El Clan Ortega se sumó a la Pucciomanía y dio una versión psicodélica de la vida de ese Mister Jones de la clase acomodada de San Isidroa. Producida por Sebastián y dirigida por Luis, esta versión retro y simpática de los Ingalls argentinos me dio una idea: que el Incaa financie y obligue a todos los directores argentinos a dar su versión fílmica de los Puccio. Imaginemos una secuela de los Puccio filmada por Lisandro Alonso. Planos largos y silenciosos. Un Arquímedes Puccio caminando de un lado a otro por los fondos de su casa con un hacha en la mano. Se mueve tan lento que los secuestrados se le escapan sin parar. El guión lo escribo yo y no se entiende nada, premio asegurado en Cannes. Otra versión inquietante de los Puccio es la que podría darnos Mariano Llinás. Como nos tiene acostumbrados, voz en off para todo el mundo. La película dura una semana de corrido. La familia es más grande que la original. Llinás, pelado artificialmente, hace de Arquímedes. Aprovechando el efecto retro, todos usan calzados y ropa Pampero. ¿Y las mujeres? Celina Murga también se hace cargo de imaginar una versión de los Puccio, pero sitúa la acción en la costa entrerriana y no en San Isidro. Los Puccio de Murga toman mate y bizcochos y cuando van a secuestrar a algún amigo de sus hijos dicen: “Traémelo atado a ese gurí”. Sigamos con el federalismo e imaginemos un Clan Puccio bajo la cámara de Lucrecia Martel, en Salta la linda. Los Puccio acá son una muestra cabal de la mala leche de la clase media alta venida a menos de Salta. Demacrado por un maquillaje demoledor, Juan Cruz Bordeu protagoniza al jefe del clan. Una escena genial es esa en la que todos los Puccio duermen abrazados en medio de la gran cama matrimonial mientras afuera se escucha una voz metálica que sale del megáfono de una camioneta que anuncia que compra colchones, camas, heladeras, cocinas. Por otro lado, Juan Villegas hace con los Puccio una comedia de enredos, sencilla pero eficaz: Gastón Pauls hace del padre y del hijo pródigo, sin cambiar de maquillaje. Y nada puede terminar sin el gran fresco de Juan José Campanella. Acá los Puccio son más malos que en la vida real. El papel de Puccio padre recae en Víctor Hugo Morales –todo un hallazgo estético– y hay un pequeño cameo para Ricardo Darín, que es el primer secuestrado.