Atrás hay unos que parecen los sindicalistas, los representantes del pueblo, y deben estar puestos en ese fondo para que no parezca que es un acto sólo de los pibes de la universidad con compromiso social.
Mis favoritos son dos que están tres filas atrás de Máximo. Cuando la cámara los toma de frente, uno está a la izquierda de su cabeza con campera negra; el otro está a la derecha y es uno más gordito, con el ceño fruncido envuelto en una bandera. Aplauden y van siguiendo el relato como alguien que les cuenta lo que se esconde detrás. En ese acto se revelan todos los secretos del poder concentrado para los que lo miran por la tele. Los que están en el estadio ya lo saben porque leen a John William Cooke.
La organización de los participantes es como un cono que se va cerrando hasta la autoridad “máxima”. Atrás la masa, que tiene la suerte de estar allí por sorteo o contactos; delante de ellos, los dirigentes principales de la agrupación, ubicados entre medio de esa masa y el orador principal. En la punta, en el cierre de ese triángulo, se eleva Máximo Kirchner. Desde ese hombre con ceño fruncido y afirmador con su cabeza, hasta el hijo de Cristina, se nos ha presentado por primera vez en público a la estructura de La Cámpora en su totalidad.
El acto no parece, a su vez, pensado para convencer a extraños, sino para contarnos de qué se tratan ellos. Nos muestra Máximo, gira y señala con el dedo, con la misma informalidad que su padre, a los que son sus compañeros, y el marco es imponente. Cantan, tienen muchas canciones, tantas como para hacer un “long play” como hacían los grupos de rock en la época de John William Cooke. Saltan con Máximo, porque él salta con ellos y se divierten y se convencen de que esa experiencia es la verdadera experiencia trascendental. Larroque llora por eso, está abrumado y debe sentir que ha llegado a algún lugar real.
Lo primero que dice Máximo es “hola”, como si en lugar de estar comenzando un discurso estuviera llegando al cumpleaños de un amigo. Creo que nunca un discurso famoso comenzó de ese modo; ahora tenemos uno. Las ropas que se pusieron las figuras centrales, los que median entre Máximo y la tribuna social del fondo, son geniales. Ottavis está disfrazado de militante de sociales y no se parece en nada a los otros de al lado suyo. Wado De Pedro tiene una campera como Recalde y Máximo está de jean y campera con capucha, disfrazado de adolescente. Larroque está normal. Es sábado y es como una reunión de amigos, por eso Máximo dice “hola”.
Abajo del escenario, a una distancia prudente y sin protagonismo, están dirigentes de peso. Parrilli y Mariotto aplauden viendo a sus hijos saltar y jugar como en un acto de fin de año de la escuela. En los actos de fin de año se despiden promociones y se anuncia el fin de un ciclo mientras comienza la migración de cada a uno a universidades o a trabajos. Ese curso de amigos, desde ese día, ya no podrá nunca ser lo mismo. En el acto de La Cámpora sobrevuela todo el tiempo la idea de cierre, de fin de ciclo “irreversible”.
Lo que podría ser asumido como una declaración de continuidad puede al mismo tiempo ser justamente un acto de despedida, el primero de varios que el kirchnerismo tendrá que afrontar. Larroque llora, tal vez, también por eso. Máximo dice: “La vida me dio más de lo que yo esperaba (…) me dio buenos amigos, buenos compañeros, me dio el orgullo de verlos a Néstor y a Cristina realizarse en la vida”. Efectivamente, son los egresados 2015.
En el cierre está lo mejor, el pedido de que esto “no se corte”.
Mientras todos medimos a los tres candidatos competitivos, Máximo, con la insolencia adolescente que le otorga su buzo con capucha, piensa que todo es posible y que los sueños no tienen límites. Si les quieren ganar a ellos, que le ganen a Cristina en las urnas. Sólo los niños piensan en esas cosas que la vida adulta sabe acomodar a la realidad.
Los dos de atrás, esos que representan en el acto al pueblo, como en el colegio se representa a la que vende empanadas en el acto del 25 de Mayo, explotan de emoción ante el pedido del joven Máximo. Larroque, delante de ellos, ya no puede más de la emoción y casi no puede seguir las canciones. Es triste la despedida, pero muchachos, parece que es hora de crecer y de algo parece que ya se van dando cuenta.
*Sociólogo, director de Ipsos Mora y Araujo.