El Dengue y la Vinchuca se comen el país. No es casual. Ambas plagas son un clásico de nuestra desidia. Sea en lo social o en lo ambiental, la pareja hace estragos. Basta que una esperanza de bonanza alegre el ego público para que de sopetón irrumpan ellos, y a cantarle a Gardel.
No bien se intenta redondear un amago de futuro surge del magma de la argentinidad un líder votable y tiempo después, indeseable. El fenómeno se da con frecuencia mortal. Promete en el Congreso liquidar todas las plagas y los bichos y ya en el sillón pone freno de mano y se cree Napoleón.
Si hay una comunidad en Babia en el mundo, es la nuestra. Lleva 200 años (con una previa de otros 200) sin darse un objetivo ni fijarse un perfil. Solo se distingue por ser distinta. La más “distinta” del mundo. No se sabe bien de qué. A los turistas les place y mucho “eso distinto” que encuentran aquí. A nosotros nos embola. No nos deja salir de la infancia social. Es un tira y afloja letal. Basta que alguien proyecte para que otro desproyecte. Siempre fue así.
“Lo de los gringos no nos sirve. Ellos pueden hacerlo porque tienen 15 puertos de mar. Nosotros sólo uno.” Así le carteó el Restaurador (sic) de las Leyes (sic) al Facundo riojano cuando Quiroga le proponía copiar el modelo federal del norte. No era un pánfilo político ni tampoco un Tigre a secas: vestía calzoncillos (y otras priendas de seda) traídas de París. Y leía bastante, como también Rosas. Hábito que no consta en los curriculums de Menem ni de Kirchner.
Más allá de esta anécdota curiosa la (pre) república del Dengue y la Vinchuca siempre fue lo que hoy es. Ademán. Palo en la rueda. Truco. “Hay que dejar todo como estaba” es la más socorrida chicana del “deshacer” nacional. Por eso argentinidad y mismidad son sinónimos. Nunca somos más argentinos que cuando rezamos ante otro argentino (varias veces al día) nuestra oración madre: “Siempre pasa lo mismo”.
La Constitución será bella, pero pertenece a otro país. Alberdi debió arrancar con versículo de fierro que precediera a todos sus artículos diciendo: “Nos, etc., etc., disponemos y decidimos de ahora en más, dejar de ser los mismos” De haberlo incluído, y cumplirse, no serían hoy Dengue y Vinchuca nuestras símbolos patrios. No seguiríamos siendo (como tan nítido resalta en este ácido, torpe 2009) los tontos mayores del planeta. Ni vamos “a las cosas” (como nos aconsejó Ortega) ni a nosotros, ni a nada. Lo prueba esta semana ríspida, de mal olor, de angustia y desvarío.
Se agudiza la porfía del País Central encastillado en Buenos Aires y el País Lateral encrespado en el campo. Dos mitades de país “unidas” por la espalda. Un esperpento social acosado por Dengues y Vinchucas de variadas especies. De insectos que encuentran en la miseria su caldo de cultivo. Y de humanos que cultivan la miseria como estrategia de poder.
El pingüino que brotó de un hongo peronista y se aclimató en Buenos Aires se recluyó en el pico del Obelisco y desde los 4 ventanucos vigila al país que él dio vuelta como una media. En esa punta incómoda se mantiene ofuscado y gritón. Teme lo quieran bajar. Menem, la Ferrari. Kirchner, el Obelisco. Son así.
*Columnista de Perfil.com.