Con el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), que está en su fase final de negociación (la última reunión tuvo lugar en la isla de Guam), Barack Obama busca cumplir su promesa de que sean los Estados Unidos quienes escriban las reglas de comercio del siglo XXI, antes de que lo haga China. En mayo, el Senado aprobó la delegación de gestiones sobre el TPP en la Autoridad de Promoción Comercial (TPA), y promediando junio la Cámara de Representantes finalmente dio vía libre (por 218 votos a 208) al otorgamiento de amplias atribuciones a la administración para negociar acuerdos comerciales (“vía rápida” o “fast track”).
Las críticas a la iniciativa son tan vastas como su ambición geográfica (comprende Australia, Brunei, Chile, Estados Unidos, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, Vietnam, Canadá y México). Van desde aspectos globales (como las modalidades secretas de negociación o el riesgo de pérdida de puestos de trabajo) hasta cuestiones sectoriales (como el reproche de que las disposiciones fortalecerán a las grandes corporaciones farmacéuticas en detrimento de la producción de genéricos, restringiendo el tratamiento para los pacientes, aumentando los costos para la salud pública y resintiendo la capacidad adquisitiva de quienes pagan impuestos). En los Estados Unidos, los genéricos suponen las cinco sextas partes de todas las drogas prescriptas, pero sólo un cuarto de su costo.
No menores son las disputas entre los futuros socios, lo que se entiende a la luz de los inmensos intereses en juego. La filtración del borrador en la parte correspondiente a la propiedad intelectual (software, música y otros ítems), luego de la reunión en Guam, puso de manifiesto grandes diferencias entre EE.UU. (favorecido por Japón) y sus socios en el TPP, en cuestiones tales como qué cubren las patentes, por cuánto tiempo pueden ser extendidas, hasta cuándo las compañías farmacéuticas pueden mantener sus datos clínicos con carácter de confidenciales, y otras.
En cada issue, “el gobierno de los Estados Unidos se ubicó del lado de las compañías farmacéuticas a favor de más estrictas protecciones de la propiedad intelectual” (Michael Grunwald, Politico.com). Esto podría llegar a blindar las patentes de medicamentos biológicos (“lo último” en el mundo farmacéutico), aislándolos de la competencia. Rohit Malpani, director de Política y Promoción de Médicos sin Fronteras, ha declarado que los negociadores norteamericanos “funcionaron básicamente como lobbystas de los grandes laboratorios”.
Por su lado, la administración Obama caracteriza al TPP como el más progresivo tratado de libre comercio de la historia, citando su alineamiento con el sistema de protecciones al trabajo y al medio ambiente del así llamado “Acuerdo del 10 de Mayo”, un arreglo bipartidista de finales del gobierno de George W. Bush cuyos efectos estaban destinados a ir más allá de Colombia, Panamá, Perú y Corea del Sur (inmediatos recipiendarios), “pudiendo constituirse en un modelo para todos los acuerdos comerciales, incluyendo uno posiblemente mundial”. Respecto de los cuestionamientos, se insiste en que lo sustancial no está en los borradores sino que se “cerrará” al final.
Mientras esto sucede, basta consultar la prensa especializada para saber que, durante 2014, China destinó al financiamiento de sus exportaciones a mediano y largo término 58 mil millones de dólares, casi cinco veces más que los Estados Unidos (por su lado, los gobiernos del Golfo ofrecen miles de millones en préstamos a los países del Norte de Africa; Alemania también, para promover su producción; otro tanto hacen Corea del Sur y Vietnam).
Estados Unidos, en cambio, ha cancelado la autorización para que su Banco para Exportaciones e Importaciones incorpore nuevas operaciones. “Estamos ‘de lápices caídos’”, graficó su responsable máximo, Fred Hochberg (Financial Times).
Esto se debe a la presión aunada del diputado republicano conservador Jeb Hensarling –a cargo del Comité de Servicios Financieros de la Cámara– y de los grupos American for Prosperity (de los hermanos David y Charles Koch) y Club for Growth (organización de la derecha dura de los conservadores en materia económica, que recibió de Paul Singer cerca de un millón de dólares), quienes aducen que el Banco obedece a las grandes empresas y distorsiona el mercado. Mientras Boeing y General Electric comparan la medida con “un desarme unilateral”, funcionarios del Eximbank de Beijing dijeron que era “una buena cosa” (para ellos).
Pero no es que China las tenga todas consigo. Por un lado, la caída de más de 32% en el índice compuesto de Shanghai (12 de junio, 5166; 8 de julio, 3507) motivó intensos esfuerzos del gobierno para llamar la atención de los inversores, desde facilitarles el acceso a créditos hasta comprar directamente acciones tecnológicas o anunciar la inminente investigación por parte de las autoridades regulatorias bursátiles de potenciales manipulaciones del mercado. Esto pareció dar resultado: la segunda semana de julio asistió a un desplome e inmediatamente a una mejoría.
Así y todo, China sigue montando una estructura comercial, bancaria y de programas de infraestructura, de envergadura y alcance regional e intercontinental, mediante una extensa base de acuerdos y pactos con muchos gobiernos de Eurasia, Asia continental, sudeste asiático y Africa, que incluye en primer lugar a Rusia, potencia bicontinental de incontables recursos naturales, extensísimo territorio y menguada población, que hoy está siendo obligada a tomar distancia tanto de la UE, que la sanciona por la situación en Ucrania, como de los EE.UU., que redoblan la presencia militar en el “zaguán” occidental (los países bálticos) y efectúan ejercicios militares cerca de la susceptible piel del oso ruso.
El 7 de este mes Pekín recordó con solemnidad el 70º aniversario del final de la guerra contra el invasor japonés (1937-1945), ayer enemigo y hoy aliado de los EE.UU. Una agencia (Xinhua), recordó un dicho del finado presidente Roosevelt: “Si China no hubiera combatido… los japoneses hubiesen capturado Australia y la India de un solo saque”. Cuando cuadra, China combate.