El caso de Santiago Maldonado pone en escena la pregunta de la sociedad acerca de la violencia estatal y cuáles son los límites de esa práctica. Qué es un cuerpo, en definitiva, quiénes disponen de él, y de qué clase de cuerpo se trata. Desde el perspicaz mapuche que dijo que si Maldonado hubiese sido mapuche como ellos el caso no habría tenido la repercusión que consiguió, hasta las incompletas cámaras que buscan registrar u ocultar su tránsito. La pregunta por el destino de los cuerpos monta cementerios y crematorios y el nazismo montó al respecto una maquinaria de macabra economía. Los asesinos del Proceso construyeron modalidades de retención y ocultamiento basándose en el principio de la extensión de nuestras geografías y la amplitud de nuestros ríos. No hay misterio mayor para el cristianismo que la pregunta por el cuerpo de Cristo durante su tránsito secreto de tres días hasta la resurrección. El oficialismo actual, experto en representaciones emotivo-faciales (en lo que no hizo sino copiar a Cristina), no supo advertir a tiempo que la imagen de Santiago Maldonado era la de un Cristo moderno: alguien al margen de la sociedad, alejado de los encantos del trabajo de calidad y de la renta financiera, y hermano de los humillados y ofendidos. Por eso, ante la pregunta acerca de su paradero, tanto Macri como Vidal sólo pudieron ofrecer la forma de sus cuerpos en fuga. Recién ahora algo parece cambiar, de parte de ellos, cuando advierten que todo desaparecido es una presencia duradera.