“Hay momentos en los que un hombre tiene que luchar; y hay momentos en los que debe aceptar que ha perdido su destino, que el barco ha zarpado, que sólo un iluso seguiría insistiendo. Pues bien: yo siempre he sido un iluso.”
Albert Finney en el papel de Ed Bloom, “Big Fish” (2003), dirigida por Tim Burton
Los goles son como el poder. Los goles se hacen, no se merecen, y el poder se ejerce o no existe más. Es así de sencillo y brutal: lo tenés o lo perdiste. La estrategia del juego y la política se convierten en simples vehículos para alcanzar la gloria, esa euforia fugaz. Con ella llegan –oh no– los festejos: tipos que se chupan el dedo, pasitos de baile, karaokes con temas de Queen, discursos baratos, bla, bla, bla. Uf... La borrachera del éxito esconde debajo de la alfombra lo que de verdad importa, lo esencial. Eso que irrumpe mientras se desanda el sinuoso camino hacia la cima: el estilo.
Cada candidato carga con su propia estética: la vulgar, la obvia, la brillante, la voraz, la apenas digna. La políticamente correcta que exhiben pour la gallerie y la real, que de todos modos quedará a la vista en cuanto la pelota ruede y las papas quemen. No se trata sólo de ganar o perder; la cosa es cómo hacerlo. Como bien decía Kipling, la victoria y el fracaso son dos impostores; dos atorrantes que se roban lo mejor de cada guardarropa y dejan al buen simulador así, desnudo; como siempre ha sido y seguirá siendo. Aj...
¡Otro domingo decisivo, compatriotas! El efecto Pino llegó al fútbol y los dos tapados que hoy disputarán el primer puesto la pelearon bien de abajo, con muchísimos menos recursos que los ricos pero con un puñado de jugadores jóvenes de notable calidad. Huracán, el asombro de la escasez, contra Vélez, el milagro del esfuerzo. Nada de Cristianos Ronaldos ni Beckhams, por acá. Cero marketing. Sólo músculo nativo.
Vélez es la Argentina soñada; una isla exótica en un universo de clubes desquiciados, llenos de dirigentes venales que confunden pasión con furia y picardía con corruptela de cuarta. Si este país hubiese sido construido con la honestidad y el esfuerzo que guió a su prócer local, don Pepe Amalfitani, otra historia hubiese sido, amiguitos. Vélez ha crecido sin anabólicos, chequeras voladoras o presidentes de paso hacia otros poderes. Después de disfrutar una arrasadora racha triunfal en los años 90 decidió achicarse para “ganar el campeonato económico”, como alguna vez dijo su ex presidente Raúl Gámez. Superó el 2001 y volvió a lo más alto en 2005. Hoy tendrá otra chance. Los guía un espíritu racional, ordenado, bastante más japonés que argentino. Esfuerzo y premio, superación y logro; Cubero y Nicole. Exóticos.
Huracán es la bohemia, bares discepolianos, una profunda pasión por las causas perdidas, el irrefrenable impulso del hoy... y mañana vemos. Carlos Babington paró en todas antes de llegar a presidente: fue hincha, jugador y también técnico. Hace un año lo querían matar: el equipo había ascendido pero deambulaba sin brújula, frágil de espíritu, sin resultados ni estadio, clausurado por razones de seguridad. Un desastre. Cappa llegó como esos viejos amigos que aparecen en las malas; juntó tres o cuatro futbolistas fantásticos, les dio libertad, bajó línea y convenció al resto, hoy convertidos en partisanos en lucha por la causa de la dignidad futbolera. ¡Una idea! Wow. ¿Se acuerdan? Bueno, eso: una idea.
Vélez es un buen equipo, compacto, con moral suficiente como para dar vuelta resultados adversos y una defensa confiable: un buen arquero y dos centrales como muros. Llegan por los costados, pelean en el medio, tienen un creativo siempre a mano y un goleador en racha, a falta del Batistuta al que se le mojó la pólvora. Sólo el insólito Racing carusiano los superó en juego. Para los demás, alcanzó y sobró.
Huracán es puro jazz: un leitmotiv, base rítmica, armonía y solistas en acción. Pastore es Monk tejiendo acordes; Defederico es Miles y Bolatti, Mingus. ¿Exagero? Sin duda. Ese es otro síntoma del efecto Huracán: el entusiasmo medio loco. ¿Araujo y Arano parecen Cafú y Roberto Carlos pero no son? No importa. Tampoco Cappa es Menotti, por suerte y por desgracia. Uno puede no apostar demasiado a su futuro, pero difícilmente se resista a este presente encantador. Así son. Brillantes, fugaces. El ahora, ya. La vieja utopía que regresa, circular como el tiempo.
Vélez es el proyecto, el matrimonio feliz. Huracán, la pasión insensata. Mmm... Difícil elección, muchachos. A mí, como a muchos, me ilusiona más la gesta heroica que las victorias lógicas. Son estilos. Quizá por eso no tengo un favorito. Me caen simpáticos los dos y disfrutaré sea cual fuere el resultado. Entre una y otra bandera prefiero imaginar que, al menos por una vez en estas playas de gripe y crisis, el que se quede con la más linda será el casi mejor y no el menos malo.