Durante la semana pasada, el Gobierno nacional emitió señales para moderar algunas de las políticas de enfrentamiento y confrontación seguidas hasta aquí. Tanto el anuncio del pedido de asistencia técnica al FMI para reconstruir un índice de precios al consumidor nacional (discontinuado por este Gobierno en 2008, dado que explicitaba las gruesas diferencias entre la inflación medida por los institutos de estadística provinciales y la que mide el Indec para Capital Federal y GBA), como la intención de “impulsar”, después de tantos años, un nuevo esquema del régimen de ART, surgen como gestos más amistosos hacia el mundo y los empresarios.
Pero no estamos ante un giro copernicano de la política económica.
Mostrar un discurso menos agresivo hacia el Fondo Monetario Internacional puede ayudar a suavizar la imagen de “transgresor serial” que tiene el país dentro del G 20, y postergar la tarjeta roja que varios países pedían para un gobierno que no se somete a las reglas que el resto acepta.
Pero el Indec necesita ser reconstruido en sus métodos, recursos humanos y reputación. Eso no sólo implica crear un nuevo índice. Y la negociación con el Club de París no tiene ninguna vinculación con el departamento de estadísticas del Fondo, sino con uno de auditoría.
Tratar de llegar a un régimen más razonable de riesgos de trabajo, reduciendo las contingencias y la conflictividad judicial es algo positivo, pero no es el único problema que hoy aqueja a la comunidad de negocios en materia laboral, y muchos de ellos han surgido en estos años bajo el paraguas de un Ministerio de Trabajo demasiado inclinado al sector sindical oficialista.
En donde sí se advierte un cambio importante es en la insistencia de la presidenta Cristina en plantear negociaciones con las cúpulas empresarias y sindicales, algo opuesto a lo que siempre sostuvo su esposo.
Néstor Kirchner despreciaba tanto los mecanismos de la democracia republicana como los tradicionales del peronismo corporativo. Se sometió a los primeros mientras no tuvo poder para controlarlos o cuando, al tener mayoría en el Congreso, le resultaban funcionales para dar un barniz de democracia formal a sus decisiones.
El Congreso sirvió en tanto fue escribanía. Respecto de lo segundo, las negociaciones corporativas, siempre prefirió los acuerdos “uno a uno”. El motivo es evidente: con las corporaciones se pueden negociar “reglas” en los acuerdos individuales; en cambio, con empresarios o sindicalistas, se pueden negociar “soluciones específicas”. Kirchner siempre prefirió el caso por caso antes que las reglas generales.
Con la derrota electoral del 2009, la estrategia fue clara: exprimir al Congreso-escribanía y usar aliados circunstanciales para lograr todo lo que se quería hasta el cambio de mandatos en diciembre del año pasado. Y, a partir de allí, aprovechando las impericias y contradicciones de los opositores, paralizar al Congreso, pero haciendo que “parezca un accidente”.
¿Por qué la Presidenta prefiere el esquema del pacto corporativo a la negociación individual? En primer lugar, sobre el fin de mandato no hay mucho creíble de largo plazo para ofrecer en el “mano a mano”. En segundo término, hoy la estrategia electoral del Gobierno, desde la economía, es seguir expandiendo la demanda con gasto público centralizado y déficit fiscal financiado con emisión monetaria. Este escenario sólo puede ser atacado por un desborde de la tasa de inflación. Sumar a empresarios y sindicalistas en un pacto social que modere expectativas inflacionarias, sin cambiar la política económica, es como pretender adelgazar sin cambiar la dieta. Pero, a estas alturas, más que solucionar la inflación, el Gobierno pretende alguien a quien culpar.
Si la inflación sigue siendo una amenaza, no lo será por la expansión del gasto o la política cambiaria y monetaria, sino por el “fracaso” del acuerdo social del que serán responsables, seguramente, empresarios inescrupulosos y sindicalistas ambiciosos. El Gobierno podrá, entonces, agudizar el papel que sostiene en las últimas semanas: víctima de los sectores que atacan al pueblo, en lugar de victimario de los más necesitados.