COLUMNISTAS

El dilema de la fuerza

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Ferrocarril San Martin, en Retiro. Chicos jugando entre las vías del tren, última estación de la escalada de ocupaciones que enfrenta el Gobierno.

 Los sentimientos se articulan en un lenguaje distinto al de la razón, donde lo parecido se transforma en idéntico. Un orden donde las imágenes llegan más que las palabras por la prematuración de lo visual sobre lo oral. Más primitivo porque los primeros años de vida podemos ver pero aún no hablar. Ese mundo particular dominado por metáforas y metonimias que, siendo tan útiles en la poesía y en tantos campos fundamentales de la vida, crean confusiones en lo cotidiano fabricando fantasías.

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Todos los seres humanos tienen fantasías, incluso parte de ellas son necesarias para mirar la realidad desde alguna posición. Una de las que caracterizan al kirchnerismo confunde cualquier represión de las fuerzas de seguridad con represión de la dictadura militar. Al cargar de contenido siempre diabólico –o sea, religioso– la palabra represión se encierra en un dilema en el que tarde o temprano puede terminar ahogado de éxito.

Si el Gobierno logra disuadir a quienes tomen terrenos con subsidios, cada vez tendrá que levantar su oferta porque tentará a aquellos que aún no se animaron. Hay un chiste en el que una persona le pregunta al guardia: “¿Se puede fumar aquí?”. El guardia responde que no. La persona vuelve a preguntar: “¿Pero, cómo, si el piso está lleno de colillas de cigarrillos?”. Y el guardia contesta: “Eso es para los que no preguntan”.
Apelando al viejo ejemplo del palo y la zanahoria, así como el palo solo no resuelve el problema de fondo, la zanahoria sola tampoco lo resuelve.

La ideologización de las herramientas –gente uniformada, por ejemplo– es una de las formas donde lo imaginario se confunde con lo real. Pero lo real siempre termina imponiéndose, como lo muestra la sugerente foto que PERFIL publicó en su edición de ayer, donde la flamante ministra de Seguridad, Nilda Garré, antes de salir a su trabajo, atiende en camisón a un proveedor en la puerta de su casa de Palermo, protegida tras una gruesa reja similar a las que utilizan para resguardarse los comercios abiertos de noche en zonas riesgosas.

Si el Gobierno aspira a resolver todos los conflictos sin apelar al uso de la fuerza, puede promover una escalada que tarde o temprano encuentre un punto donde no le quede más alternativa que usarla. En el camino habrá consumido tiempo y recursos públicos, pudiendo hacer el mal a quien pretende hacer el bien.
Cuando se cuenta la famosa historia del rey Salomón en la que, ante dos mujeres que se atribuían ser la madre del mismo niño, ordenó que lo cortaran por la mitad y lo repartieran en partes iguales entre las mujeres para provocar que la verdadera madre dijera que entonces prefería que la otra mujer se quedase con el niño entero, se omite recordar que Salomón tenía fama de muy severo y que su amenaza parecía cumplible. Si no hubiera resultado verosímil la disposición de Salomón, la verdadera madre del niño no habría reaccionado y no hubiera podido quedarse con su niño.
Si el Estado refuerza su promesa de no utilizar en ninguna circunstancia la fuerza para desalojar a quienes ocupen espacio ajeno, con su compromiso puede incentivar el problema que pretende corregir. Como en el caso del rey Salomón, son las acciones del pasado las que construirán la problemática del futuro o la desactivarán.

No se trata de ideologizar herramientas. En función de los resultados, pudo estar muy bien no reprimir ocupaciones del espacio público durante los siete años anteriores, pero esa técnica podría ser, o podría estar comenzando a ser, obsoleta. Hubo un tiempo donde el kirchnerismo nadaba donde Macri se ahogaba: ahora el tsunami amenaza ahogar a todos por igual.