En el festival de Valdivia veo La Terre Penche, una agradable película de Christelle Lereux. Allí se muestra el cementerio chino de Noyelles-sur-Mer, una localidad de Picardía en la que yacen más de ochocientos culíes, es decir trabajadores asiáticos reclutados por las potencias coloniales para trabajar en condiciones patéticas. En este caso, se trata de parte de los cien mil chinos que utilizó el ejército aliado durante la Primera Guerra Mundial y murieron en masa. Los de Noyelles, en particular, fueron víctimas del cólera y la gripe. Me sorprendí pensando que sabía muy poco de la historia del siglo XX.
Unos días antes había tenido la misma sensación frente a Ecuatoria, un libro de Patrick Deville cuyo tema es el Africa colonial y poscolonial, que se centra en la figura de Pierre Savorgnan de Brazza (1852-1905), excéntrico explorador francés de origen italiano que fundó la que hoy es la República del Congo. Deville es un autor interesante, de quien hace poco se publicó también Peste y cólera, sobre un discípulo de Pasteur que tras descubrir el bacilo de la peste bubónica se refugió en Indochina y se transformó en un benefactor al que los vietnamitas todavía recuerdan oficialmente. La suerte de Brazza es más ambigua: su mausoleo en Brazzaville es objeto de controversias y para algunos es un homenaje al colonialismo, aunque Brazza fue un ferviente antiesclavista.
Por Ecuatoria desfilan una serie de aventureros, nativos o extranjeros que pasaron por el continente africano, desde Tippu Tip al Che Guevara. Tal vez el libro sea la prueba de que la literatura de viajes es un género agotado: Pierre Loti, Julio Verne y Joseph Conrad escribieron cuando el mapa de Africa tenía un gran blanco en el centro y los grandes ríos no tenían nombre. Deville lo hace desde la misantropía y la idea de que el inventario de la destrucción es una tarea excesiva para cualquiera. Sin embargo, en su recorrida africana tras los pasos de Brazza encuentra situaciones que merecen ser narradas.
Durante 2006 en Kigoma, Tanzania, en un campo para refugiados de las guerras civiles de los países vecinos (que son muchas), se dicta un seminario de teoría literaria a cargo de tres profesores llegados de la República Democrática del Congo (que no es la que fundó Brazza sino la de los belgas, que después fue el Zaire de Mobutu, una dictadura de derecha rodeada de dictaduras marxista-leninistas). Allí se examina a los alumnos sobre narratología a partir de apuntes que contienen abundantes citas de Barthes, de Todorov, de Bourdieu y de Lukács.
El examen podría ser el de alguna facultad argentina. Pero no creo que los alumnos tengan la menor idea de quién fue Brazza ni de las guerras civiles africanas (no creo que sepan siquiera dónde quedan esos países), como tampoco creo que los alumnos de Kigoma sepan qué pasó con los chinos en la Primera Guerra. Mi duda es si la globalización de la teoría literaria no es el correlato perfecto de una enseñanza de la historia cada vez más maniquea y al servicio de los nacionalismos, siempre negadores de las complejidades de la acción política y justificadores de tropelías y masacres. Deville empieza constatando que hoy nadie sabe quién fue Albert Schweitzer ni menos aun lo ha leído, y en un momento desliza una frase demoledora: “Toda ignorancia es culpable”.