COLUMNISTAS
Colon y los muchos colones que hay en el pais

El cáncer de páncreas llegó al fútbol

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Al desquicio crónico el presente le pone un nombre: Colón de Santa Fe. Pero la coyuntura llevará el despropósito por los barrios, las ciudades y las provincias y, en mayor o menor medida, no habrá quien se salve.

Algunos deben menos que otros o administran los clubes casi como lo hacen con sus emprendimientos personales. Ciertos clubes aspiran a seguir siendo clubes y evitan convertirse en una camiseta cuya razón de existir pasa exclusivamente por el resultado de un partido, prescindiendo de una función de confluencia social infinitamente más importante que un gol, un penal, un ascenso o un título. Por ahí, hay quien parece tener una barra brava menos influyente; aquí, todos se parecen demasiado: nadie aspira seriamente a eliminar a los mercenarios de su órbita.

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Por encima de excepciones parciales o de atenuantes, el fútbol argentino tiene muchos colones de Santa Fe. Sin embargo, como para no perder cierta firmeza en la idea, aceptemos que, hoy, el equipo santafesino es el foco de referencia de un fútbol profesional argentino integralmente sumergido en una crisis moral, deportiva, social y financiera.

Lamentablemente, ya habrá tiempo para que otras marcas registradas ocupen los titulares al respecto. Es lo que enseña el pasado y lo que promete la enorme mayoría de la dirigencia actual, empezando por Julio Grondona y quienes sostienen su poder desde hace más de treinta años, es decir, los dirigentes más encumbrados de todos los demás clubes que integran la AFA. Suele explicarse la impunidad y la omnipotencia de Grondona recordando que, desde 1979, sólo una vez hubo un candidato que se le opuso en las elecciones de la AFA: fue el ex árbitro Teodoro Nitti que sacó sólo un voto. Lo que no siempre se explica es que ese fenómeno, mucho más que impuesto por Grondona, viene siendo solventado por Boca y por River, por Independiente y por Racing, por San Lorenzo y por Vélez, por Lanús y por Estudiantes de La Plata. En lo único en lo que sistemáticamente han estado de acuerdo durante décadas hasta los rivales deportivamente más antagónicos es en sostener a Grondona como patrón. Tal vez cuando Grondona ya no esté más en el cargo alguien se anime a explicar las razones de tanto amor. Tal vez, ni siquiera entonces.

El momento devastador por el que atraviesa Colón sobresale por dos razones fundamentales. Una, el nivel de destrozo que han hecho con su institucionalidad, su capacidad deportiva y sus finanzas, siempre en un escenario de ocultamiento: hace poco tiempo, muy pocos se animaban siquiera a insinuar la posibilidad de que Germán Lerche, el presidente, y un par de adláteres estuvieran despedazándolo. La otra, justamente el nivel de influencia de Lerche, uno de los dirigentes apadrinados por Grondona, referente dirigencial de la AFA con los seleccionados nacionales y, según propia insinuación, candidato firme a sentarse en el sillón cuasi papal de Viamonte 1366.

En poco tiempo, demasiado poco, a Lerche le han quedado lejos ya no sólo la presidencia de la AFA o la de Colón, sino la mismísima ciudad de Santa Fe.

Sin embargo, mentiría quien dijese que este señor de rutilantes cambios de hábito y temperamento se adueñó de las cosas por sí solo. Si Colón fue sede de la última Copa América –allí jugaron ni más ni menos que la Argentina y Uruguay–, si se autoproclamó pionero en ese eufemismo llamado AFA Plus –el único experimento concreto de este sistema de la incertidumbre se hizo en su estadio–, si se mostró como monumento a su evolución un Club/Hotel de Campo al cual no tienen acceso automático los socios de la entidad es porque gente más poderosa que él se lo ha permitido.

