Dos domingos atrás, la columna del vecino Tabarovsky terminaba diciendo que le “encantaría leer una buena historia de la relación entre editores y autores”. Supongo que T. se refería a una Historia con mayúscula, aunque no sé si corresponde escribir la palabra de ese modo, además de que resulta un poco imperialista. Aun así, pensé en el otro sentido de la palabra, en un buen relato que tuviera como protagonistas a un autor y un editor. Y recordé que la editorial madrileña Trama tiene una colección llamada “Tipos móviles” dedicada al tema. Hace poco compré el último volumen, que se titula Jérôme Lindon, mi editor y está dedicado al patron (en el sentido francés, que alude más al carácter de jefe que al de propietario) durante cincuenta años de las legendarias Editions de Minuit. Lindon publicó a Samuel Beckett (con lo que le bastaría para quedar en la Historia de la Edición que reclama T.), pero también a Bataille, a Bourdieu, a Derrida, a Blanchot, a Duras, a Robbe-Grillet, a Simon, a Pinget, a Koltès...
El autor de Jérôme Lindon es Jean Echenoz, un pupilo de la casa, y lo escribió una noche de 2001, cuando se enteró de que el editor había muerto. Es un libro pequeño y espléndido, que se aleja de la biografía para concentrarse exclusivamente en la relación entre ambos. Echenoz traza de Lindon un retrato discreto, que no va nunca más allá de lo que pudo conocer de primera mano y se desglosa en una serie de breves anécdotas. El hilo conductor de la historia es la carrera de Echenoz desde que era un desconocido y depositó un manuscrito en la editorial –y fue aceptado, para su enorme sorpresa– hasta que se convirtió en una de las estrellas de Minuit y ganó el famoso premio Goncourt. Echenoz cuenta que veía en Lindon a un padre severo que lo protegió hasta de sí mismo y con el que tuvo un trato frecuente, aunque nunca pudo superar cierta sensación de distancia. El libro es sobrio y muy poco sentimental, lo que contribuye a aumentar su dimensión emotiva. La prosa de Echenoz es elegante y sintética hasta lo rebuscado: para informarnos que cambió de mujer, se limita a decir Madeleine en las primeras páginas y Florence en las últimas.
La lectura del librito me provoca el deseo de seguir leyendo a Echenoz. Un amigo me recomienda cálidamente Correr, su último libro traducido al castellano, dedicado al maratonista Emil Zátopek, pero no lo tengo. Busco en la biblioteca y encuentro Me voy, una novela de 1999. La leo y la decepción resulta enorme, proporcional a las expectativas. Es un bestseller “de calidad” (y no de los mejores), con influencias poco procesadas de Nabokov en el tono irónico del relato y de Perec en la melancolía y el detalle cartográfico. Hay una historia policial de fondo, las consabidas precisiones de la literatura mundana sobre modelos de armas y marcas de perfume mientras que las mujeres son esta vez ocho y están tratadas con la misma gelidez. Echenoz se precia de pulir las frases, pero esa habilidad es irrelevante cuando el material es innoble.
Hojeo un libro del editor Jorge Herralde y encuentro esta referencia de 1999 en su visita al Salón del Libro en París: “Felicito a Irene Lindon (la hija de Jérôme) por su temporada espectacular: Je m’en vais de Jean Echenoz ha ganado el Goncourt y ha superado los 400 mil ejemplares”. Me deprimo. Así que esos son los libros que ganan estos premios. No encuentro una moraleja clara para esta historia, pero acaso haya una: el mundo fáctico de la literatura, ese minué social de editores y autores que T. quiere ver historiado, tiene como único sentido que quienes se hacen ricos y famosos mediante la escritura sean capaces no ya de escribir libros decentes sino de producir alguna miniatura digna que dé cuenta de su propio éxito.