevas metas fiscales, que ofrecen otra vez un futuro de rigidez para el gasto del sector público. De hecho, confirmó que se intentará reducir, primordialmente, los subsidios del sector público. El periodista de PERFIL Jairo Straccia le preguntó en qué medida implican las metas fiscales la posibilidad de recuperación de la economía, y el ministro explicó que la sociedad no es consciente del papel que juega el saneamiento de las cuentas públicas en el desenvolvimiento de los inversores.
Probablemente tampoco las empresas estén convencidas de que la economía argentina no permitirá a todos seguir con sus propias actividades y menos con las tasas de ganancias como hasta ahora. Los primeros que tomaron nota no fueron del sector corporativo, sino los trabajadores, que vía los aumentos de las tarifas o la inflación están librando una batalla para estirar sus salarios más allá de las pautas deseables de los políticos. El eterno barro donde nunca pudo la Argentina conciliar posiciones y llevó a los factores productivos a una improductiva suma cero.n