Hace muchos años asistí a un homenaje al poeta Héctor Viel Temperley en la librería Libertarte. Tamara Kamenszain era una de las oradoras, y en el público se encontraba Fogwill. En un momento Kamenszain lo invitó a subir al estrado, es conocido que Fogwill hizo mucho para dar a conocer la obra de Viel Temperley y le correspondía estar ahí. Contó entonces una anécdota, que creo recordar (podría llamar a Fogwill para chequear la información con la fuente, pero no se por qué prefiero confiar en mi recuerdo evanescente). Fogwill había escrito un artículo sobre Viel Temperley para un suplemento cultural de un diario que hoy ya no existe. La nota se demoraba y se demoraba en salir. Un día, de casualidad, se encontró con la editora del suplemento que, con algo de culpa, le dijo: “Quedate tranquilo, la semana que viene publico la nota sobre tu amigo”. Pero resulta que Fogwill no había escrito la nota por ser amigo de Viel Temperley (recuerdo que contó que se vieron sólo unas pocas veces, y que Viel le había mandando su libro con una cartita o algo así), sino por la evidente radicalidad de textos como Crawl, entre otros.
Quisiera escribir ahora sobre un escritor español, ¿será necesario aclarar que no soy su amigo? (agregando sobre lo dicho, recuerdo ahora a un escritor argentino que, hablando mal de otro, en una entrevista dijo con dolor: “¡Lo invité a cenar a mi casa y después escribió en mi contra!”). Me refiero a Eloy Tizón. Nacido en Madrid en 1964, escribió libros como La velocidad de los jardines (Anagrama, 1992), que fue muy bien recibido por la crítica, o Parpadeos, de 2006, por citar el más reciente, siempre en la editorial de Jorge Herralde. No soy su amigo, pero lo conozco personalmente. Es decir, lo vi sólo una vez. Fue en Madrid, en noviembre de 2007. Presentados por el periodista y escritor Roberto Valencia, fuimos a cenar los tres a un restaurante italiano, levemente kitsch. Fue una noche muy divertida, y tanto Valencia como Tizón me parecieron sumamente inteligentes e interesantes. Pero quizá debido a mi ineptitud para las relaciones sociales, no le pedí su mail, y nunca más tuve contacto con él (ahora que me doy cuenta, él tampoco me pidió el mío; quizá yo no le resulté tan interesante). Pero no son sus libros lo que quisiera comentar, sino una entrevista que concedió a la revista española Quimera, en su número de febrero. Quimera no se distribuye en Argentina, ni puede leerse en Internet, así que sólo me queda glosar algunas de sus intervenciones. Ante una pregunta en la que, al pasar, le mencionan que algunos críticos lo trataban de “escritor diferente, artificial, elitista”, Tizón acierta con una frase perfecta: “Quizá lo que pasa es que, en épocas de bajísimo nivel cultural, se tiende a confundir el elitismo con la exigencia”. Luego le preguntan por su relación con el mercado. Responde: “En lugar del mercado, que es un tema que ya cansa, prefiero referirme aquí a las grietas del mercado. A esos resquicios que permiten respirar un poco de aire fresco (...) Sin exagerar, creo que la supervivencia de numerosos autores –entre los que me incluyo– ha dependido en gran medida del entusiasmo de pequeños grupos que poco a poco van haciendo funcionar el boca a boca, haciendo circular ciertos nombres, ciertos libros, casi como contraseñas”. Y más adelante le preguntan sobre las diferencias entre sus libros publicados en 1992 y 2006. Contesta: “Uno es un corredor de fondo (...); si no lo pensase así, creo que me abstendría de publicar”. La entrevista es mucho más larga, pero el tono no cambia. Tizón (Eloy, por supuesto) vuelve a poner a la literatura en ese siempre saludable lugar que consiste en pensar críticamente el mundo.