Desde 1983, en la Argentina los años impares son electorales. Y en este turno, los de comicios presidenciales tienen una importancia mayúscula. Más aún cuando el actual “modelo” fundamenta sus fortalezas en tres aspectos clave en los que la velocidad de crucero de la economía jugará su suerte: a) la persistencia de la actual coyuntura internacional; b) la capacidad de seguir generando superávit fiscal para sostener las políticas expansivas y c) la no explosión del sistema de precios relativos en áreas sensibles, como las de la energía, sin acudir a la vía rápida de la inflación. Un desafío interesante para la euforia oficialista.
Paradójicamente, una alta probabilidad de una victoria K en las urnas de la segunda mitad del año podría convertirse en la piedra con la que se podría tropezar. Luego de cuatro años de crecimiento continuo de entre 8% y 9% anual, es probable que la campaña electoral se monte sobre el creciente nivel de consumo y la escalada salarial: un cóctel más que atractivo para un público que desde 1995 no enfrentaba a una elección presidencial con la economía como argumento principal.
Profecías. Desde casi el inicio de su mandato, muchos economistas daban por muerto el rebote de la actividad iniciada en tiempos de Lavagna. No se cumplió la profecía. Como tampoco la explosión de la convertibilidad, recién verificada una década más tarde que su mentada defunción prematura.
Aunque las luces de alerta siempre se encienden con anticipación, es improbable que, autónomamente, el Gobierno intente cambiar en lo inmediato algunas políticas que le trajeron beneficios en este tiempo.
La primera es la inflación, tema que desvela a todo el Gobierno desde los tiempos en que la recuperación ya era una realidad y dejó de ser primera prioridad. El actual control se basa en una regulación de hecho (con los “acuerdos”) o de derecho (con las tarifas de servicios públicos) que todos los protagonistas saben y dicen (en privado) que permanecerá inalterable hasta las elecciones.
Mientras tanto seguirán discutiendo pero ya pensando en el día después. Guillermo Moreno, ganador del premio Limón del mundillo empresarial, seguirá inconmovible con la misión asignada por su jefe político.
A diferencia de otros funcionarios, su performance es fácilmente mensurable: lo hace el INDEC todos los meses. Luego de tantos roces, es probable que una posterior etapa de diálogo sea protagonizada por otro “cuadro” más amigable.
Sólo parecería colarse una posibilidad de algún “ajuste” en sectores que no inciden demasiado en el IPC o en los que es impostergable por enfrentarse a problemas serios de abastecimiento.
El gasto público entrará a 2007 con una inercia notable. Sería descabellado pensar que justo este año se dio vuelta la taba y empezó el control fiscal sobre las cuentas de salida.
A nivel nacional, mantener el superávit implica seguir de cerca la evolución de los precios de exportación y mantener el colchón de retenciones (o usarlas como disuasión para algún sector) y ampliar el control de la evasión.
Costos. Hay otras dos variables que podrían atentar contra la vaca lechera de las políticas K: costos financieros más elevados por las políticas monetarias y, sobre todo, el gasto en obras públicas. Este último aspecto será crucial: por un lado los gobernadores y hasta intendentes de municipios de envergadura, convenientemente alineados, ya hacen fila para obtener fondos para obras que mostrar en los afiches de campaña.
Y de paso gastar menos en infraestructura y destinar recursos a un rubro que se les va de las manos: las nóminas salariales. Es que los gobiernos locales destinan una proporción mucho mayor de su gasto a pagar sueldos.
En el presupuesto 2007 la Provincia de Buenos Aires ya coló la necesidad de acudir al mercado de capitales, cosa complicada dada su historial crediticio.
El nuevo arsenal impositivo que propuso el gobernador Solá, además de provocar inminentes juicios por doble imposición, alerta sobre un tema no resuelto desde la reforma constitucional de 1994: la anunciada y nunca concretada nueva ley de coparticipación federal. También es lógico que en el distrito electoral más importante, el Gobierno patee una vez más esa discusión con más remesas.
Winners, en peligro. En el campo privado, los “ganadores” de la primera época K hoy ven acosadas sus altas tasas de ganancia. Los que se aprovecharon de precios de energía y mano de obra baratos hoy no defienden su posición contra lo inexorable: lenta pero irreversible alza en los salarios a medida que crece el nivel de actividad (entre 7% y 8% de aumento proyectado para 2007) y baja el desempleo (con pronósticos más inciertos pero también benignos); y con un flanco energético más complicado.
Resistiendo los embates del sector por mejorar los precios de referencia, cualquier concesión que se haga en los próximos meses será un pequeño lifting para permanecer a flote. La plata fresca vendrá por otro lado: susidios para inversiones y partidas para obras de infraestructura. Finalmente, el gran responsable de los números azules en toda la región. En el contexto internacional más favorable desde la posguerra mundial, la conjunción de tasas de interés bajas, alto crecimiento de las economías asiáticas y no enfriamiento de la economía de los EE.UU. y precios de los commodities sostenidos; es un paquete de bienestar improbable de desaparecer en el corto plazo.
Pero el verdadero partido se jugará al día siguiente de las elecciones. Será el día bisagra: o se aprovecha el “colchón” internacional para hacer lo que Carlos Melconian denomina el “service macroeconómico” (aliento a inversiones, reacomodamiento de precios relativos, seducción al empresariado, etc.) o se empezará a vivir a expensas de la buena fortuna, que como buena diosa no siempre estará de nuestro lado.
La verdadera política económica K2 sale a la cancha el día después, pero se entrena desde ahora.