Fiel a los relatos que adecuan a gusto la historia o el presente, podría escribir que le hice un largo reportaje a Nelson Mandela días antes de ser elegido como el primer presidente democrático de una Sudáfrica multirracial. Pero, fiel a mi estilo, debo decir que no fue así, lamentablemente: apenas pude preguntarle cuatro cosas a las apuradas en el ascensor del Shell House, el mítico edificio de Johannesburgo donde funcionaba la sede central del Congreso Nacional Africano (CNA, “su” partido).
En abril de 1994, Clarín me mandó a cubrir un momento histórico en un país increíble, lo que me permitió acceder a un hombre que ya era legendario antes de transformarse definitivamente en leyenda. La aventura inolvidable duró 34 días: fui el primer enviado argentino en llegar y el último en irme, luego de que Mandela ganara la elección y asumiera como nuevo jefe de Estado.
No era sencillo acceder a él, claro. Además de una custodia férrea, todos los medios importantes del mundo estaban en Sudáfrica y buscaban contactarlo. Sólo había lugar para unos pocos elegidos, y entre ellos no estábamos los argentinos.
Así que decidí saltear los canales formales de solicitud de entrevista, que no daban resultado, y empecé a pasar varias horas día tras día en la sede del CNA. Un sábado por la noche, tras haber mandado las notas de la jornada, otra vez al Shell House y ahí, el milagro. Tras dos o tres horas de recorrida y espera, había trascurrido la medianoche y tomé el ascensor principal para irme al hotel, otra vez vencido. Dos pisos después, tres guardaespaldas y Mandela entraron al ascensor, que era amplio, pero a mí me empezó a parecer un montacarga. En mi inglés rústico le pedí hacerle unas preguntas de las que siempre me arrepentí: lo interrogué sobre la situación sudafricana con la misma profundidad con la que los movileros acosan a Capitanich.
Me respondió breve, amable, cansado y firme, todo a la vez. Me costó reaccionar y darme cuenta de lo que estaba ocurriendo. Llegamos a planta baja. “Pleasure”, me dijo al estrecharme su mano ajada pero firme, como forma de terminar el diálogo. Ese momento fue tan conmovedor para mí como su recuerdo.
Con esa misma sencillez y fortaleza, Mandela se erigió en un ser único que transformó a un país condenado en una tierra de esperanzas. Ojalá alguna vez se concreten, aunque sea por el gran Madiba.
*Jefe de Redacción de PERFIL. Fue el enviado especial de Clarín a las elecciones sudafricanas que ganó Mandela en abril de 1994.