El 12 de septiembre de 1974, la Juventud Sindical Peronista de Mar del Plata publicó una declaración en donde afirmó que se disponían a la “identificación y captura” de los miembros de la organización Montoneros y “de todos los elementos que actúan en la clandestinidad saboteando el Proceso de Reconstrucción y Liberación Nacional”. Se adjudicaba así un papel policial que nada tenía que ver con su actividad gremial. Iban a “capturar” a quienes ellos considerasen enemigos. ¿Qué iban a hacer con los capturados? ¿Entregarlos a la Justicia para que los procesara?
Mar del Plata fue, en proporción con el número de habitantes, la ciudad en donde se produjo el mayor número de asesinatos. Con un lenguaje similar al que utilizaría más tarde la dictadura militar, la JSP añadió: son los que quieren “manchar nuestra amada bandera celeste y blanca con ideologías extrañas a nuestro sentir nacional”.
¿Quién era el jefe de la Juventud Sindical Peronista?: el mismo personaje que fue complacido en una misa realizada recientemente en Luján: Hugo Moyano. ¿Y quién fue el que lo complació? El obispo Agustín Radrizzani, el mismo sacerdote que en el año 2010 solicitó el indulto al dictador Rafael Videla y a otros represores condenados por delitos de lesa humanidad. Las casualidades no existen. Hay un hilo conductor entre el comportamiento de los dirigentes sindicales en los años 70 y el de una Iglesia católica que observó satisfecha la represión desatada por los dictadores.
Radrizzani se jubilará muy pronto y pasará al olvido. La misa oficiada en Luján ante un público encabezado por varios dirigentes de dudoso prontuario será borrada de las actas eclesiásticas. Solo quedará en el recuerdo de los memoriosos. En cambio, Hugo Moyano continuará siendo el eterno caudillo de su sindicato luego de 31 años de ejercicio y, además, amenazando a los ciudadanos con bloquear todas las rutas del país si la Justicia insiste en procesar a su familia por los turbios negocios con el club Independiente, con el sindicato. Y con la política. Moyano no se jubilará como Radrizzani. Porque la Mesa de Acción Política del Partido Justicialista ya lo cuenta como uno de los dirigentes que busca refugio detrás de la figura de Cristina Kirchner, también procesada. ¿Es que siempre será así?
¿No puede el PJ desprenderse de figuras salpicadas por delitos graves? ¿Es tan difícil sacar de sus filas a Carlos Menem, a Julio De Vido, a Aldo Rico o César Milani, a Enrique Omar “el caballo” Suárez y tantos otros? Algunos están presos, es verdad, pero otros siguen en carrera y aspiran a cargos que les garanticen impunidad, poder. Y más dinero. Del proyecto original de justicia social solo quedan migajas a pesar de que en las filas del PJ hay dirigentes que conservan su sensibilidad ante la pobreza y su repudio al robo. Pero esos dirigentes deberían organizar una campaña de higiene partidaria para expulsar a los que se guarecen en sus siglas. Tiempo tienen. Hay que ver si tienen voluntad.
Moyano es hoy la cara más visible de un peronismo antidemocrático y prepotente que enturbia el sistema democrático. Y sin embargo, el ex gobernador Felipe Solá, entre otros, se alía con él porque necesita votos. ¿Es una quimera buscar esos votos en fuentes más transparentes?
No es posible una ética pública ajena a la moral privada. Una buena parte de la clase política y particularmente de los dirigentes sindicales debería recordarlo y actuar en consecuencia.
*Escritor y periodista.