Hace algunos años estaba en una librería de Madrid y otro cliente entró a pedir un libro de Andrés Trapiello. Cuando el hombre se fue, el librero (que no me conocía) se puso a despotricar contra el escritor (al que yo no conocía). Dijo que era un autor lamentable y el peor canalla de las letras españolas. Y agregó: “Para colmo, todos los años viene gente a buscar su último libro”. No me animé a pedirle más detalles, pero me quedó una especie de terror cada vez que veía mencionado su nombre.
Es probable que los denostados adictos a Trapiello buscaran el Salón de pasos perdidos, un diario del que han aparecido hasta ahora veintidós volúmenes. El proyecto, subtitulado Una novela en marcha, parte de una versión más espontánea que Trapiello corrige y reelabora durante algunos años antes de publicarlo. El primer volumen, El gato encerrado, corresponde a 1987 y apareció en 1990, pero el plazo se ha ido estirando y el último, Diligencias, es de 2008, pero se imprimió en 2018.
La obra de Trapiello no se agota en el Salón: incluye novelas, libros de poemas, recopilaciones de artículos periodísticos y ensayos. Dos de ellos tienen un interés particular. Uno es El escritor de diarios (1998) y es un complemento del Salón, porque Trapiello analiza allí los diarios ajenos y el propio. El otro, Las armas y las letras (2010), es un libro importante, dedicado a los escritores durante la Guerra Civil Española, tanto los nativos como los visitantes, y en el que se mezclan la historia y la crítica. Trapiello es un crítico agudo, aunque no exento de caprichos y manías. Y su posición respecto de la guerra es que fue una desgracia acaso evitable de la que los dos bandos tienen su culpa. Eso ya indica que Trapiello no es muy popular en la izquierda, sobre todo ahora que hay tanta gente que quiere que todo vuelva a empezar, si es que no empezó ya.
Leí esos ensayos de Trapiello, pero nunca había entrado en el Salón, muy difícil de conseguir por aquí. Al final, le pedí a mi cuñado Lisandro que me trajera Dilingencias y lo acabo de terminar. Son quinientas páginas grandes en una muy bella edición de Pre-Textos, sin errores, en papel ahuesado, con una espléndida tipografía. Trapiello tiene que ver con el diseño: es un aficionado a los libros como objeto y a las cuestiones tipográficas. Buena parte de Diligencias transcurre en El Rastro y en los locales de libros antiguos. El contenido no es deslumbrante, pero tampoco carece de atractivos.
Trapiello tiene fama (incluso habla de eso) de cometer indiscreciones que afectan a aquellos con los que se cruza, pero sustituye los nombres por iniciales y así los personajes me resultaron desconocidos. Pero lo más curioso me parece su idea de la literatura. Desconfía de las vanguardias, no parece importarle nada posterior a Proust y su mundo es el de las letras hispanas, de las que admira –entre otros pocos– a Cervantes, Galdós y Unamuno. El resto le merece siempre reservas y objeciones. El Salón, más bien sombrío pero no desprovisto de ingenio y de humor, obliga a compartir la vida con su autor y su familia, una vida más bien tranquila y burguesa. Contrariamente a mi costumbre, no subrayé el libro. Me pareció que hacerlo me convertiría en inquilino permanente de ese salón en el que no sé si me gustaría perderme. Mantengamos la distancia.