COLUMNISTAS
La mano de astrada en RIVER

El doctor empieza a curar al enfermo

Es difícil de imaginar lo que pensó Leonardo Astrada el 12 de octubre pasado, cuando Andrés Silvera festejaba el tercer gol de Independiente en el Monumental. River perdía 3-0 con un rival al que casi siempre le gana hasta por las dudas.

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Es difícil de imaginar lo que pensó Leonardo Astrada el 12 de octubre pasado, cuando Andrés Silvera festejaba el tercer gol de Independiente en el Monumental. River perdía 3-0 con un rival al que casi siempre le gana hasta por las dudas. “¿Cómo arreglo esto?”, “el próximo partido lo pongo a Vega”, “jugando así no tenemos chance de ganar ningún partido”, debe ser algo de lo que pensó.
El Jefe conoce River como su casa y, sobre todo, sabe de los humores de la gente cuando el equipo de la banda color sangre no obtiene lo que debe. River perdió ese partido con Independiente sólo 1-3 porque el equipo del Tolo Gallego levantó el pie del acelerador y porque el DT rojo priorizó una calentura suya con el pibe Mancuello al funcionamiento del equipo. Sacó a Mancuello y River respiró.
Después de ese día, el nuevo problema era que debía jugar contra Huracán en Patricios. Ya sabemos –sus medios adictos nos lo recuerdan cada vez que Huracán pierde– que al Globo le faltan Pastore y Defederico. A River le falta Falcao, a Boca le faltan Palacio y Forlín, a Independiente le falta Rolfi Montenegro y a Racing, Shaffer, Zuculini y Franco Sosa. Pero la prensa sólo habla de las ausencias de Huracán, “el equipo del pueblo”.

Para ese River de hace un par de semanas, todos los rivales significaban escalar el Everest. Para este Huracán “sin Pastore y Defederico” también. Fue en ese partido en el Tomás A. Ducó en el que River empezó a mostrar –aunque fuera levemente– la “marca Astrada” en el orillo. La primera opinión fuerte del nuevo entrenador de River fue la del arquero. Daniel Vega volvió bajo los palos millonarios. El segundo gran cambio fue el de Matías Almeyda como marcador central, y lo hizo bien. El otro fue devolver a sus lugares de origen a Ferrari y Villagra.
El medio también fue modificado. Astrada sacó desde la percha a Nicolás Domingo, un rubiecito con pinta de estudiante secundario de colegio caro pero que, sin embargo, a la hora de meter la pierna y levantar pelota, rival y pasto, no se hace ningún problema. Para que entrara Domingo, dejó afuera a Paniagua, el volante paraguayo que había traído Gorosito. Barrado y Abelairas también recuperaron protagonismo.
Esa tarde frente a Huracán (18 de octubre), el Jefe optó por la historia que le quedaba dentro del plantel: Gallardo y Ortega, aun con condiciones físicas precarias. Y el Enano Buonanotte quedó para tareas más duras, como las de picar, generarse espacios y definir.
River no le ganó a Huracán porque, durante 75 de 90 minutos, tiró afuera todo lo que creó desde tres cuartos de cancha en adelante. Y no perdió porque Vega justificó la elección de Leo Astrada tapando tres pelotas como lo hubiese hecho el mismísimo Fillol.

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El domingo pasado fue el turno del superclásico. Astrada pensó en el rival y actuó en consecuencia. La presencia de Palermo en el área propia no daba lugar a especulaciones ni a pruebas. Almeyda –de buen partido contra un Huracán sin referencia de punta– no podía ser condenado a luchar en el aire con el “9” de Boca. Entonces, Astrada decidió la presencia de Cabral. El ex Racing hace algunas tonterías, como la trompada a Bottinelli y su posterior penal y expulsión contra San Lorenzo. Pero, puesto a jugar, tiene un juego aéreo más que interesante. El técnico mantuvo la base que había enfrentado a Huracán, pero modificó lo que debía: custodió a Palermo, sacó a Almeyda al medio para apuntalar el trabajo de Domingo sobre Riquelme y casi gana el partido en el primer tiempo cuando Gallardo manejó la pelota y clavó un tiro libre en el ángulo. No pudo mantener el dominio porque fue expulsado Villagra y los cambios no dieron el resultado esperado. Pero hubo un avance: Boca le generó mucho menos peligro que Huracán.

Pasado Boca, llegó Argentinos, hace dos días. Otra vez Almeyda al fondo, ahora con los dos centrales que actuaron contra Boca. Cabral, el Pelado y Nico Sánchez levantaron una pared en la que los delanteros de Argentinos Juniors rebotaron una y otra vez. Gallardo no estuvo por una lesión y Astrada le dio una oportunidad a Fabbiani. Ortega pasó a jugar “de Gallardo” y el Ogro se acomodó como compañía de Buonanotte. Fabbiani salió por un codazo tremendo de Scotti y Mauro Díaz lo suplió. Y entre Mauro Díaz, Ortega –con cuentagotas–, Buonanotte, Barrado de “cinco bis”, Domingo, Almeyda, Cabral, Sánchez y Vega, armaron un cuadro confiable, de trabajo, con mucho sudor, algo de fútbol sostenido, mucha profundidad y poca puntería. River debió haber terminado con Argentinos promediando el segundo tiempo y no pudo hacerlo por su propia ineficacia. Cuando entró Mauro Rosales, pudo poner en el arco de Torrico la verdadera diferencia entre los dos.
Este paneo por los partidos del ciclo Astrada llama al optimismo. Es cierto que River es tierra arrasada, que sus dirigentes hicieron pedazos cuanto quedó de la gran historia del club. No menos real es que muchos de estos futbolistas tal vez no estén a la altura de las circunstancias. Pero es verdad que River no es una maravilla ni mucho menos.
Pero Leo, en cuatro partidos, logró lo que River venía necesitando: que los once que salen a la cancha a poner la cara por River funcionen como un equipo. El fútbol es un juego de conjunto y, muchas veces, cuando el talento escasea o el rival es mejor, hay que meter táctica, estrategia y corazón para sobrellevar el chubasco. River lo hizo de menor a mayor.
Y lo más importante: se hizo cargo de su enfermedad y parece que Astrada, con el trabajo diario y mucha paciencia, lo está curando.