El dato estratégico central de la actual situación mundial es el hecho de que Estados Unidos está ganando la Guerra de Irak. Se trata de un conflicto en el país estratégicamente más importante de la región estratégicamente más relevante del mundo actual: Oriente Medio.
Irak es el tercer país petrolero de la región, después de Arabia Saudita e Irán. Entre abril y junio de este año produjo un promedio de 2,43 millones de barriles por día, lo que dejó atrás el récord previo de 2,2 millones, que alcanzó antes de la invasión norteamericana de 2003. Sus reservas probadas ascienden a 115 mil millones de barriles, las mayores del mundo después de Arabia Saudita y la República Islámica de Irán.
El resultado es que, con un barril de petróleo que alcanzará un promedio de 125 dólares por unidad hasta fin de año (cinco veces más que el valor de un lustro atrás), los ingresos petroleros del gobierno iraquí superarán en 2008 los 70 mil millones de dólares, el doble de lo previsto inicialmente.
Un mes atrás, el gobierno de Irak anunció la apertura de sus gigantescos campos petroleros a la inversión de las empresas transnacionales: “Los seis grandes campos petroleros que licitamos hoy son la columna vertebral de la producción iraquí”, afirmó el ministro de Hidrocarburos, Hussain al-Shahristani. “Con sus masivas reservas probadas (las terceras del mundo, tras Arabia Saudita y Rusia), Irak no puede permanecer en sus actuales niveles de producción”, agregó. El ministro señaló, además, que “los campos están abiertos para contratos de desarrollo de largo plazo (10-30 años)”; y en este sentido, habían precalificado 41 firmas, entre ellas las cinco mayores transnacionales (Royal Dutch Shell, Exxon Mobile, Chevron, Total, British Petroleum). Los acuerdos obligan a las empresas a realizar una inversión inicial de 500 millones de dólares; y en total, en un plazo de 30 años, llevarían la inversión transnacional en exploración y producción a una cifra cercana a los 75 mil/80 mil millones de dólares. Los contratos de exploración y producción que se apresta a firmar el gobierno iraquí con las transnacionales petroleras implican la apertura a la inversión extranjera de un país miembro de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), por primera vez en cuatro décadas.
Esta decisión significa quebrar la política de los principales países productores de petróleo, ante todo la de vecinos como Arabia Saudita, Kuwait y Emiratos Arabes Unidos (EAU), pero también la de Venezuela, Rusia y Brasil, entre otros, en los que las empresas nacionales, bajo dominio estatal, mantienen un firme control sobre las inversiones extranjeras en sus respectivos sectores petroleros. Las grandes transnacionales pagan hoy dividendos a sus accionistas dos o tres veces por año; es el resultado del precio récord del crudo y de que, no obstante su extrema rentabilidad, no pueden realizar inversiones de envergadura en casi ningún país petrolero del mundo. La apertura de la producción iraquí a la inversión transnacional marca un punto de inflexión en la historia del negocio petrolero mundial.
EE.UU. redujo esta semana a 12 meses la permanencia de sus tropas en Irak. En los últimos 60 días, retiró las cinco brigadas de combate y las tres unidades de “marines” que fueron enviadas a Irak como parte del refuerzo de tropas resuelto por el presidente George W. Bush en enero de 2007. El centro de atención en Irak ya no está concentrado en el campo de batalla, sino en la consolidación de sus estructuras estatales y territoriales. La fase de los combates parece haber terminado. La resistencia organizada de la insurgencia sunnita (antiguos cuadros del ejército de Saddam Hussein) y de Al Qaeda prácticamente ha cesado.
Antes que de una victoria de las armas, es el resultado de un giro estratégico-político. La minoría sunnita, sustento principal del régimen saddamista, se ha integrado al proceso político y respalda ahora activamente a las fuerzas norteamericanas y al gobierno de Irak; y las milicias chiítas –aliadas de Irán– han sido desbandadas por el ejército iraquí.
La misión de las fuerzas norteamericanas en Irak ha cambiado en su naturaleza; ya no es tanto el combate a las fuerzas insurgentes/Al Qaeda como el mantenimiento y la profundización del proceso de estabilización; o lo que es lo mismo, de construcción del Estado. Raymond Aron constató que “la paz y la guerra tienen el mismo contenido; ambas son una determinada relación de fuerzas”. La idea de que el resultado de la Guerra de Irak importa, ante todo, al proceso electoral norteamericano deja de lado lo esencial: el saldo de la guerra es fundamental en Oriente Medio, la región estratégicamente más importante del mundo actual.