Hace unos años, acompañado por una buena parte de la dirigencia política argentina, nuestro gobierno decidió “proteger la mesa de los argentinos” e impedir que los precios de la carne vacuna reflejaran la mejor demanda internacional y la suba generalizada del precio internacional de los alimentos. Todos los argentinos tenían derecho a consumir lomo a precios bajos. Pero para que el lomo no faltara en la mesa de los argentinos, era necesario que sobraran vacas en los campos de los argentinos. En cambio, mientras se procuraba el “libre acceso al lomo”, se desincentivaba con restricciones, prohibiciones, impuestos a la exportación, etc. la producción de vacas, la materia prima que genera el lomo.
Poco a poco, los resultados de esta incompatibilidad empezaron a manifestarse. Los productores comenzaron a vender las “máquinas de fabricar terneros” y, donde pudieron, se dedicaron a otras actividades más rentables. Hubo intentos de mejorar la oferta “artificialmente”, subsidiando el engorde de ganado a corral (corrupción en la Oncca mediante), pero este mecanismo “apura” el engorde pero no “inventa” nuevas vacas.
A principios de este año, la realidad se impuso. El precio de la hacienda explotó, el de la carne se duplicó, y la demanda cayó 20 por ciento. La mesa de los argentinos se quedó con menos lomo y más caro.
En los países limítrofes, en cambio, como dejaron producir vacas libremente, los precios se ajustaron a la nueva realidad internacional de manera gradual. Además, como las vacas producen, simultáneamente, lomo y asado, se produjeron muchos lomos para exportar y sobraron asados para el mercado interno, de manera que el precio del asado cayó sustancialmente.
Pero esto, que ya sucedió en forma evidente en el mercado de la carne, también está sucediendo en la Argentina en el mercado de combustibles y energía y en otros donde el tipo de intervención estatal busca proteger la demanda sin alentar la oferta.
Pero pese a estos ejemplos tan evidentes, los argentinos no escarmentamos o, lo que es peor, no aprendemos.
Ahora, lo que se nos promete desde el Gobierno, desde varios proyectos de ley en el Congreso y no sólo de legisladores oficialistas, o desde “consensos de políticas de Estado”, es “facilitar el acceso al crédito a todos los argentinos”.
Pero esto es exactamente igual al caso de la carne. Para que haya más crédito y a costos razonables, para los individuos y las empresas nacionales (más lomo), hace falta que haya más ahorro en pesos en el mercado de capitales local (las vaquitas).
No hay más crédito en pesos si no hay más ahorro en pesos. Y en la Argentina no hay más ahorro en pesos, primero, porque nos encargamos de destruir la moneda local durante décadas y segundo, porque hemos atacado, sistemáticamente, los derechos de propiedad de los ahorristas e inversores. El ahorro es la materia prima del crédito. No se puede inventar de la nada. Y en un contexto de alta inflación, de tasas de interés negativas en términos reales, de tipo de cambio nominal creciendo por debajo de la tasa de inflación, generando expectativas de mayor devaluación en el futuro, con índices de ajuste de los instrumentos de la deuda pública manipulados explícitamente, etc., los argentinos no ahorramos en pesos en el sistema financiero local y buscamos desesperadamente sustitutos o gastamos en activos reales (lo mismo que hizo el productor ganadero cuando le quitaron rentabilidad a la cría y engorde de vacas).
Es porque no hay ahorro de largo plazo en pesos que el crédito en la Argentina es caro y escaso. De la misma manera que sin vacas el lomo es más caro, o sin exploración y producción de petróleo, tarde o temprano, la energía será más cara.
Como en el caso de los feed lots, como no se quiere reconocer y actuar sobre el tema de fondo (la inflación y la seguridad jurídica), se inventan mecanismos artificiales de generación de crédito –redescuentos del Banco Central–. Ahora, si fuera tan fácil “inventar” crédito emitiendo dinero desde el Banco Central, ¿por qué no emitimos cuarenta billones de pesos y permitimos que cada argentino acceda a un crédito de un millón de pesos? Hasta mi abuelita se da cuenta de que esto es absurdo.
Sin ahorro abundante, no habrá crédito barato para todos, por más leyes, normas y regulaciones que inventemos. Como no hay lomo barato y como no habrá energía barata.