Hoy es el último día del XI Bafici y la programación incluye desde las películas premiadas ayer a obras de Eric Rohmer, Takeshi Kitano, Raymond Depardon, Robert Kramer, Agnès Varda, Harun Farocki y Straub-Huillet. Y hasta se puede pasar todo el día en un cine viendo Melancholia, del joven filipino Lav Díaz, que dura exactamente ocho horas. Hablando de melancólicos, pasó por el festival Raúl Ruiz, el cineasta chileno radicado en Francia que considera poco serio que la vida dure menos que 250 años. Por el momento, trata de consolarse con la idea de que la crisis económica será buena para el cine y tiene una teoría al respecto. Según él, se está terminando la hegemonía de la banca mundial y su influencia en las instituciones. En particular en el cine internacional, donde la producción de películas se rige sobre la base de los mismos mecanismos de decisión que determinan asuntos tan diversos como las fusiones de empresas, las investigaciones científicas o los programas de ayuda a los países emergentes. En el cine, los banqueros (en definitiva, el dinero viene de allí) han logrado embretar a los directores en un sistema que empieza con el famoso pitch. Este acto consiste en comunicar cada proyecto de película mediante una breve síntesis (una frase, de ser posible) que contiene necesariamente un elemento que lo diferencia de posibles competidores. En base a esa ventaja, se calcula el flujo futuro de fondos para financiarlo y eventualmente convertirlo en un éxito. Aunque esto último no es importante, como no es importante que la ciencia progrese ni que las acciones de las empresas suban, ni que los hambrientos se alimenten. Como ocurre con los hoy tan mentados sueldos de los ejecutivos de las corporaciones, la gracia consiste en que los que toman las decisiones equivocadas se llenen los bolsillos en proporción directa a los errores cometidos.
En el Bafici que hoy termina, como en todo el cine que circula por los festivales, no es difícil reconocer los elementos que le dan a las películas cierto aire de familia con esos mecanismos: cuando una pacífica comedia se impregna de pronto de violencia o cuando el dilema de una anciana es si tener o no relaciones de algún tipo con el perro de su vecina, queda claro que esos rasgos de originalidad apuntan a dar a las películas respectivas ese plus, esa diferencia que las hará iguales a las otras. Pero permitirá a los comités que deciden reconocer que pertenecen al sistema y no se apartan de la mediocridad debida. Por eso, en un festival destinado a los jóvenes talentos, muchos espectadores se tientan por viejos nombres como los mencionados en el primer párrafo, gente que se formó antes de que el modelo único se hiciera ineludible.
Y ahora consideremos la que será para mí la película más memorable de este Bafici. Me refiero a RR, de James Benning, cuyo pitch sería de lo más simple: “cuarenta y tres planos fijos de trenes que pasan”. Si bien es cierto que el tema nació con los hermanos Lumière, es enormemente atractivo, y aunque Benning es un profesor americano que trabaja en el marco del cine ultraindependiente, el asunto tiene aristas comerciales insospechadas. A todas las personas a las que les gusta el cine les gusta también ver pasar trenes. Es más, a uno se le podrían pasar 250 años de vida viendo los trenes pasar. Y como Benning es un cineasta de una sensibilidad única, sus trenes son los mejores. Es cierto que filma en 16 mm y se niega a que sus películas circulen en DVD, pero el porvenir está en sus manos. Imagino un ejército de secuelas y una parafernalia de trenes en movimiento distribuidos en diversos formatos y duraciones, con ferrocarriles de todo el mundo que inundan salvapantallas y celulares, televisores del subte para relajar la mente. Lástima que el cine entra, según Ruiz, en una nueva era e ideas geniales como la que propongo han pasado a la historia.