Propongo que el 22 de diciembre sea instituido como el Día Internacional del Blog. Como ocurre con el Día de los Trabajadores, la fecha no será el homenaje a una victoria sino a una masacre. El día del blog, entonces, recordará ese sábado de 2007 en el que Ñ, la revista cultural del mayor diario argentino, publicó dos notas descalificando los blogs y condenándolos a muerte.
En Contra la blogalización, Marcelo Birmajer se reduce a glosar una perogrullada: que el que escribe en su propio sitio “no debe afrontar los rigores de editores ni correctores. No debe preocuparse por si al público le interesan o no sus reflexiones ni por si los críticos las elogiarán o aniquilarán”. No son muy distintos los argumentos de Horacio González en El blog no tiene futuro. La diferencia, en todo caso, es que la prosa de Birmajer es sencilla mientras que la de González es alambicada y abunda en expresiones tales como “la disolución del sujeto autoral y la responsabilidad del multi-secular sujeto escribiente”.
El escritor y el director de la Biblioteca Nacional dicen básicamente lo mismo: que los blogs son una forma degradada de la escritura cuya inmediatez lleva a una “borrosa disentería de escritos de rigor espontaneísta”. Ambos claman por la vuelta a las tradiciones y las jerarquías, pero asoman en González su vieja fobia contra la técnica y un pensamiento asombrosamente conservador y autoritario, que recurre a la remanida metáfora discepoliana del cambalache y elogia “el cedazo riguroso de la redacción estable de un diario” como filtro no ya de los artículos, sino hasta de las cartas de lectores.
Sin embargo, no hubo que esperar una semana para leer las respuestas de los lectores de Ñ (es decir, las aceptadas por la redacción de la revista). Sin censura previa y como para demostrar que la velocidad del medio no es necesariamente un defecto, en cuestión de horas aparecieron en distintos blogs media docena de notas discutiendo las ideas de Birmajer y González, y hasta una divertida página de humor gráfico que anunciaba el estreno de una película llamada La blogósfera contraataca. Ninguna de las contestaciones podía ser acusada de “banal juego de irreverencia”, de “injuriante”, o de “conversación amorfa”, según los epítetos de González. La web exhibía así su capacidad de respuesta frente a la expresión de un discurso reaccionario.
Es un lugar común del establishment cultural –salvo excepciones– la ignorancia y el menosprecio de los blogs. Algunos, como González y Birmajer, expresan la irritación de quienes pretenden que su condición de personas más o menos famosas los inmunice de la crítica de los desconocidos. Otros lo hacen de buena fe, por simple desconocimiento de una situación novedosa. Hace poco, una escritora me agradecía la reseña de su último libro mediante un mail que terminaba diciendo: “lástima que fue en un blog y no en un medio”, a pesar de lo efímeros que suelen ser los efectos de las reseñas en los medios tradicionales.
Pero hay una diferencia más importante entre las publicaciones en papel y las virtuales. Es cierto que, en principio, es muy fácil tener un blog. Pero es muy difícil mantenerlo actualizado, y mucho más difícil que el blog sea leído y respetado. Los que producen un blog con esa aspiración terminan por aprender con su cuerpo que la exigencia que demanda cada texto es infinitamente superior, tremendamente más sutil de la que se requiere para pasar el filtro de un jefe de redacción. Notas forzadas y vacías como la de González o Birmajer son sólo posibles gracias a la combinación entre un nombre conocido y un medio importante que les presta su soporte. Dicho de otro modo, no pasarían el control de calidad, de autenticidad y de sinceridad que la comunidad virtual (o, mejor, las comunidades virtuales) exigen de los materiales que se publican en la web, donde no hay oficinas de prensa, ni cátedras, ni poder.