“‘Nuestro primer ministro deberá guardar reposo durante algún tiempo, aquejado de un fuerte resfrío de origen canceroso que no alterará su ritmo de trabajo.’ Consultadas las fuentes oficiales sobre el tiempo que demandaría su recuperación, la respuesta indicó que los médicos calculaban de dos semanas a cuatro años.”
Roberto Fontanarrosa.
Néstor Carlos Kirchner no para de codearse con el éxito.
Tuvo éxito en las urnas hasta saliendo segundo.
En la economía, en la política, en los negocios familiares no le fue peor.
Y si alguna vez le fue peor, le fue apenas un poquito peor. Por un pelito.
Kirchner acostumbra ganar incluso en los quirófanos, como en febrero, cuando le destaparon la carótida; como hace una semana, cuando le desobstruyeron una coronaria. “La intervención fue exitosa”, señaló el parte oficial leído por el poprtavoz oficial, lo cual en términos médicos concretos significa una cosa y en términos políticos reales, otra bastante diferente.
Cuando un cardiocirujano manda el catéter a fondo, alcanza el lugar indicado, infla el globito y despliega el stent, se siente un ganador. Lo más. Acaba de salvar una vida haciendo lo que sabe y lo que debe cuando es necesario, ni más ni menos.
He ahí la principal diferencia: el éxito de uno es la sobrevida del otro, que en sí misma implica un éxito, desde ya, pero no precisamente para andar descorchando champanes ni fumar tranquilo, como se dice, mucho menos tratándose de un ex fumador con ya reiterados problemas vasculares.
La distancia entre la victoria científica del médico y la salvación física del paciente podría medirse, para aflojar un poco (y ya que Don Néstor matizó su exitoso posoperatorio recibiendo a Maradona en Olivos), en términos futbolísticos. Una es equivalente a ganar el campeonato. La otra, a zafar de la Promoción. Ambas cosas merecen ser celebradas. Pero una cosa es ir a la copa y otra cosa es preservar la permanencia.
“Hay Kirchner para rato”, avisó Cristina en el acto del Luna Park donde debía hablar el esposo y no habló por prescripción médica, aunque violando la misma indicación, que incluía guardar reposo. Se lo vio naturalmente demacrado, a veces al borde del llanto (los que saben afirman que negación y depresión son las dos caras más habituales exhibidas por quienes acaban de salir de una angioplastia). La propia Cristina, que es quien suele hasta superar aquel borde y que venía de informar que su marido “está mejor que todos nosotros”, terminó buscando la complicidad de la militancia para sugerirle que a ver si se cuida un poco.
La apoteosis de la mística kirchnerista quedó a cargo del canciller Hectwitter Twitterman, al catalogar de “tema médico menor” a la segunda intervención vascular practicada al ex presidente en siete meses. “Está bien que se quiera hacer especulaciones, pero pensar que una angioplastia puede reducir la vida de una persona es atrasar la noticia sesenta o setenta años”, dijo el ex periodista, sin notar que estaba diciendo una pavada. Las angioplastias son un avance monumental de la medicina que de ningún modo reducen la vida, sino que fueron felizmente inventadas para prolongarla. Lo que sí puede matar a un humano es la producción a rolete de placas ateroscleróticas.
Twitterman me hizo acordar a un cuento escrito por el inmortal Negro Fontanarrosa en 1986, tras la dilatadísima confirmación, por parte de las viejas autoridades soviéticas, de que el premier Yuri Andropov había fallecido. El relato se titula El camarada Feodorovich, y sirve para cuestionar desde la más cruda exageración humorística los métodos informativos que hoy asumen el canciller y otros ministros.
Feodorovich era un querido (y ficticio) jerarca ruso cuya muerte se ocultó durante meses para que no decayera el fervor popular, al menos hasta que se le hallara un reemplazante. Se lo hacía presidir actos embalsamado y largas recorridas en tren desde donde (metido en un vagón frigorífico a 18 grados bajo cero) podía ser admirado por la muchachada movilizada hacia las estaciones. La prensa oficial evaluaba de este modo sus apariciones públicas:
* “Firme, sin un pestañeo que comunicase una sola de sus emociones, el nuevo primer ministro parece ser el hombre indicado para manejar con frialdad el difícil momento mundial.
Nada consiguió desalentar la cuidadosa revista que el camarada Feodorovich realizó de nuestras fuerzas armadas. Ni siquiera las ocho horas de paso constante de tropas y pertrechos lograron hacer flaquear su voluntad, su entereza física.”
* “Nos llenó de emoción la fugaz imagen del camarada Feodorovich saludando al pueblo desde una de las ventanillas del vagón principal. A su lado, el camarada comisario Mikhail Kornilov, tomándolo por la muñeca, le sostenía el brazo en alto, a la manera en que los jueces del viril deporte de los puños consagran al triunfador de la lid. ¡Tal era la alegría de la comitiva! Alegría visible, incluso, a pesar de los casi noventa kilómetros horarios que desarrollaba el convoy.”
En el acto de los Jóvenes K en el Luna, antiguo coliseo del viril deporte de los puños, Néstor Kirchner apareció representado en unas enormes gigantografías de El Eternauta, la emblemática historieta del también inmortal Héctor Oesterheld. Quienes ven en Kirchner a un Juan Salvo (así se llama el protagonista del cómic) tal vez deberían recordar que, en su lucha contra los extraterrestres a quienes llamaban “Cascarudos” y eran controlados desde lejos por “Los Ellos” (una metáfora de los sucesivos golpistas militares), los combatientes de la resistencia fueron rociados con rayos y gases alucinógenos y terminaron matándose entre sí en la Batalla de la Cancha de River.
Más allá de que Aníbal Fernández sostenga que ninguna de estas desembozadas expresiones de adoración significan un culto a la personalidad (tampoco los sellos con la efigie de Cristina tipo Evita que ahora rematan los anuncios de obras públicas e ilustran la página anterior), acaso también convendría no olvidar que fue en nombre de grandísimos salvadores de la patria que, en todo el mundo y bajo signos ideológicos antagónicos, se cometieron inolvidables tropelías que hicieron historia, no historieta.
Claro que Kirchner no es Stalin ni Hitler ni Fidel ni Perón. Menos Feodorovich (por suerte) ni Juan Salvo que, de última, son recreaciones, dibujos. Podrá haberse soñado eterno y construir un esquema de poder para lograrlo en términos simbólicos, pero siempre pasajeros. Su temporalidad actual es la de un tipo común que debe comer sanito, hacer caminatas aeróbicas, bajar un cambio y sobre todo evitar situaciones de gran estrés, que es como bailar con la más fea si de cogobernar este país se trata (no hablo de la Presidenta, en modo alguno).
En ningún lado está escrito que la medicina vaya a ganar todos los campeonatos. Y un bobazo puede mandar al descenso a cualquiera.