El calor es salvaje, tórrido, sensual. Hay una larga bibliografía –ni qué decir una cinematografía– al respecto, pero sobre todo hay vivencias personales, recuerdos en Brasil o en alguna playa de la costa atlántica (los más pudientes pueden remontarse a playas más lejanas y exóticas, pero lo que pasa por la cabeza de los más pudientes me tiene sin cuidado). El calor es muchas cosas, pero sobre todo es lento. El verano, dejando de lado el tono celebratorio de poetas como Gabriela Mistral, Bruno Martino, Gabriele D’Annunzio, Shakespeare, Rimbaud, Bukowski y tantos otros, es el período del año menos indicado para trabajar. La culpa la tiene la costumbre, adquirida desde pequeños, con el ritmo de la escuela, de trabajar de marzo a noviembre. Bueno, resulta que no. La culpa, como era simple imaginar, la tiene el verano mismo. O, mejor dicho, el calor.
Es sabido que toda sensación, toda convicción, para ser creída debe estar certificada por algún estudio científico. Ahora hay uno que explica, datos en mano, que cuando hace calor uno se vuelve más lento y estúpido. Increíble, ¿no? Esta investigación, publicada por la revista académica Plos, de Estados Unidos, se titula Reduced cognitive function during a heat wave among residents of non-air-conditioned buildings: An observational study of young adults in the summer of 2016 (o sea “Reducción de la función cognitiva durante una ola de calor entre los residentes de edificios sin aire acondicionado: un estudio observacional de adultos jóvenes en el verano de 2016”) y está firmada por Jose Guillermo Cedeño Laurent, Augusta Williams, Youssef Oulhote, Antonella Zanobetti, Joseph G. Allen y John Spengler. Estos investigadores muestran que los resultados de algunos test realizados con estudiantes en ambientes climatizados dieron mejores resultados que los obtenidos con otros estudiantes que, en cambio, respondían en ambientes sin aire acondicionado. ¿Es un descubrimiento? En cierto sentido no, porque muchos ya lo sabíamos, pero en cierto sentido sí, porque aún hay quienes creen que en ambientes calurosos se puede hacer algo que no sea desnudarse y esperar a que el tiempo pase. De hecho hay quienes creen –y comprueban– que con calor hacen muchas cosas, muy agradables por cierto. Pero esas cosas no incluyen pensar.
Las respuestas de los estudiantes que contaban con aire acondicionado por lo general eran más exactas pero, sobre todo, eran más veloces. Porque los tests, que se hacían con instrumentos automáticos y teléfonos celulares, permitían medir también el tiempo de respuesta. Los más acalorados empleaban un 10% más de tiempo para responder, y en muchos casos lo que daban eran respuestas erróneas. La conclusión está a la vista: más calor, menos rapidez y más inclinación a cometer errores.
El descubrimiento que, insisto, tan descubrimiento no es, resulta interesante porque configura el escenario de un mundo que se dirige hacia un calentamiento global cada vez más intenso, es decir un mundo poblado por gente un 10% más lenta e incapaz de razonar, como no sea al fresco, en una habitación debidamente climatizada. Pero consumiendo mucha energía.
Como se ve, la estupidez no tiene escapatoria. Lo confirma también la sesión en el Senado del miércoles, donde esta vez pudimos descubrir algo que ignorábamos, esto es, que muchos senadores sufren lisa y llanamente de retraso mental. Que las provincias del norte argentino hayan proporcionado 22 de los 38 votos contra la legalización del aborto tal vez a muchos no les diga nada, pero a la luz de esta investigación yo creo que dice mucho. Todos (repito: todos) los senadores de San Juan, Jujuy y La Rioja votaron por el rechazo. Y no me salgan ahora con las convicciones, por favor, que aquí de lo que hablamos es de lentitud y estupidez.