El estigma de Macri no es el ya célebre círculo rojo sobre el que escribiré mañana. Ese es el de Cristina. El de Macri también tiene raíces psicológicas, aunque de otra índole, pero primero desarrollaré sus consecuencias.
El PRO atraviesa un ciclo en el que corre el riesgo de enfrentar una crisis existencial: la de pasar de ser un partido con grandes aspiraciones presidenciales a la eventualidad de tener que reconvertirse en 2015 en un partido local. Si tal cosa sucediera, De Narváez antes y Massa ahora habrían sido verdugos de ese sueño. Pero ellos serían sólo los autores materiales mientras que el problema de fondo habría sido un diagnóstico equivocado sobre el peronismo y sobre la provincia de Buenos Aires.
El conurbano bonaerense concentra el 60% del total de votos de la provincia de Buenos Aires y a la vez la provincia concentra el 40% del total de votos del país. El Conurbano sólo es un cuarto de toda la Argentina. Si en octubre Massa supera el 40% del total de votos de la provincia de Buenos Aires, como todo parece indicar, sólo con los votos de los bonaerenses se podría convertir en la segunda fuerza nacional si el carácter de Carrió terminara impidiendo al panradicalismo mantenerse unificado a nivel nacional.
Carrió, el radicalismo y el socialismo tienen, cada uno por su lado y en su proporción, un problema similar al de Macri: Carrió podría hasta ganarle al PRO en la Ciudad de Buenos Aires, pero en la Provincia y, por ejemplo, en La Matanza, no sería muy votada. Lo mismo le sucede al socialismo con Binner, que gana en Santa Fe, pero no puede extender su triunfo mucho más allá de su zona de influencia. Y también al radicalismo, que gana en cierto tipo de provincias del interior –Mendoza con Cobos hoy es su caso emblemático–, pero no puede aspirar a ganar la provincia de Buenos Aires, donde desde hace casi un cuarto de siglo nadie que no se proclame peronista ha podido ser electo gobernador.
El PRO quiere seguir el método de exportar un candidato porteño a la provincia, como hizo el peronismo con Ruckauf y Scioli, haciendo para 2015 a María Eugenia Vidal su candidata para gobernadora de la provincia de Buenos Aires. Resultará muy difícil.
Otro eventual error de diagnóstico podría ser pensar, como lo hace Macri, que el peronismo irá unido a las elecciones de 2015 y habrá sólo tres aparatos: el del PJ, el del panradicalismo y el del PRO. Cuando en la provincia de Buenos Aires, que siempre viene adelantando lo que luego sucede electoralmente a nivel nacional, el peronismo ya está dividido en Massa y Scioli (Insaurralde), con el agravante de que tanto Massa como Scioli ocupan en el imaginario posiciones similares a Macri y canibalizan parte de su electorado potencial.
Macri aspira a mostrar que tiene lo mejor del peronismo: gobernabilidad, y lo mejor del panradicalismo: institucionalidad. Comparte con el peronismo un “saber hacer y ser ejecutivo”, y con el panradicalismo la defensa de las instituciones. Pero ninguno de los dos lo quiere de aliado. A los peronistas Macri les resulta difícilmente digerible por “gorila”, y por eso Massa ninguneó su alianza con el PRO, y De la Sota, enfrentado solo a la hipótesis de una interna con Macri, salió a aclarar que no sería posible porque él es peronista.
Los panradicales respetan la posición de Macri de defensa de las instituciones, pero no pueden compartir su mirada de la economía: no por casualidad el panradicalismo vota junto con el kirchnerismo leyes a las que el PRO se opone. Simplificadamente, se podría decir que Macri es un liberal de centroderecha, y el panradicalismo es un liberalismo de centroizquierda: comparten lo liberal, pero están en las antípodas en su orientación ideológica.
La aspiración de Macri de renovar las categorías políticas argentinas lo puede llevar a la presidencia ante una disrupción en la que la sociedad pida desesperadamente un cambio de 180 grados. O también a terminar en un lugar indefinido entre el peronismo y el panradicalismo, contando con sólo uno de los dos componentes de ambos.
En el PRO se sostiene que Macri se dedicó a la política porque desea dejarles a sus hijos un apellido que signifique algo distinto a lo que significaba el que su padre, Franco, le legó a él. Quizás allí se encuentre el origen del estigma de Macri, quien, dependiendo del contexto de 2015, para ser presidente le vendría mejor tener la imagen peronista, pragmática, pseudoestatista o patriacontratista y hasta oportunista de su padre, pero eso entra en conflicto con otro esfuerzo que hizo Macri para también superar la imagen de su padre, que es el de ser aceptado como uno de los suyos por la clase socialmente alta por la que su padre, por más dinero que tuviera, nunca lo fue. Y ese contexto social es profundamente antiperonista.
Lo que sirve para superar al padre en términos de éxito podría ser contradictorio con lo que sirve para superar al padre socialmente en determinados ámbitos.
Pero lo que no pudiera llevar a Macri a la presidencia no necesariamente tendría que significar un escollo insalvable para la supervivencia del PRO, como un partido que sea una fuerza importante en la Ciudad de Buenos Aires y desde ella y sus zonas de influencia pasar a ser un actor de la política nacional en el Congreso con posibilidad de desempatar e influir.
Vamos a un sistema político más fragmentado, donde el peso de las minorías crecerá y una fuerza con 10% de los votos nacionales nunca sería desdeñable.