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obama y gulliver

El Capitán naufraga en Washington

Cuenta Jonathan Swift que, cuando el Capitán Gulliver naufragó en Lilliput, los nativos lo trataron bien. El retribuyó sus atenciones ayudándoles a capturar una nave. Pero se negó a ayudarles a sojuzgar a sus vecinos. En castigo, los lilliputienses lo condenaron a arrancarle los ojos. Puesto que no medían sino unos 15 centímetros de estatura, para dominarlo esperaron a que se durmiese.

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Cuenta Jonathan Swift que, cuando el Capitán Gulliver naufragó en Lilliput, los nativos lo trataron bien. El retribuyó sus atenciones ayudándoles a capturar una nave. Pero se negó a ayudarles a sojuzgar a sus vecinos. En castigo, los lilliputienses lo condenaron a arrancarle los ojos. Puesto que no medían sino unos 15 centímetros de estatura, para dominarlo esperaron a que se durmiese.
Una vez dormido, lo sujetaron con cuerdas a estacas clavadas en la tierra. La unión hace la fuerza. Pero a veces la astucia supera a la fuerza. En efecto, sabemos que el astuto capitán logró huir, y que visitó otras tierras extrañas, tales como Laputa.
Swift ubicó esos acontecimientos en 1699. Tres siglos después, el Capitán Obama llega a Washington con una gran visión y con la ilusión de ponerla en práctica. Sueña un porvenir justo, próspero y pacífico para su patria y para el mundo. Pero nuestro capitán naufraga a poco de llegar a puerto y pierde a casi todos los miembros de la tripulación que lo había acompañado en su viaje: los liberales movilizados por su visión generosa.
El Capitán no podía prever la crisis económica que se desató de golpe y que parece hecha a medida para hacerlo naufragar; ni con que sus asesores económicos, casi todos heredados del gobierno anterior, han ayudado a reflotar a los financistas pero no a los desocupados. La tasa de desocupación en los EE.UU. se ha duplicado en poco más de un año y llega casi al 10 por ciento.
Mientras tanto, los mil funcionarios principales de Goldman Sachs, una de las firmas financieras rescatadas con dineros públicos, acaban de cobrar bonificaciones de un millón de dólares por cabeza. Se sigue premiando los fracasos en gran escala, así como se castiga a los pequeños. ¡Qué contraste con los gobiernos conservadores de Francia y Alemania, que acaban de imponer una cota superior a tales bonificaciones! El Capitán prometió crear 3 millones de puestos de trabajo; pero éste es, precisamente, el número de puestos perdidos desde que fue electo. ¡Qué contraste con el gobierno laborista australiano! Su “paquete de estímulo” fue invertido en ayudar a los jubilados y a las familias con niños, así como en renovar o construir escuelas, todo lo cual hizo aumentar el consumo y mejorar la educación.
Tampoco contaba el Capitán Obama con la negativa de los parlamentarios de su propio partido a clausurar la infame prisión de Guantánamo, ubicada en tierra cubana, y donde el gobierno anterior había estado torturando a niños. Ni previó que su partido, en complicidad con las compañías de seguros, se negaría a reformar el sistema de asistencia médica, la gran causa por la cual luchó el finado senador Ted Kennedy durante cuatro décadas. Al prometer un cambio de rumbo de la política exterior norteamericana, el Capitán Obama la puso en manos de Hillary Clinton, quien había aprobado las agresiones militares del gobierno anterior. El resultado es que no hubo cambios importantes en este capítulo, salvo de retórica. Por ejemplo, Joe Biden, el imprevisible vicepresidente, visitó Ucrania y Georgia para asegurarles el sostén de sus políticas respecto de Rusia, su poderosa vecina, al mismo tiempo que anunció al mundo que su país había renunciado a la política de las esferas de influencia.
El nuevo gobierno advirtió a Irán que no toleraría que fabricase bombas nucleares, pero nada dijo sobre las 200 bombas que se le atribuyen a Israel, la única potencia nuclear del Medio Oriente. Ni mencionó el destino de las 800 bases militares norteamericanas distribuidas entre los cinco continentes, y cuya clausura aliviaría considerablemente el déficit fiscal, estimado en 10 millones de millones (la unidad seguida de 13 ceros) de dólares. En cambio, afirmó que la Guerra en Afganistán es necesaria, aunque sin mencionar que sólo lo es para el siniestro Talibán, que se ha infiltrado en Pakistán.
Tampoco contaba el Capitán Obama con la resistencia de la paquidérmica burocracia del Estado federal, engordada por todos los mandatarios republicanos al mismo tiempo que discurseaban contra el Estado. Ni con la pasividad de sus conciudadanos. El Capitán les queda grande a los lilliputienses, que lo han pescado dormido y lo han atado al suelo por negarse a seguir la honda huella que dejaron sus antecesores.
El Capitán Gulliver era vulnerable por haber perdido a su tripulación. El Capitán Obama es casi impotente por el mismo motivo: porque no lo acompaña su propio partido, debido a que no comparte su visión y es casi tan conservador como el Partido Republicano. Este conservadurismo no es propio de un grupo marginal, sino la ideología básica del pueblo norteamericano desde Nixon en adelante. Mientras escribo estas líneas, millones de norteamericanos anuncian que van a sacar a sus hijos de las escuelas públicas para protegerlos de la “propaganda socialista” que le atribuyen al presidente. Esa debe ser la misma gente que aún no se ha enterado de que la Tierra gira en torno al Sol, ni de que los humanos somos animales, productos de la evolución.
Ya nadie recuerda las reformas sociales puestas en práctica por los gobiernos de Franklin D. Roosevelt y Lyndon Johnson, que ni siquiera los gobiernos de Reagan y los Bush lograron demoler. Tampoco se recuerda mucho la excelente película política Mister Smith va a Washington (1939). En este clásico de Frank Capra, un honesto e ingenuo político provincial, que encarna el gran Jimmy Stewart, va al Capitolio a limpiarlo, como Hércules cuando se le ordenó limpiar los establos de Augías. El senador Smith no logró terminar su misión, pero sacudió a la opinión pública.
¿Logrará desatarse el Capitán Obama? Lea los próximos episodios.
*Filósofo.