Es esa gente la que, justamente, debería entrar en acción para rescatar al club de una situación desesperante. No piensen exclusivamente en la AFA. Piensen en gobiernos regionales y hasta en el poder central: el fútbol argentino respira gracias al dinero de nuestros impuestos. Es un buen argumento para poner límite al despropósito y, a la vez, proteger al beneficiario de quienes usan ese dinero para cualquier cosa menos para lo que pregonó desde agosto de 2009 el Fútbol para Todos.

Apenas un par de datos para los menos atentos al asunto. La dirigencia de Colón construyó una deuda con muchos de sus jugadores de hasta siete meses de atraso en el pago de acuerdos por imagen, otro eufemismo que permite evadir impuestos y que, en realidad, debería ser considerado simplemente como un pago en negro. Por ese motivo, el plantel no se presentó a jugar contra Atlético de Rafaela, partido que debería habérsele dado por ganado a este último y quitarle tres puntos al desertor, tema que no sólo aún no fue confirmado, sino que probablemente se resuelva dejar de lado y obligar a jugar el encuentro fuera de toda reglamentación. Pero Colón también registra deudas con empleados convencionales del club, con ex jugadores y entrenadores y hasta con clubes extranjeros. Por ese motivo, la FIFA ejecutó la sanción por una deuda impaga con un club mexicano que le costo a Colón –y de algún modo a la AFA– una quita de seis puntos en el torneo actual.

Hace pocos días, y después de haber habilitado préstamos por más de 25 millones de pesos –¿explicarán los dirigentes semisalientes del club para qué los usaron o cómo construyeron semejante déficit?–, la AFA envió casi 6 millones más al club santafesino. Como para salir del paso. Tampoco alcanza. Y si hubiera alcanzado, un monto semejante sólo habría servido para tapar un agujero. ¿Y después, qué? A empezar de cero, pero con el saneamiento, sino con la construcción de una nueva deuda. Porque el déficit operativo mensual es enorme y el ingreso clave del aporte de la televisión ya fue cobrado por adelantado hasta 2015. Nueva pregunta. ¿Quién autoriza a que se asuma semejante compromiso cuando, para esa fecha, ni la dirigencia de Colón, ni la de la Nación, quizás tampoco la de la AFA sean las actuales? Linda joda ésta de empeñar las joyas que tendrían que usar, recibir o vender personas de las que ni siquiera conocemos hoy el nombre o el criterio.

Así se mueve desde hace décadas nuestro fútbol. Hoy presta el Estado, antes la televisión privada. Y nadie pide ni prudencia ni explicaciones.

Las malas para Colón son unas cuantas más y la perspectiva es espantosa. Da miedo. Es la versión futbolera de un cáncer de páncreas que se come de modo fulminante la humanidad de alguien a quien, hace dos meses, creímos sano y con proyectos. Pero aunque la coyuntura se imponga, no se detengan en este fenómeno sino en el del fútbol profesional como un todo.

Por estas horas, a poco de un cambio de autoridades, gente que aún hoy trabaja en River Plate retira de sus cajones un proyecto vinculado con el predio de Ezeiza: hotelería, gimnasio, ampliación de facilidades, es decir, una obra que perdurase en el tiempo y que permitiese, inclusive, recuperar la inversión poniendo el espacio a disposición de delegaciones extranjeras que viniesen a jugar copas internacionales y que tendrían, así, todas las facilidades para prepararse a cinco minutos de bajar del avión. Toda esa obra hubiese costado a River muy poco más que lo que se gastó en la ficha de Teófilo Gutiérrez. Y menos que lo que costará un año del actual cuerpo técnico.

Así son las cosas mayormente en nuestro fútbol. Un fútbol que es no sólo el juego que más nos apasiona, sino que, a partir justamente de ese fenómeno, se termina convirtiendo en un pulpo insolente, arrogante y que cree no tener que darle explicaciones a nadie.

Un pulpo que hace pedazos a las instituciones, que devora recursos que deberían servir para cosas mucho más valiosas que un tercer volante central o un técnico “sacapuntos”. Que se endeuda hasta empeñar el destino del equipo de vóley o de la canchita de papi. Que, finalmente, de tanta gula y de tanta impunidad, va camino de comerse su propia cabeza.