Era habitual durante años: nuevo gobierno y, con la jura o audiencia previa, siempre aparecía un cura que se arremangaba la sotana y se sentaba con las flamantes autoridades para discutir al ministro de Educación, la política del área y, por supuesto, los subsidios. Si uno se vuelve vulgar, puede comparar aquel ejercicio político de la Iglesia con la última entrevista de Cristina con el Papa: cuando concluyó el almuerzo del cual las partes no brindaron ninguna información y, apenas aterrizada en Nueva York, Ella ordenó ipso facto, vía el presto Julián Domínguez, apresurar en Diputados la aprobación del Código Civil y Comercial que estaba congelado desde hacía meses en el Congreso. Como si fuera un trámite, simple papeleo de escribanía y no un eventual cambio en las condiciones de vida de la sociedad. Francisco, “mi amigo”, contento con la urgencia aplicada (para los intereses católicos se le quitaron varios artículos contrarios del proyecto original). Igual estado de ánimo para el hermano y asociado Ricardo Lorenzetti, quien bendecirá desde la Corte el magno acontecimiento, y Cristina, devenida en un Napoleón del subdesarrollo, anotará otra marca en su agenda política de hiperactividad, cubriendo las irresponsabilidades de los funcionarios con perdones jurídicos en la ley y, de paso, haciendo campaña por el éxito de una dieta que permitió reducir el “kilaje” del mamotreto histórico que data de 2012 (de 5 mil artículos a unos 2 mil que casi ningún legislador ha leído). Una buena noticia también para estudiantes de la materia.
Y una conclusión obvia sobre la naturaleza del frugal menú que compartieron anfitrión y visitante en Santa Marta, encuentro que tantos ilusos han visto como la búsqueda de misericordia en una feligresa angustiada y la obligada contención espiritual aplicada por un líder religioso. Olvidando, quizás, que al margen de otras funciones ambos son jefes de Estado.
Tan jefe de Estado el Papa que, aparte de “encanutar” sacerdotes pedófilos –diría Cristina–, le concedió cruz y venia a la violencia militar para suprimir las desmesuras terroristas de ISIS, a los bombardeos –no sólo norteamericanos– sobre el califato que empezó a matar católicos. Desde Paulo VI no existía un pronunciamiento tan explícito. Detalle que tal vez no observó la mandataria argentina en su íntima conversación, ya que más tarde comentó burlonamente las ejecuciones difundidas por los extremistas islámicos como si fueran una escenografía montada por Holllywood. Es explicable: ella se reconoce entusiasta cinéfila, tiene vistos muchos filmes en su memoria. Y más aún si esos argumentos fílmicos pueden vincularse a su propia campaña contra EE.UU., el albergue de los buitres financieros que la obsesionan hasta el punto de multiplicarlos por todas partes, en todas las lenguas, convertirlos finalmente en los responsables de sus desgracias. Pasadas y venideras. No es ajena esa sensación antinorteamericana a otra evidencia política que manifiestan las encuestas y de la que el Gobierno ha tomado nota: la Argentina, de la región, es el país que más distancia les saca a sus vecinos en aversión a los Estados Unidos, la sociedad que mayor resentimiento abrumador guarda con Washington. Cultiva entonces la dama en tierra fértil y, como diría ella misma, nada parece casual si de negocios políticos se habla, si se vive de los votos.
Con esta combinación de mayorías encuadra también una minoría, la introducción internacional de La Cámpora en el Vaticano y en Naciones Unidas, habilitación de una madre a la jefatura de un hijo y de un grupo cultor de cierta prédica setentista de las formaciones especiales, cargado de eslóganes contra el Imperio. Varios de su cúpula inmodificable, como la de los sindicatos, operaron en el viaje como si fueran los quintillizos Diligenti, siempre juntitos, la siguieron para fotografiarse en las entrevistas, debutaron emocionados en lides infrecuentes, incurrieron en impagables deslices orales –el de José Otavis sobre la seguridad en Buenos Aires—y, obedientes, se aplicaron a una máxima oficial: impidieron que el periodismo asistiera a un encuentro público con estudiantes norteamericanos. Son agradecidos con la administración: hace más de dos meses, Cristina impuso una instrucción a sus ministros, les ordenó “empoderar” –otro verbo de su paladar– a La Campora en todas las carteras, en todos los institutos del Gobierno. Si ya venía creciendo en ubicaciones el grupo, si se transformaba en fijos a los contratados para no ser luego expulsados o litigantes de indemnizaciones suculentas, el aluvión promete engordar hacia adelante. Y en máximas categorías. Tanto que Mauricio Macri, entre otros opositores, ya investiga –pedido a especialistas jurídicos– sobre las formas que se pueden utilizar para remover en el futuro, si llega a ser gobierno, a estos contingentes que se incorporan al Estado por el simple mérito de un carnet.
Aparte de las colocaciones en el Estado, la inclinación opuesta a Washington expresada en discursos, declaraciones o tuits, surgida ya en los tiempos de Antonini Wilson como si los norteamericanos hubieran puesto el dinero en su valija, y multiplicada desde la resolución del juez Griesa y la Corte sobre los holdouts, casi naturalmente ha forzado la simpatía hacia otros gobiernos. Si no hay amor en una esquina, habrá que buscarlo en la otra. En China, por ejemplo. Una corriente de intercambio que ahora pasa por la cesión de tierras para una base en Neuquén (cuya ejecución ya está en proceso de hormigonado), o el crédito financiero para “nuevas importaciones” del país asiático, mientras que otras del mismo origen –las que alimentan la llamada industria tecnológica del sur– no parecen soportar las trabas, los frenos y los tropiezos que Economía y el Banco Central le imponen a las de otros países. Curiosidades de un idilio creciente que, en los últimos dos meses, convocó la visita a Beijing de cuatro ministros (De Vido, Kicillof, Gorgi y Randazzo) y al titular del BCRA, Juan Carlos Fábrega. Infrecuente tanto vínculo en una nación cuya mandataria, en EE.UU., en la reunión de la ONU, casi no mantuvo reuniones oficiales con otros colegas del universo. A menos que se considere a George Soros, lo que no es desatinado, una figura mucho más importante que la de un Presidente.