En 2014, una fotografía del ex presidente uruguayo José Mujica fue publicada en las redes sociales, viralizó hasta ocupar un espacio multitudinario en ellas y la reprodujeron numerosos medios periodísticos del vecino país y también de otros lugares del mundo. La foto era acompañada por un texto según el cual había sido tomada en un hospital público donde, supuestamente, Mujica había concurrido para ser atendido como un paciente más. Pasó más de un día hasta que se supo que, en verdad, esa imagen en la que Mujica aparecía cabizbajo, sentado en una silla colectiva y calzado con sandalias, había sido tomada el día de la asunción del ministro de Economía Mario Bergara. Un papelón, por cierto.
Ayer, poco después de mediodía, una conferencia de prensa frente a la casa de Chicha Mariani, abuela de 92 años que busca desde hace 39 a su nieta apropiada por la dictadura, puso fin a un gravísimo error comunicacional de quienes acompañan a la luchadora desde hace mucho tiempo, error motivado –se dijo allí– por miembros de la Asociación Anahí que “se dejaron llevar por la emoción”. Seguramente, en la sección Política será relatado el caso con mayor detalle e información, pero quiero ocuparme aquí del aspecto estrictamente comunicacional (aunque no descarto el componente afectivo, emocional).
El caso ofreció desde la víspera de Navidad una serie de aristas curiosas y a la vez cargadas de riesgo por la ausencia o endeblez (falta de personal, mayoritariamente en goce del feriado en buena parte de los medios) en el ejercicio de periodismo activo. Jugaron muy fuerte, en tal sentido, las redes sociales, en las que se reflejaron inicialmente las primeras noticias, y no desde fuentes carentes de controversia.
A la una y media de la tarde del jueves 24, un breve comunicado alertó sobre la supuesta aparición de Clara Anahí y su encuentro privado con Chicha Mariani. ¿En qué espacio sucedió? Fue en la propia página personal en Facebook de la abuela, cuyo verdadero nombre es María Isabel Chorobik. Con la firma de Norberto Liwski, Leticia Finocchi y Elsa Pavón, la Fundación Anahí comunicaba que se habían encontrado “Chicha Mariani con su nieta Clara Anahí, en lo que representa uno de los mayores anhelos de la sociedad argentina en el camino de la restitución de los nietos de-saparecidos bajo la dictadura cívico-militar. (...) Tras un riguroso mecanismo de determinación del vínculo biológico ha quedado establecida la probabilidad de vínculo en el 99,9%”.
El impacto sobre la red social fue inmediato y la noticia viralizó. Los medios electrónicos reaccionaron con lentitud y cierta cautela. Fue similar la actitud de quienes estamos acostumbrados a movernos entre noticias ciertas, falsas, engañosas, felices, dolorosas: un cierto grado de escepticismo, la duda que nunca debe abandonar al periodista, la búsqueda de otras fuentes para corroborar lo expresado en la comunicación original. Con el paso de las horas, algunas de esas fuentes se atrevieron a confirmar el dato y dar por cierto que Chicha y su nieta se habían reencontrado. Más: se publicaron fotos de ambas, y palabras de la abuela expresando su alegría por el reencuentro: “El mundo, de repente, se puso derecho y uno dejó de sufrir por lo que ve y por lo que lee y hoy me siento una mujer sumamente feliz por haber encontrado y tenido acá a mi lado a mi nieta –dijo–: parece mentira tenerla acá a mi lado”. El muro de Mariani estalló en expresiones de alegría, y cuando la Nochebuena derramaba cenas, libaciones y festejos, la novedad del hallazgo potenció los brindis felices.
La ausencia de medios gráficos en la mañana de la Navidad les evitó reproducir la noticia tal y como se conocía por vía virtual. Los portales coincidieron en el error y quienes manteníamos cierto grado de duda (casi totalmente disipada por entonces) nos aferramos a la noticia en positivo, ya sin ponerle objeciones aunque –confieso, en lo personal– muchos mantuvimos cierta cautela por lo extraño del origen y la ausencia de ratificación por parte de órganos oficiales u oficiosos.
Y así fue como se llegó a la noche de Navidad, el viernes, con alto grado de decepción, una emoción transformada en dolor y la certeza de que no importa cuánto pueda aportar el periodismo bien ejercido cuando el material informativo tiene un mal de origen.
Muchas veces, con razón, lectores, oyentes, televidentes, usuarios de internet, se quejan por errores, omisiones o manipulación por parte de algunos medios y ciertos periodistas. Esta vez fueron la noticia en sí y el entusiasmo de sus voceros los que indujeron a equivocar el camino hacia la verdad y provocaron una enorme frustración ante el reconocimiento del error cometido.
Quienes ejercemos este oficio –humanos también, en fin– sentimos tristeza por lo ocurrido y desazón por haber caído en una trampa informativa no querida.